Opinión Nacional

El golpe por cuotas

La clara y rotunda oposición al chavismo resulta el único cauce de la convicción y la esperanza democrática…

1. Chávez está dando un golpe por cuotas. Podemos resignarnos y, con un fatalismo lleno de pasividad, esperar que algún paso de luna mejore el talante del César. Esperar sin ninguna esperanza que el tiempo mejore lo que, a todas luces, irá de mal en peor. Porque el chavismo no es un buen licor cuya bondad aumenta con el añejamiento. El chavismo es la sin cordura nacional hecha poder. Pero si no place la apatía fatalista, se puede y se debe reflexionar críticamente, organizar la disidencia frente a Atila y los hunos (nosotros somos los otros) en su versión tropical; plantear un proyecto comunitario alternativo dotado de racionalidad —contrario a la locura nazi-fascista de Ceresole y demás compañeros de ruta—; denunciar el desastre que con terquedad de mosca (con licencia de Unamuno) el señor de la invencible logorrea se empeña en construir; combatir cultural y políticamente esta embriaguez de involución institucional que nos abate. Los aburguesados (que son bastantes, tristemente) no están dispuestos a combatir. No por objeciones de conciencia sino por egoístas razones de conveniencia. Los aburguesados sólo plantan cara por su bolsillo o por sus vicios. Entre las hordas de los fundamentalistas chavistas y los rebaños de los aburguesados (por activa y pasiva, como se dice), pareciera configurarse un tumor maligno del tamaño de un coco. De un coco grande, se entiende. Un tumor que afecta ya los centros motrices de toda nuestra comunidad nacional. Se dirá que no es el momento de buscar la confrontación. Que es preferible esperar a que la radioterapia y la quimoterapia de la realidad económica rebajen las dimensiones emocionales del chavismo, antes de procurar el enderezamiento de la torcida democracia venezolana. Es una razón para la cómoda espera. Aquella que, en su versión maligna y vengativa, nutre al refrán árabe de sentado a la puerta de mi casa veré pasar el cadáver de mi adversario. Pero el fundamentalismo árabe (moro, dirían los abuelos hispánicos, cercanos o lejanos) está, según dicen —¿verdad, Izarra? ¿verdad, Tarek Saab?— más cerca de Atila y sus hunos que de nosotros, los otros. Sin embargo, no dar la batalla (para usar su léxico) al neomilitarismo ahora, equivale a dejarlo hacer, a fortalecerlo, a facilitar su táctica de rebanamiento sin pausa de la institucionalidad democrática venezolana, a impedir la regeneración de las organizaciones político partidistas necesarias para la recta andadura en libertad de la Patria de todos. La omisión actual puede retrasar no se sabe cuánto el resurgimiento moral y material de Venezuela. Porque el barranco adónde se nos lleva, con la suicida estrategia del correr hacia abajo para no parar, es, sin lugar a dudas, el más hondo y profundo desde la Guerra Federal.

2. El fanático empeño y el ideologicismo extremo suelen producir destrozos en el tejido social de largas consecuencias históricas. Perdura, como hecho constatable, la ruina o el vacío. Poco o nada dejan, como la evaporación de un sueño. Alemania, según atestigua Julián Marías valorando la elipse del siglo desde su atalaya de décadas de difícil empeño filosófico (en Razón de la Filosofía), aún no se ha repuesto de ese trágico error cultural-político que fue el nazismo, el nacional-socialismo hitleriano, con su siembra y cosecha de locura y fanatismo, de paganismo y antipartidismo democrático, de guerras y de muertes. Nosotros jamás hemos tenido una vida cultural como la germánica de preguerra. Hemos padecido, sin embargo, los militarismos primitivos e incultos, como plagas recurrentes de langostas insaciables, a lo largo de casi dos siglos de vida independiente. Vida cultural venezolana —maqueta institucional de la que a poco sería República— la que queda reflejada por Andrés Bello en la Guía de Forasteros, como apretada síntesis de nuestros primeros tres siglos de historia nacional; la que añoraba epistolarmente el mismo Bello desde Chile: «la de nuestra Caracas, antes de la revolución». Nunca volvería el libertador intelectual de América a sus predios de infancia del Catuche. Extraño y doloroso sino el de la Patria esquiva. Que el hijo malo se eterniza adentro y el hijo bueno se le muere afuera. Lo escribió Andrés Eloy Blanco, que murió afuera.Cundinamarca será una Universidad, Quito un Convento, Venezuela un Cuartel. Dicen que lo dijo Bolívar. Expresión del desencanto, no de profecía esperanzada. La realidad cuartelera ha sido en la historia de la humanidad elemento secundario, aunque necesario. En Venezuela, para variar, hemos hecho, con repitencia patológica, de lo secundario lo principal. Demasiado cuartel hemos tenido y los cuarteleros no han parido ni siquiera una Esparta. La sombra soldadesca que se abate sobre nuestro proceso de pueblo es notoria y llamativa por la cantidad, no por la calidad. Su negativo costo político, cultural y financiero resulta exponencial. Un tercio de la deuda externa actual de Venezuela tiene su origen en el gasto militar por lo del Caldas. Se contrajo en 6 meses: de agosto del 88 a enero del 89. ¿Que dijeron, entonces, dentro de la institución armada Atilas y los hunos? Porque cuando los otros preguntamos o quisimos indagar se nos puso delante la muralla del secreto militar. Mientras no se demuestre lo contrario, lo castrense es secreto. La sociedad cuartelera magnifica la discreción hasta el ocultamiento. Abona los hábitos de la desconfianza. Cuarteleros fraguaron el ostracismo de Bolívar, para que muriera de iure en tierra extraña. Por la indiferencia de cuarteleros perdimos de facto a Bello y lo ganó Chile. Cuarteleros (algunos distinguidos) generaron, con su mal ejemplo, la pavorosa insensibilidad social frente al peculado y el voluble comportamiento afectivo de los altos dignatarios, semejante al de los gallos del corral de casas viejas, pendencieros y polígamos. A los cuarteleros eso les importó poco.

3. Larga la cicatriz cuartelera en el rostro marcado de la Patria. Mandaron en la noche larga quienes podían imponerse. Fue cuestión de fuerza, no de razón ni de razones. El poder fue trofeo de gladiadores y matones, gozosos de su señorío sobre cenizas y sobre eunucos. El poder pudo, así, ser torpe y ladrón si lograba reducir al silencio a los censores de sus latrocinios. Fue el cementerio de los vivos de la autocracia guzmancista. Quedaron ayer los Pérez Bonalde y los Cecilio Acosta luchando, en pugna desigual, con la dictadura egolátrica y ladrona de Antonio Guzmán Blanco. Hoy parece que queremos reeditar la historia inconstitucional de Venezuela. La Patria oscura: la que tuvo partidos con ejércitos o el ejército como partido. Triste historia la nuestra. Quijotes, los empeñados en hacer de la vida venezolana la existencia de una comunidad nacional asentada en instituciones y no en caudillos; dinamizada por la rectoría de la cultura y no por la supuesta épica (que fue, a menudo, en realidad, hípica) de algunas algaradas; buscando su soporte de futuro en el recio trabajo, en la constancia (eso sí es bolivarianismo: que Dios concede la victoria a los que ponen por obra esa virtud) y en la continuidad de esfuerzos, no en tirar la parada.Hemos tenido en demasía dictaduras y dictadores, caudillos, caudillitos y caudillejos. Tartarines de la Venezuela tarasconense. Nuestra historia recurre a romanticismos irreales, que a fuer de irreales tienen poco de romanticismo y mucho de novela picaresca. Rinconetes con galones. Cortadillos adulantes. No es, dolorosamente, asunto del ayer. Basta una mirada al presente y al ayer cercano. La mayoría ha sido contumaz en la opción por lo peor o lo pésimo en las últimas dos décadas. Y esas contumacias se pagan. Lo estamos pagando ya. Su costo es elevado. Tan elevado como la incineración del sueño de un existir mejor para varias generaciones. Llegamos con retraso al siglo XX. ¿Por culpa de civiles o de militares? La centuria que ahora acaba comenzó en Venezuela el 36, según el claro decir de Picón Salas. ¿Con cuánto retraso llegaremos al siglo XXI después de este aquelarre de exaltaciones seudo castrenses y jefes de Estado que se exhiben con una carencia absoluta de equilibrio mental, de prudencia política, de recta voluntas, con ignorancia enciclopédica sobre su propio mester y sobre cualquier otro?.

El antipoliticismo y el antipartidismo no ha dado, al parecer, todavía sus más abundantes cosechas de fascismo tropical. Aunque Ceresole demuestra con hechos que se trabaja —intensa y subvencionadamente— desde hace un cierto tiempo en el injerto de las perversidades. Ya se conocen sus devastadores efectos en el imaginario colectivo. Pero a los que no se ocupan de lo público les importa un rábano que aniquilen a los políticos. Mientras no se metan conmigo, allá los políticos…Ese razonamiento del egoísmo criollo resulta semejante al de la burguesía europea frente al holocausto judío (que Ceresole dice que no fue tal). Los mass media —sobre todo la TV privada— se dedicaron, con empeño suicida, a eliminar a todo intermediario entre el ciudadano y el Estado que no fuesen ellos mismos. (¿Por qué extrañarnos, entonces, de ver a Cisneros respaldando en la campaña a Chávez y luego influyendo en la integración del gabinete? Había hecho lo mismo con Pérez I, con Lusinchi y con Pérez II. Nihil novum sub sole!, Presidente, que traducido al criollo quiere decir más de lo mismo!). El telepopulismo fue el lecho en el cual fue engendrado el chavismo. Sin el telepopulismo los conjurados del Samán de Güere no hubieran pasado de velorio patriótico. Y, cosas de la historia, el 4F perdieron porque no tomaron la TV y el 27N perdieron porque la tomaron, como con su lucidez habitual comentó en su momento Enrique Aristeguieta Gramcko, veterano de la Junta Patriótica contra Pérez Jiménez. La moralidad brumarial de la conjura, para decirlo con el léxico del llorado Luis Castro Leiva, se ha empeñado no sólo en tomar el poder, sino en cambiar el sentido común (¡oh viejo Gramsci!) a través de una revolución mediática con un solo actor principal: el exaltable, el fluvial, el oceánico, el imparable, el pitcher, el catcher, el cuarto bate, el novio de la madrina, el supremo, el incansable, el inefable ciudadano Hugo Rafael Chávez Frías. No es que vamos hacia el desastre. Estamos ya en su afanosa construcción. Estamos frente al abismo y dando con vigor militar un paso al frente. Con paso de ganso, como es de estilo en la casta pretoriana. Si no se corrige el rumbo trazado por los dislates gubernamentales, a mediados del siglo XXI se dirá que aquí hubo una nación en otro tiempo.

4. ¿Se exagera al hablar así? Pienso que no. Es necesario cargar el tono para que la conciencia cívica reviva. Para que la multitud deje de ser rebaño. Es necesario conservar una actitud crítica ante quien se considera a sí mismo sin límites ni trabas de ninguna condición, en su búsqueda alucinada de no sabe qué. Agere pro Patria en la retórica oficial de hoy se traduce por vamos p’al carrizo! No, no resulta cómodo alzar la voz, pero hay que hacerlo. No es posible callar. No es posible resignarse a la abatida condición de perros mudos. Eso quisieran quienes conciben la existencia política como una perrera; y no captan (más por ignorancia cretinoide que por maldad) que históricamente quienes llevan una carga de pulgas son ellos mismos. Es necesario hablar claro. Es necesario expresar con valentía, con dignidad de hombres libres, el pensamiento honesto que alumbre una ruta alternativa. Ruta civil, civilista y civilizada. Ruta republicana. Ruta de tolerancia y de respeto. Ruta de justicia y de paz. Rectificación de los errores del pasado, sí. Aniquilación de la conciencia social, no. Complicidad con la insania mental con chantaje de respaldos armados, tampoco.Ante las actitudes del ciudadano Presidente de la República ofensivas de todos los poderes públicos y erosionante de la majestad y el respeto correspondiente al propio poder ejecutivo —actitudes reñidas con la constitucionalidad, la legalidad, la recta razón y el buen gusto—, resulta un deber ineludible, por ejemplo, condenar tales atentados. La racionalidad política, la pacífica convivencia, la juridicidad republicana, el sano orden mental y el buen juicio deben caracterizar en su desempeño a los investidos de las más altas responsabilidades de la nación. No sólo es una cuestión de derecho. Es, además, cuestión de ética y de estética. Muchas y calificadas voces han dicho al Jefe del Estado que debe dejar de comportarse como un provocador de oficio. Por su intemperancia crónica, Venezuela es vista como el hazmerreir de nuestra familia de pueblos latinoamericanos. Precedentes analógicos de lo que hoy se vive aquí con Chávez pueden encontrarse, sin duda. Allí están como ejemplos (en lista no exhaustiva) el Emperador Bokassa I, en el efímero Imperio Centro Africano; Idi Amín Dadá, en Uganda; Arosemena y Buccaram, en Ecuador; Batista y Castro, en Cuba; Torrijos y Noriega, en Panamá; Papa Doc y Baby Doc, en Haití; Melgarejo en Bolivia; Castro y Gómez en Venezuela. Pero los precedentes trágicos o cómicos, o las dos cosas a la vez, sirven —deben servir— de alerta, no de justificación. Pareciera, sin embargo, que la adulación y la insensatez han generado en el más alto círculo del poder una perversa dinámica.La carta de Chávez a la Corte Suprema de Justicia resulta demencial. La supongo conocida. El Nuevo País y El Nacional la publicaron. Fue entregada en la noche del 9 de abril por un oficial de la Casa Militar a la Presidenta del Alto Tribunal. Su lectura ocasiónó, por parte de la Honorable Magistrada Cecilia Sosa, la suspensión del desayuno en La Casona el lunes 12, al cual había sido invitada por el Presidente de la República un rato antes de hacerle llegar la misiva. Esa es una carta con papel membretado del Despacho del Presidente, sin fecha; y con sello final de la Secretaría de la Presidencia de la República. Contiene tales dislates y refleja tal carencia de sindéresis que se pensó, inicialmente, que era apócrifa. Algunos decían que el autor era Ceresole, el fascista argentino, antisemita él, de ingrato recuerdo para el mundo civil y civilizado (después de sus declaraciones donde se mostraba como mentor intelectual de Chávez) —aunque, al parecer, de no poco predicamento en los cuarteles, donde dicen que existen golosos aficionados al mondongo ideológico con apariencia de hipercultismo que el neomilitarismo de ultraizquierda o ultraderecha ha difundido, con exultante proclamación de la violencia, en las europeístas latitudes del sur de este hemisferio—. Otros decían que no, que la carta no era del tal Ceresole. Que era fruto de los desvelos del Ministro de la Secretaría de la Presidencia, Alfredo Peña. Según esa versión, el hincha de Ceresole sería Peña y no Chávez. Por respeto a la conocida capacidad de maniobra a lo Sun Tzu de Peña (antiguo integrante del aparato militar del viejo PC venezolano, en las ya remotas épocas en que lo dirigía —embriagado de Mao, deslumbrado por Fidel— el entonces joven García Ponce), la hipótesis de que él haya sido el autor material de ese bodrio epistolar resulta de poca o nula credibilidad. La conjetura, además, llegó a su fin el 13 de abril en la noche, cuando, en su larga arenga electoral televisiva, el propio Presidente, en campaña pro referendum, asumió la plena paternidad del infeliz escrito. (Sí se atribuye a Peña, en cambio, después del show presidencial televisado, típico de la política espectáculo, la paternidad intelectual de la andanada descalificatoria contra El Nacional, con la cual Chávez quiso mostrarse como víctima no de su propia incontinencia verbal sino de una supuesta manipulación informativa).

5. La tal carta de Chávez a la Corte es un adefesio amenazante. Ella resulta una prueba de que el Presidente está desarrollando, al descubierto, sin ningún tipo de subterfugio (exceso de confianza en sí mismo) un golpe de Estado por cuotas. No otra cosa es afirmar, como verdad apodíctica que todo el mundo debe reconocer y acatar, lo que, sin recato, Chávez llama el principio de la exclusividad presidencial en la conducción del Estado. Nadie, en toda la historia de la República, ni siquiera alguno de los más aberrantes tiranos que hemos tenido, ha pretendido elevar a rango principista, de esa manera, sus apetencias patológicas de mando.

La carta comienza y termina, para estupor de cualquiera medianamente ilustrado en el tema, con referencias a Montesquieu. Estupor, porque justamente Montesquieu representa en la teoría política la negación del supuesto principio de exclusividad presidencial en la conducción del Estado. En El Espíritu de la Leyes dice textualmente: «Es una experiencia eterna que todo aquel que llega al poder tiende a abusar. Para que no pueda abusar es necesario que, por la misma disposición de las cosas, el poder contenga al poder». Esa es la base teórica de la división de los poderes que, al parecer, molesta, estorba, disgusta y enoja al Ciudadano Presidente de la República. Resulta que no es un poder absoluto el suyo. No, no lo es. Y gracias a Dios que no lo es. Los supuestos republicanos arropados con la plenitud de facultades incontroladas de los antiguos monarcas absolutos constituyen —han constituido siempre— una plaga terrible para los pueblos que han tenido que soportarlos. Ahora resulta que después de tanto Bolívar, de tanto Zamora, de tanto Simón Rodríguez, la pócima de Ceresole parece ser la que, en realidad, ha embriagado el ánimo de Chávez. La pócima de Ceresole es la del absolutismo caudillista. ¡Cuidado, Presidente, que esas pócimas dan mala bebida!.

6. En su artículo El Enemigo, publicado en El Universal del sábado 17 de abril, Luis Pérez Oramas, destaca que, además de sus soflamas televisadas, el Presidente ha buscado escenarios militares para referirse a la crisis institucional que el mismo origina y alimenta (el Arsenal de dinamita del Ejército, el acto del Día del Reservista y la Academia Militar). Apunta, con referencias a la teoría del partisano y al concepto de ‘político’ de C. Schmitt, que, como soldado al fin, Chávez no sabe vivir sin enemigos. Y que por eso, desde su óptica, la conflictividad llevada al límite es el recurso de la sobrevivencia de su causa. «El Presidente y su partido —dice Pérez Oramas— son los serbios y nosotros, alternativamente, somos macedonios, croatas y kosóvares». Pone de relieve el maniqueísmo del discurso oficial (del Presidente y sus acólitos): ellos son el bien; los que no están con ellos son el mal. El Presidente llama a la lucha tribal. El todos contra todos. La violenta disputa de los ebrios por la botella vacía.(Aviso a los navegantes: si el neomilitarismo al fin se impone —Dios quiera que no— esperamos del lado de acá, es decir, en la celda de al lado, a José Vicente Rangel, Luis Miquilena, Alí Rodríguez Araque y a otros civiles que aún piensan en la perfectibilidad del chavismo. A Alfredo Peña no lo esperamos, porque entonces estará con Combellas haciendo los cursos de asimilación al ejército).Volvamos a la carta que Chávez, el Presidente (no el chichero de la esquina de Tracabordo), mandó en mala hora a la Corte. Amenazar con las salidas de madre autorizadas, toleradas, promovidas, dirigidas, especuladas, dosificadas, de las hordas marginales, de las turbas divinas (miserable evocación de Borge, Tomás, el sandinista, el mismo de la piñata; y si Ud., ciudadano Presidente, no sabe qué fue en la Nicaragua del FSLN la piñata, pregúnteselo a Ortega, a Daniel, el Comandante, su invitado a la toma de posesión; si no le responde, pregúnteselo a Freddy Balzán, su Director de la OCI, que fue, en aquella Nicaragua, asistente de Borge); o de sus queridos descamisados (burda reminiscencia peronista) calificándolas, con cierto engolamiento (porteño, Ceresole), de ley psicológica de la compensación, no pasa de ser una fanfarronada intelectual, ciudadano Presidente.

No cite —permítame el consejo— con alarde de aparente seguridad autores que desconoce. No es un ataque gratuito. Menciona Ud., con la confianzudez de quien tiene con ellos un trato habitual, a Ratzel y McKinder. El primero supongo será Friedrich Ratzel (1844-1904), exponente de la antropogeografía. Me atrevo a suponer que de los libros de Ratzel no conoce Ud. ni la carátula. El segundo me imagino que Ceresole, Peña o su secretaria lo escribieron mal. Supongo que el Mckinder de su infeliz misiva (el apellido aparece en su carta, ¿recuerda?, en forma irlandesa, Mc, y no escocesa, Mac) es nada menos y nada más que Sir Halford John MacKinder (1861-1947), político y geógrafo británico, padre de originales tesis geopolíticas. ¿De veras, Presidente, ha leído Ud. alguna vez, así sea en una noche de insomnio, algo de él? Me imagino que no. Ceresole quizá sí; y no debe haberlo entendido.Su epístola a la Corte, con tales aderezos y con las referencias a la razón de ser de la Institución Armada según el articulo 132 de la Constitución vigente (de la moribunda, ciudadano Presidente; a la cual cita Ud. con respeto cuando le conviene, porque parece que su sentido jurídico es bastante reducido) y al cuerpo mutilado de la Patria, forma parte de la tradicional retórica de los pronunciamientos con los cuales ambiciosos hombres de armas han pretendido arropar su lujuria de poder. La gente que acaricia la Constitución cuando le conviene y la patea cuando le molesta refleja una profunda inestabilidad emocional. Pero, en honor a la verdad, aclaremos las cosas. No pretenda Ud., ciudadano Presidente, pasar contrabando intelectual, mercancía abollada, por las alcabalas de la historia. Así se sienta Ud. vigoroso custodio de las mismas. Vayamos a los hechos, no a sus delirios. Nunca la Patria resultó mutilada bajo Presidencia de civiles. Dando por buenas sus cifras, ¿por qué no ilustró a los Honorables Magistrados sobre la identidad de los culpables de haber vendido la Patria en pública almoneda? ¿Por qué no señaló, con nombre y apellido a esos traidores por acción u omisión? ¿Por qué no mencionó Ud. el elenco de pretorianos segundones que, a fuerza de ceñir la historia de la Patria con un cinturón de balas y de ambientarla con olor a pólvora, la dejaron tan exhausta que ni siquiera supieron, pudieron o quisieron conservarla incólume?. ¿Será, ciudadano Presidente, que hay demasiados soldados, colegas suyos, en el elenco de los protagonistas y responsables de esa tragedia nuestra?. ¿En la pérdida de esos trescientos mil kilómetros de territorio nacional no tuvieron, acaso, la mayor parte de la culpa algunos genios inéditos del arte militar, para decirlo con palabras de Rómulo Betancourt en la primera edición de Venezuela, Política y Petróleo?.

7. No pierda la racionalidad, Presidente. Recupérela, si ya la ha perdido. No haga tales demostraciones de desconocimiento de nuestra historia después de presumir tanto que la conoce bien. En su comparecencia televisiva Ud. retó a un debate ante las Cámaras al Congreso en pleno y a la Corte en pleno. Yo no me considero, como Ud., un experto en historia de Venezuela, pero, visto su gusto por los debates, me honraría mucho un debate sobre nuestro proceso de pueblo por televisión, (en igualdad de condiciones, por supuesto). Querría demostrarle que el militarismo ha sido mucho más, muchísimo más culpable de nuestras desgracias como nación que un civilismo lamentablemente corto en nuestra existencia republicana casi bicenteneraria. De 1830 al año 2000 van 170 años de los cuales, a ojo de buen cubero, 122 corresponden a Presidentes militares y sólo 48 a Presidentes civiles. En esos 48 se incluyen el tiempo escaso de José María Vargas —1—, y los igualmente cortos de Manuel Felipe de Tovar y Pedro Gual —1 y 1—, los 2 del bienio de Rojas Paúl y los 2 de Andueza Palacios, más el año trunco de Rómulo Gallegos. Completan el total las cuatro décadas consecutivas de Presidentes Civiles desde el derrocamiento de Pérez Jiménez hasta la infausta elección de Chávez. (No se toman en cuenta a los co-Presidentes de la Junta del 45 al 47 porque fue una Junta Cívico-Militar). Si se toma en cuenta, además, el tiempo que va de la Declaración de Independencia (1811) al fin de la Gran Colombia (1830), la diferencia aumenta, porque el único tiempo computable a civiles Presidentes sería el del Colegiado efímero de la Primera República, (los dos triunviratos, encabezado por Cristóbal Mendoza) antes de la fugaz Dictadura de Miranda. Dándole a éste —gratia arguendi— 1 año, el total reflejaría 140 años de Presidencias militares frente a 49 de Presidencias civiles. (De esos 49, las últimas 4 décadas, repito, hacen 40 seguidos). Y con Ud., ciudadano Chávez, la cosa aumenta. ¿Quiénes tienen, pues, mayor responsabilidad en las desgracias de la Patria? ¿Los políticos civiles o los militares que han jugado a la política? Para decirlo en lenguaje beisbolero que el Presidente, entiende bien: ¡Buen average castrense! ¡Mal resultado para la Patria!Cuide la sintaxis, Presidente, que en los hechos y en los dichos de los Jefes de Estado las cuestiones de forma resultan a la postre cuestiones de fondo. No se dice, por ejemplo, me alegro infinito, sino infinitamente. Tenga mucho cuidado con las citas latinas. Por si acaso Ceresole o Peña no se lo dijeron, ad libitum es una expresión latina que quiere decir al gusto, al capricho, al antojo. Por lo tanto, decir, como Ud. dice, Ad libitum y a los fines geopolíticos inherentes a la sobrevivencia de un Estado….etc., resulta, por lo menos, una incongruencia. Y las incongruencias a tan alto nivel generan, en el más caritativo de los casos, por motivos distintos, una profunda compasión por Ud. y, de refilón, pero por su causa, por todos los habitantes de esta tierra de Gracia.

La carta del Presidente de la República a la Corte Suprema de Justicia es, pues, además de un atentado a la sintáxis y a las reglas elementales de composición y estilo, un monumento de insensatez y desmesura. Exhibe allí una ligereza y pasionalidad de tan alto nivel que hacen colocar los dichos y hechos más allá de los límites de la semántica: en los linderos de lo inimputable, por la exteriorización de una irracionalidad fundante. Ello es grave. La falta total de sindéresis es preocupante porque va acompañada, en el emotivo desmadre chavista, de un enfoque tubular y deformante de la realidad.

A pesar de la carta, la Corte, gracias a Dios, no se dejó intimidar, y decidió con rectitud e independencia. La decisión de la Corte Suprema de Justicia, además de una acertada visión del asunto sometido a su consideración, resulta, vista la presión indebida e indecente del Presidente de la República, una manifestación de coraje cívico y dignidad republicana que merece el agradecimiento de los ciudadanos con conciencia de tales, en proporción inversamente proporcional al lumpen movilizado y alimentado para el insulto (no sabemos si pagados, como mercenarios) por las fuerzas políticas oficialistas. Mientras algunos contemporizadores cercanos al Grupo Vichy (así llama Enrique Aristeguieta Gramcko a los neocolaboracionistas dentro de COPEI) llegaban al innecesario extremo de decir que no compartían las decisiones de la CSJ —ni la del 13 de abril, ni la anterior— (sin ilustrarnos con las razones de su criterio discrepante), la comparsa agresiva, segura de su impunidad, berreaba una y otra vez, en una especie de circo socio-político Muera Cecilia Matos. Posiblemente lo que querían era manifestar su iracundo deseo del pronto fallecimiento de Cecilia Sosa. Allí el chavismo fundió, una vez más, la ignorancia y la mala fe. Peor que los manifestantes resultó el ilustrado Combellas, que en declaraciones públicas aparecidas en El Nacional del 15 de abril se apresuró a asegurar que la decisión de la CSJ no será acatada por la Constituyente.Las turbas chavistas, además de insultar en la Corte, merodearon sin fin —Ud., Presidente, lo sabe bien— por el Congreso. En el Capitolio, con sus agresiones e intentos de impedir por la fuerza su trabajo a la Representación Nacional el chavismo capitalino ha mostrado sin rubor la expresión más lamentable del delito colectivo organizado en función del disparate pretoriano. Cosas veredes Sancho amigo!. Según la fotografía aparecida en El Universal del 15 de abril, el chavismo duro no transige con un chavismo light. Lo desprecia. Así, debe protestarse por el irrespeto dirigido a algunos recién llegados al Congreso, aunque no recién llegados a la política venezolana (son de largo pedigree puntofijero). En el cartelón que esgrimían pidiendo la muerte de los «corruptos» los nada cívicos manifestantes de la canalla organizada, después de CAP, unos cuantos puestos más abajo, mencionaban, p. e., a Agustín Berríos. Lamentable. Condenable. Eso está muy mal hecho. No se trata de economicismos ni de leguleyerías, sino de coherencia. No saben siquiera con quién o contra quién pelean. Además, el cartelón de marras era de muy mala calidad. La pequeña y mediana industria de la agitación chavista no cuida los detalles de urbanidad ni los de higiene. Su zafiedad y su suciedad corren parejas. El colaboracionismo comienza a sentirlo en su propia piel. A las turbas pagadas les falta por aprender que la grosería y la destrucción no forman necesariamente parte de la identidad revolucionaria.Las fuerzas del cambio chavista lucen mal educadas, peor informadas y pésimamente orientadas. Es verdad que el 6 de diciembre del 98 Chávez fue elegido Presidente para regir democráticamente la República para el período 1999-2004. Fue elegido como Presidente democrático, no como dictador. Ni para que se convirtiera en dictador. Y el ciudadano Presidente, que tanto habla de la voluntad popular, no debería ignorar que el pueblo votó por el mantenimiento del pluralismo en la Representación Nacional, antes de elegirlo a él, en las elecciones parlamentarias del 8 de noviembre. Y votó por el pluralismo y la descentralización con la elección de 23 Gobernadores de Estados. Su capricho castrense no puede pretender sustituir los Estados por las Circunscripciones Militares, ni el impulso federal y descentralizador por la recentralización, ni los Gobernadores por mujiquitas subordinados suyos, atentos más a los deseos del habitante del Palacio de Misia Jacinta que a las aspiraciones de los ciudadanos de sus respectivos Estados.

8. Parece que todo su empeño es por la Constituyente, ciudadano Presidente. Parece que con lo de la Constituyente originaria Ud. hubiera dicho con emoción llanera ¡Voy jugando a Rosalinda!. Modere sus ímpetus. Como bien dijo la reelegida Presidenta de la Corte Suprema de Justicia —en palabras que recoge el 17 de abril, en primera página y de forma destacada, el diario La Religión, decano de la prensa nacional— «lo originario de la Asamblea Constituyente es hacer una nueva Constitución, no disolver los poderes públicos constituidos».Los líos epistolares no se agotaron con el de la Corte. Ni los escándalos con las turbas agresivas en los largos y cotidianos incidentes frente al Congreso. El viernes 16, desde Paris, el diario Le Figaro informaba de una sorprendente carta del Presidente Chávez al terrorista internacional, nacido en Venezuela, Carlos Ilich Ramírez, mejor conocido como El Chacal, quien, es actualmente residente de la prisión de La Santé, donde cumple condena a cadena perpetua por asesinato múltiple en la capital francesa (uno sólo de los hechos de su extenso curriculum). El periódico francés calificó la insólita carta de sibilina. Saliendo a una cita en República Dominicana con otros Jefes de estado de la Organización de Estados del Caribe, Chávez calificó la carta de misiva humanitaria; y añadió que cada quien la interprete como quiera. La prensa venezolana la reprodujo íntegramente el día 17, puntualizando que era una carta escrita a comienzos de marzo, al mes de haber asumido la Presidencia de la República. Esa carta a El Chacal es digna de un análisis psiquiátrico. ¡Para no calificarla de creación impulsada por efluvios etílicos!. (Entre los múltiples defectos que se atribuyen al ciudadano Presidente de la República no figura, ciertamente, por ahora, la dipsomanía).

Uno va de asombro en asombro, intentando conservar la racionalidad política. Intentando hacer crítica racional de patentes irracionalidades. La irracionalidad política es blindada. Y en el caso de Chávez, más aún. A Chávez no lo rodea el equilibrio, sino el desequilibrio: nada de posiciones moderadas; extrema derecha o extrema izquierda; y revueltas ambas en un amasijo pintoresco. (Oportunismos al estilo del MAS no cuentan, simplemente se utilizan como papel toilette). Le gustan, pues, ciudadano Presidente, los extremos. Cuidado. Los extremos entrañan siempre un riesgo existencial. Recuerde aquello de quien ama el peligro perecerá en él. Ud., que gusta tanto de las citas bíblicas, de la letra que no del espíritu de la Escritura Santa. Rúmielo en su memoria. Aprenda, que eso siempre es bueno. Y, por favor, recupere, en beneficio de Ud mismo y de todos, la racionalidad que luce extraviada, perdida, evaporada, aniquilada por su comportamiento guiado por brújula imantada. Con la izquierda o con la derecha, puede, en teoría, desarrollarse —con supuestos de tolerancia y respeto mutuo en la base de la convivencia democrática pluralista— un debate crítico. La polémica supone el deslinde de la posición del otro; la ubicación de la posición contraria, su análisis y juicio. Pero da la impresión de que en Ud. la racionalidad supuesta no existe; que es simple apariencia, cobertura, envoltorio de la nada política. Y si Ud. se abroquela en la irracionalidad y en el hábito nefasto del recurso a la violencia soreliana, la única tarea que frente a Ud. queda al pensamiento libre y democrático, en nuestra propia Patria y en el mundo entero, es la denuncia.9. Personalidades muy conocidas por sus elevadas, variadas y siempre muy distinguidas posiciones en las décadas que hoy se consideran democráticamente oprobiosas, mantienen, para asombro de quienes conocen su elipse en la vida pública venezolana, una línea de análisis de la actualidad nacional que reflejan una cierta estrategia del caracol, que vive dentro de su propia concha. Suelen decir, por ejemplo, respecto a la crisis actual, que se trata de la «metástasis terminal y definitiva del sistema diseñado después de la caída de la dictadura perezjimenista para gobernar en democracia y libertad». Hablan, en alarde forzado de equlibrio, como si las cargas fueran las mismas, de las «polémicas entre el Presidente y los jefes partidistas del Congreso»; de la «radicalización verbal de las actitudes de enemigos y partidarios del señor Chávez». Agregan, señalando una obviedad que sólo resulta tal para lentes chavistas, «el evidente clima obstruccionista que se construye a niveles de opinión pública y desde trincheras institucionales». Claman porque se ponga fin no al debate, sino al juego con el «fantasma del apocalipsis nacional». Ese fantasma, según ellos, es el de la dictadura. Y agregan que es fantasma porque no se dará. Y el argumento madre de por qué no se dará, resulta —aunque no se atreven a decirlo así de claro— de la incomprendida vocación democrática del caudillo de turno. No critican las posiciones contrarias a la descentralización y a los Gobernadores de Estado sostenidas por Chávez y sus áulicos; y, en cambio, deslizan observaciones de albañal que desvirtúan las peticiones de los Gobernadores frente al poder central en relación al FIDES. Esos razonamientos son los típicos de un chavismo light. El entorno humano y político de esas personalidades, que enjuician el país según el meridiano de su protagonismo personal, terminó, por cálculo y arrime, al lado de Chávez en las últimas elecciones. (Algunos de ese entorno están hoy en la alta burocracia oficial). Todo el análisis de ese sector, que nutre su amargura no de su falta de oportunidades (que las tuvieron abundantemente) sino de su falta de éxito personal y de su pérdida de influencia social (más que cultural-política), conduce a considerar como exclusivamente lúcida la búsqueda de nueva legitimidad histórica dentro de un nuevo orden de cosas que nadie conoce. Podría responderse: nuevo orden de cosas, no; nuevo proceso, sí. Pero, no, no existe, en verdad, ningún nuevo orden de cosas. Y en cuanto a lo de nuevo proceso, no tiene, por desgracia, nada de nuevo en la historia venezolana la dinámica del fanatismo personalista, del caudillismo pretoriano conducente a una nueva autocracia. Nueva, en cuanto el autócrata , ni siquiera civilizador como deshonestamente se autocalificó Guzmán Blanco, es, sencillamente, diferente: los rufianes son nuevos porque son, sin duda, otros.El neochavismo, el chavismo light, el Grupo Vichy, el colaboracionismo o lo que aspira a tal, sufre de miopía social e ingravidez ética. No es un problema estratégico, no. Ni siquiera —hasta donde los hechos lo muestran— es un asunto táctico. Tampoco de esa confusión, tan frecuente en la sargentada, de lo estratégico con lo táctico; o de la reducción de lo estratégico a lo táctico. Nada de eso. Es algo más rupestre. Es una visión del país como conjunto de rabias aplazadas. Es una visión del partido (de cualquier partido, porque el Grupo Vichy se nutre del amargo desengaño de antiguas militancias) como bodega de avaricias históricas. Chávez encuentra sus mejores aliados en el empeño de demolición de las instituciones en el enanismo intelectual y moral de aquellos a quienes la agitación del fango del fondo del aljibe hizo subir, por carencia de peso y de principios, a la superficie de las aguas revueltas en la hora en que flotaron las suciedades, los mentecatos y los perversos. Más que la hora de los cambios, parece ser, la actual, por los rostros muy conocidos de los protagonistas y por su lenguaje, la hora de los oportunismos y de los oportunistas. Las campañas ecologistas parece que aún no han proscrito el uso de la piel del camaleón.10. Más que nunca debe afirmarse en esta confusa coyuntura el rescate de la diferencia. Lo que esté con Chávez no está con nuestro ideal de Patria soberana, libre y justa y siempre democrática. Es cuestión de valores. Los que a fuerza de deformarse y deformar ponen el énfasis en lo adjetivo y no en lo sustantivo, buscan, así sea forzadamente, acuerdos en lo procedimental. Con Chávez y su combo no es posible, digámoslo con claridad, una cohabitación a la francesa. Chávez no es un Mitterand. Tampoco es un Chirac. Mucho menos es un De Gaulle. Ni como soldado ni como político. Tampoco las referencias criollas sirven para él. Ni es Bolívar, ni Páez, ni Monagas, ni Guzmán, ni Castro, ni Gómez, ni López Contreras, ni Medina. Ni siquiera le llega cerca a Pérez Jiménez, el último de los dictadores militares, a quien visitó devotamente en su residencia en Madrid, intentando descubrir la moraleja de cómo sobrevivir medio siglo sin oficio y sin beneficio conocido.

Nuestro cambio, el cambio de los humanistas cristianos, digámoslo una vez más, no es el cambio destructor del chavismo. El cambio nuestro es para avanzar, no para retroceder; es para mejorar, no para empeorar; es para corregir, no para seguir equivocándonos y cada vez de peor manera. El humanismo cristiano aspira a humanizar, dignificándolas, las realidades sociales y políticas. Chávez no aspira a humanizar, aspira a embalsamar. Su supuesto bolivarianismo no es el de un Bolivar vivo, sino el de un Bolívar embalsamado. Y un Bolívar como momia resulta un totem para cualquier empeño subalterno. Resulta un totem no en función de una utopía que, aunque equivocada, supondría una grandeza. Resulta un totem degradado, utilería fantasmagórica, tinglado de pesadilla histórica, simple instrumento de una superchería política y militar. El chavismo está operando la degradación homeopática y manipuladora del Padre de la Patria. Porque, aunque no tenga aún la desfachatez de decirlo con crudeza, el hoy Presidente se siente, mesiánicamente, el nuevo padre de la patria. Los mesianismos descastados sólo gestan padrotes y padrastros, no padres verdaderos. El golpista fracasado del 4F olvida que Padre de la Patria sólo hay uno y que el papel del original, en cuanto ya realizado, no admite segundas ediciones de pésima calidad.

El mesianismo chavista está nutrido de nostalgias y de frustraciones. La «democracia» de la cuál Chávez habla como meta a lograr no tiene nada que ver con la democracia real, no es la nuestra. La nuestra supone libertad, crítica, disenso, proyecto alternativo, respeto a la persona, empeño por la justicia, trabajo por el bienestar, realidad pluralista, posibilidad de consenso, afirmación de nuestra identidad como pueblo, búsqueda del bien común. La seudo democracia chavista supone, en el mejor de los casos, en la más optimista de las hipótesis, un régimen colectivo de libertad condicional. El chavismo realizado supone una república deforme, talidomídica y anacrónica, en la cual la totalidad de la sociedad es sometida a la tutela de las fuerzas armadas. El chavismo supone, por tanto, no una República, sino un cuartel. Su cristalización exige la sustitución de la conciencia ciudadana, con el continuo y libre ejercicio de la responsabilidad civil, por el automatismo pavloviano del recluta.

Hay maneras más inocentes de equivocarse que las expuestas hasta el presente por el chavismo light. Y menos dañinas, también. La clara y rotunda oposición al chavismo resulta, así, el único cauce de la convicción y la esperanza democrática.

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