Opinión Nacional

El espinito y la justicia

Recientemente el gobernador de Miranda, Henrique Capriles, se vio sorprendido por una emboscada fraguada en el máximo tribunal de la república para posiblemente inhabilitarlo, al menos para las elecciones del 2012. Una “orden superior” los hizo recular y por medio de recursos y justificaciones anularon la persecución ordenada al órgano correspondiente, contra el posible candidato presidencial opositor.

            Si hacemos memoria notaremos que la persona que solicitó el procedimiento contra Capriles, es la misma que en una rueda de prensa televisada, ante la pregunta de una reportera, lejos de contestar a la inquietud de la colega, procedió a amenazarla diciéndole “es peligroso meterse conmigo porque yo también soy como el espinito, que en la sabana florea. Ustedes no me conocen…”, no conforme con lo dicho, citó con aires de divinidad suprema a cierto periodista, a quien le había prohibido la entrada a las instalaciones del tribunal supremo.

            La historia sigue, el mismo personaje tomó la bandera de la dependencia de poderes que había lanzado el presidente y no dudó en ir contra el estado de derecho y los postulados de Montesquieu y Rousseau. Expresó con claridad su desacuerdo con la separación de poderes, en ese entonces alegó que “es un principio que debilita al Estado”. Una manera muy particular de ver una situación. El estado de derecho nace bajo la premisa de la  separación de poderes. Los poderes públicos deben estar sometidos a la ley, en especial el ejecutivo y el poder judicial debe ser independiente para someter al resto de los poderes sin presiones. 

            No conforme con lo anterior y como cosa normal soltó en otra entrevista la siguiente perla; “el modelo de justicia cubano debe ser una referencia para nuestro país, la legislación cubana avanza con el proceso de inclusión e igualdad”. Es difícil imaginar que la justicia de un país en donde el poder ha estado concentrado en una sola persona por más de 50 años, pueda ser referencia para otro, a menos que ese otro país sea Zimbabue o Libia, por nombrar sólo dos.

            Leopoldo López encarna una esperanza presidencial para buena parte de la población  opositora, pero sobre él se ha posado la mirada acuciosa e inquisitiva del tribunal mayor, que desde ya ha sentenciado que no está obligado a acatar las decisiones de la CIDH y que además “tiene la última palabra al respecto”, así que ya pueden imaginarse cuál será la decisión.

            Razón tenía Montesquieu al decir “no hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”. Pareciera ser que en nuestro país el símbolo de la justicia no tiene venda en los ojos, ni una balanza en la mano, si mantiene la espada pero no precisamente para castigar a quienes violen ley, es la espada de Damocles que pende sobre aquel que pueda molestar. Seguro estoy que el Diablo de Alberto Arvelo Torrealba hubiese dicho: “No le envidio al espinito las galas de que alardea, cuando la candela pasa, la pata se le negrea”. Y me pregunto “la candela, ¿pasará?”

 

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