Opinión Nacional

El general sí tiene quien le escriba

¡Ay, mi ahijado querido! ¡Qué bochorno y qué papelón! ¡Qué pena con esos señores de allá de Guáshinton, tan generosos ellos, que nos mandaron ese par de barcos fondeaítos de tractores, pasarelas, carpas, baños portátiles, purificadores de agua, maquinarias pesadas y otras livianitas, médicos tipo Doctor Quílder y medicinas que expiraban en el 2004, ah, y mucha comida: desde sopitas enlatadas hasta jarabe para panquecas, porque eso sí que le tienen los gringos, ellos no entienden un domingo sin panqueca. ¡Qué pena con todos esos señores! ¡Dígame esos 450 ingenieros, «marines» planchados y almidonaditos, y seguro que catirotes tomadores de leche! ¡Ellos que venían silbandito aquello del puente sobre el río Kwai y con aquellas ganas! ¿¡Qué habrán dicho esos muchachos de usted!? Porque usted es general, mijo querido… pero aquí lo único general ahorita es el ridículo y la vergüenza. ¡Tamaño rayón! Y tan bello usted, mi cielo, que el 24 de diciembre salió a pedir justamente lo que se necesitaba. Porque usted sabe. Usted se nos pasó la Navidad allá en el frente. Y es que era como una guerra, por un lado, socorriendo a heridos y a damnificados, y por el otro, entrompándose con saqueadores, violadores y asesinos. ¡Tan orgullosa que yo estoy de usted! Pero digo yo, ¿usted no podrá escribirle una explicacioncita a esos señores de Guáshinton? Mire, mijo, de entrada ponga en la carta que al canciller no se le puede hacer caso, porque el que manda no es él, sino el Presidente. Segundo: al Presidente tampoco se le puede estar haciendo caso porque él mismito nos lo dijo: no me hagan caso, miren que yo hablo mucho, demasiado, júzguenme por mis acciones es lo que es. Bueno, no lo dijo así, pero por ahí iba la cosa. Tercero: en nuestro país la gente miente y se desmiente día tras día. «¿Qué yo dije eso? ¡Nooo, qué vao, faralao! ¡Ustedes, que entendieron mal!». Entonces que no crean cuando les digan que aquí somos unos sabrosos que nos sobramos y nos bastamos y llévense su limosna pal zipote viejo. Cuarto (que no tiene nada que ver con la carta que usted debe escribir, pero antes de que se me olvide, mijo): regálele una talla al embajador Maisto, mire que él colecciona figuritas de madera. Es que debe estar batidísimo, y no es para menos. Mándele a hacer una de Fidel vestido de pelotero militar: pantalones de uniforme verde oliva, chaquetota inflada azul eléctrico, gorrita roja con estrella blanca, barbita rala y flaquito. Es que ya está flaquito. Yo vi ese juego de pelota y me dije: caray, pero aquí se logró en medio inin lo que los Estados Unidos no pudieron en más de cuarenta años, que Fidel diera risa. Sí, mijo, porque aquello era para chanza. Los gringos han hecho maromas para que Fidel nos dé rabia, odio, miedo, calentera, inquina… y a nosotros que toda la vida nos ha caído tan simpaticón el comandante. Tan carismático que era él, pero quedó pa guasa. Y es que aquello fue una falta de seriedad. ¿¡Cómo es posible que el hombre que hizo la revolución en Cuba estuviera ahí, sentado y arrugadito en el dogau, ordenando a sus jugadores que le dieran palos piñateros a cuanta bola alta les lanzaran!? Quinto: escríbale a estos señores desconcertados para que nos vuelvan a enviar los barquitos, por caridad, con ingenieros y todo, porque sí los estamos necesitando y con bastante desesperación. Ponga clarito -y en inglés- que la bondad, la esperanza, la buena voluntad, el amor y los donativos, nosotros, los venezolanos condolidos y adoloridos, no los vamos a rechazar nunca. De paso, y para que entiendan, va y explica que aquí hay un montón de gente honesta, trabajadora, que no nos hemos cogido nunca ni un mediecito, y que ni somos adecos, ni copeyanos, pero que no nos sentimos representados cuando el canciller y nuestro Presidente rechazan la ayuda que tanto imploramos y que agradecemos de corazón. Y que quede claro que nosotros no estamos politizados, que así como aceptamos el auxilio de los «marines», también recibiremos gustosos póngale que una donación de peloticas de ping pong de China, o unas balalaikas rusas, o hasta unas anfitrionas cubanas dispuestas a desarrollar un plan turístico para cuando Vargas esté de nuevo en sus dos paticas. Aquí seguimos en estado de emergencia y toda dádiva -la que sea- será bien recibida. Mijo querido, escriba y hable de la pena tan grande que sentimos. Porque usted no está solo en esto. El vaporón es de todos. Dios me lo bendiga y vea a ver cuándo viene y me trae mis peritas. Su madrina que lo admira, Margot.

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