Opinión Nacional

El fracaso de la oposición

Venezuela se haya de nuevo dividida. Como ha ocurrido siempre en todas las crisis. En 1810, la oligarquía cacaotera tenía atosigados a la clase media y al pueblo llano. La Guipuzcoana les había probado a los canastilleros que se podía vivir mejor. Fue así como se originó el enfrentamiento entre los grandes cacaos y los partidarios de la Francia revolucionaria, que con José Bonaparte hacían gobierno en España. Esa fue la contienda social entre José Tomás Rodríguez Boves, de un lado y los mantuanos del otro. Terminada la guerra en la península española con la derrota de Napoleón, Fernando VII envía a Pablo Morillo con el objeto de pacificar el país y hacer seguro el transporte de las riquezas peruanas a España. Este nuevo atosigamiento voltea a los llaneros, ahora al mando de Páez, quien se une «por ahora» a Bolívar, pero en 1828 la ruptura se hace patente. Caracas no aguanta más el atosigamiento de Bogotá y sus mantuanos. Pero detrás de Páez se mueven también los intereses de la potencia en ascenso, la Gran Bretaña.

Creada la República de Venezuela, el país se dedica a organizarse para la paz. Pronto, sin embargo, los antiguos guerreros se transforman en una nueva oligarquía atosigante. La respuesta de los cosecheros en contra de la oligarquía ganadera de Páez y los Monagas no es otra que la guerra, la Guerra Larga, cuyo máximo exponente será Ezequiel Zamora. Triunfan éstos, como habría de ser, pues son los nuevos representantes de la clase media y el pueblo llano.

En pocos años, no obstante, los llamados liberales con Antonio Guzmán Blanco a la cabeza van a demostrar que son otra nueva oligarquía con los mismos vicios de las pasadas. Los constantes alzamientos en contra del poder central patentizan un malestar creciente. Mientras Guzmán se da la gran vidorria en París y algunos amigos se aprovechan con las construcciones faraónicas del gobierno para hacer de Caracas un pequeño París, a los agricultores se los agobia con impuestos. Y detrás de Guzmán están los intereses del nuevo emperador francés Napoleón III que en México intenta imponer con las tropas francesas un títere en la figura de Maximiliano de Habsburgo Quienes van a sentir más esta situación son los agricultores andinos. Han descubierto una nueva riqueza en el café, el que exportan a través de Maracaibo a Europa, especialmente a Alemania, potencia en ascenso que ha enviado a Maracaibo sus impresas importadoras y que pronto también mandará a los Andes educadores que siembren la simiente de una nueva alianza. Castro y Gómez serán esa respuesta. El amorío termina con el bloqueo, cuando Castro se opone al pago de la deuda externa. Nos salva la nueva potencia en ascenso, Estados Unidos, como ya lo había hecho en el Esequibo con el Tratado de Washington.

Entre tanto, Juan Vicente Gómez, al frente del nuevo Ejército Nacional, pone fin en Ciudad Bolívar a las guerras civiles y encarcela o exilia a los caudillos. De que la influencia de Alemania es importante hasta 1918, se constata en la formación prusiana del Ejército y en las inversiones de Gómez en el Diskonto de Berlín que se perderán con la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y que influirán en la decisión del dictador de dejar todo su capital en Venezuela. Desde 1920 en adelante, su alianza con los anglosajones, sin embargo, se pone de manifiesto en las contrataciones petroleras. Serán la Shell angloholandesa y la Standard norteamericana las grandes beneficiarias. Pero Gómez organiza el caos imperante. Funda un Estado y monopolizando en el Ejército el poder coercitivo de ese Estado, hace posible la paz y la inversión productiva. El ingreso fiscal petrolero, paulatinamente aumentado, nos generará 80 años de paz y de un relativo progreso.

El mismo cuento

De nuevo, el país está dividido. Pero no es, como creen los simplones, entre un gobierno con pujos totalitarios y una oposición democratizadora. La realidad es otra. De un lado, una oligarquía atosigante, acostumbrada al subsidio. Del otro, una nueva clase gerencial, la clase media depauperada y el pueblo llano desempleado o subempleado en el comercio informal, que por el momento le otorga el beneficio de la duda a los bolivarianos, pero que más temprano que tarde despertará y se dará cuenta de cómo se bate el cobre. El pleito es viejo. Isaías Medina quería una economía autosustentable, independiente del rentismo petrolero. La oligarquía quería hacerse dueña del ingreso fiscal. Vino el enfrentamiento el 18 de octubre de 1945 y, con Pérez Jiménez, se impuso la tesis de la transformación del medio físico. El dinero del Estado fue a parar a los bolsillos de los oligarcas.

La democracia puntofijista consolidó esos capitales con la política de la maquila, de la sustitución de importaciones por el ensamblaje. Quedamos aún más esclavos de la renta petrolera, pues esas industrias dependían fundamentalmente de la importación de bienes semielaborados. Cuando la renta se hizo exigua, las ensambladoras dejaron de producir y cundió el desempleo. Algo parecido a lo de Medina ocurrió con el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. La oligarquía prefirió el subsidio y colocó en el poder a Hugo Chávez. La inseguridad ha sido su secuela. Pero con un dólar sobrevaluado es imposible competir. Entre tanto ese mismo dólar a menos de su valor real, aumenta la exportación de capitales y la importación de cuanta chuchería se le ocurra a los venezolanos adquirir, desde Sujoi 30 y Kalachnikofs hasta computadoras laptop Vaio o videocams sin contar con que el 70 por ciento de los alimentos que consumimos también se importa sea éste queso amarillo uruguayo o arequipe colombiano. No en balde nuestro producto bruto interno per cápita anda por los 6200 dólares, mientras el colombiano llega a los 7200. Nos empobrecemos paulatinamente. Cuestión de la llamada enfermedad holandesa.

El malestar rueda y rueda. El gobierno dedicado a la sola política especialmente la internacional y sus expertos incapaces de una solución para sacar el país adelante. En diciembre, ya está visto, la cuestión se resolverá visceralmente y no racionalmente. En las circunstancias actuales, la oposición tiene poco que contribuir también. La oposición desea volver al pasado, igual que los liberales de Anoñito querían hacer en 1905. Por eso se agrupan bajo las banderas de la social democracia y el social cristianismo fracasados. Hace exactamente un siglo, Cipriano Castro ganó las elecciones con trampas y con las ventajas que otorga el poder. Hoy se repite la historia. Alemania ha sido sustituida por la China popular o por Irán. En 1908 vino el fracaso y el crujir de dientes. O se iba a operar en Alemania o lo hubieran derrocado. La oligarquía andina recién formada ya no toleraba sus desmanes y sus desvaríos. Así puede ocurrir ahora también, porque de que hay un nuevorriquismo desatado es testigo la adquisición de propiedades inmobiliarias caras y vehículos de lujo. Pero los liberales amarillos jamás retornaron al poder, como no volverá el puntofijismo.

Hacer planes para el 3 de diciembre es equivocado. Las cartas ya están echadas. Si Hugo Chávez hoy tiene una popularidad rayana en 60 por ciento, como señalan las encuestadoras serias, esperen no más a que repita la ola de inauguraciones a que nos tenía acostumbrados Pérez Jiménez. ¿Que no lo recuerdan? Serán cuatro metros, el tren a Los Teques, el que va a los valles del Tuy, para empezar. Las obras públicas no se detendrán, mientras sigan fluyendo los dólares de una cesta petrolera venezolana que ya pisa los 70. Como tampoco, las Misiones y las dádivas. Será pelea de tigre con burro y el burro, amarrado.

(*) Es diplomático de carrera, politólogo y periodista. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.

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