Opinión Nacional

El General Prieto Silva

Las declaraciones introductorias del nuevo Ministro de
la Defensa General(r) Luis Prieto Silva no dejan de
llamar la atención. Chávez parece haberlo seleccionado
de una nutrida terna de viejos militares cuyos
perfiles en lista irían desde los de rígida y
almidonada condición prusiana hasta abuelitos
conciliatorios y comprensivos cuyo propósito sea
llevar sosiego a una Fuerza Armada soliviantada en
contradicciones y enfrentamientos.

Ganó el abuelito «bueno». No siempre, pero con
frecuencia suelen ser persuasivos y llevar el sosiego
donde todo luce perdido. Al verlo y oírlo parecía
poseído por recetas metafísicas al imprecar la
salvación de Dios y la unidad de la patria; y hasta
me confundió y puedo jurar que creí por la vehemencia
de su discurso y el aspecto de arzobispo ilustre, que
se trataba del capellán de la Fuerza Armada.

Sus ruegos, suplicas e imploraciones para que
retornase la paz al país y referirse así mismo como un
hombre originario de la caraqueñísima parroquia de
Catia, pobre y sencillo comprometido con el pueblo me
lo asociaron aún más al sacerdocio vinculado a
teologías liberadoras, bien lejos e incompatibles de
la abyección propia de las frialdades burocráticas y
maniobras castrenses y mucho más cercano al obispo
rojo (%=Link(«http://www.jp.or.cr/pulso/1999/axel9.html»,»Helder Cámara»)%) o a Leonardo Boff.

Aclaro que no pretendo burla alguna contra el señor
Ministro, no me atrevería a tomarme esas licencias
contra personas de su edad y de su ahora alta
investidura, doy libremente mis impresiones.

Creo igualmente, que el General y sus declaraciones y
arrebatos de predicador están más ligados a la emoción
del batacazo de su nombramiento y al agradecimiento
con su benefactor al designarlo, que su real capacidad
para conjurar los inmensos daños que el presidente y
su política suicida divisionista y desintegradora la
ha infringido a la Fuerza Armada y a la nación toda en
su conjunto. Pero quizás, ¿quién sabe?, Si el Ministro
está más claro que nadie cuando implora al cielo y no
recurre a la razón que da como perdida aferrádose a
poderes sobrenaturales con la vana ilusión de curar
heridas cuya profundidad resultan irreversibles.

General no se afane que deseos no empreñan. Esto no se
arregla con rezo, ni con la visión regresiva de un
felón arrogante. Y de una vez convénzase, la urgencia
es para a otro cirujano.

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