Opinión Nacional

El Gordo Antonini, según Chávez

Me llamó la atención que cuando en una rueda de prensa con
corresponsales extranjeros el pasado martes, el presidente, Chávez, se
refirió por fin y después de un año de iniciado el escándalo del
maletín, a Guido Antonini Wilson, no lo hizo acusándolo de «gordo»
proimperialista, cachorro del imperio, pitiyanqui o empresario
desalmado pervertido por el egoísmo y el afán de lucro, sino de
«traidor».

Ahora bien, «traidor», o su equivalente en cualquiera de las lenguas
indoeuropeas de la cual formaba parte el latín origen de nuestro
español, se le dice a un sujeto que, perteneciendo a una causa,
ideología, partido, religión o secta, se pasa a las filas enemigas y
desde allí contribuye a la destrucción de quienes, hasta días antes,
eran sus camaradas, cofrades y socios.

Observación que nos lleva al hecho, de que si para Chávez, Guido
Antonini Wilson, es simple y llanamente un «traidor», es porque el
mismo Chávez, y algunos de los chavistas que lo protegieron y le
dieron acceso a los ingentes negocios del estado, lo tenían como uno
de los suyos, como un camarada, socio o cofrade, que, aparte de
compartir las ganancias de la compra de casas uruguayas, las
comisiones por la importación de armas, o de la colación de papeles
del tesoro con fines especulativos, era también un militante con el
cual se podía contar para la realización de trabajos peligrosos que en
la jerga revolucionaria también se conocen como «sucios».

Las grabaciones realizadas por Antonini en Miami de sus
conversaciones con Franklin Durán, Carlos Kauffman y Moisés Maiónica,
son de una riqueza invaluable en este sentido, pues, persistentemente
dejan claro que, más allá de la relación de negocios que unía a los
hombres implicados en el «Caso del Maletín», también existía una
afinidad ideológica o compromiso partidista por el que, a unos
militantes o simpatizantes de la causa, se les podía permitir entrarle
a saco a los dineros públicos, si a su vez se prestaban a lo que les
ordenaran desde arriba.

Y aquí nos referimos, no solo a transportar ilegalmente a Buenos Aires
unos piches 800 mil dólares para presuntamente contribuir a la campaña
electoral de Cristina Fernández de Kirchner, sino a trasladar millones
de los verdes para los mismos fines, o cientos de millones para los
distintos clientes que Chávez ha captado en el continente y el último
de los cuales parece ser el flamante presidente de Honduras, señor,
Zelaya.

Porque antes hubo, o sigue habiendo otros, y no todos incursos en
campañas electorales, sino en actividades de otros signos que
necesitan dólares en cantidades que quitan la respiración, y entre los
cuales, era muy conocida la pandilla del Gordo Antonini, quien se
hacía notar -y no precisamente por su volumen-, en reuniones de
estado, brindis o visitas a embajadores, contactos con agentes de
inteligencia, viajes extraños y más extrañas estadías, y toda la
parafernalia con la que gustan rodearse los caudillos que decidieron
entregarle su vida a la redención de los pobres y liberar a la
humanidad.

Solamente en sus andanzas por Buenos Aires, las autoridades argentinas
descubrieron que el hoy vituperado Gordo, realizó hasta 20 viajes el
año pasado, muchos de ellos de unas pocas horas, aunque siempre
rodeado del lujo y el glamour que secundaba sus periplos por el mundo.

Que para ello, Antonini y sus socios, contaban con una flota de
aviones privados, y de yates, y colecciones de Ferrari, BMW, Mercedes,
AUDI, Porsche, y de mansiones, y de apartamentos y de todo cuanto
necesita una casta recién formada de nuevos ricos, la boliburguesía,
ansiosa de acceder a la gloria de los ricos y famosos, pero por
intermedio de testaferros.

De todos es conocido que Antonini, Durán y Kauffman eran habitués del
Gumball 3000, el famoso rally anual para aficionados que organiza la
Ferrari y donde participaban en naves que exhibían la calcomanía:
«Ahora Venezuela es de todos».

Pero también en materia de gastronomía, Antonini y su pandilla tenían
sus debilidades, y así no era raro encontrarlos en «El Bulli» de
Ferrán Adriá en Barcelona, » L´Atellier» de Joel Robuchón en Nueva
York, el «Arzak», de Juan María Arzak en Donostia, y «The Fat Duck» de
Londes, y en el «Cabaña de las Lilas» en Buenos Aires, donde es fama
que descorchaban cajas de «Vega Sicilia» ( 1.000 dólares la botella)
al grito de :»Viva la revolución bolivariana y el líder máximo de la
revolución continental y mundial, Hugo Chávez».

Y tal estado de cosas, era imposible no fuera del conocimiento del
sabelotodo y «ojo pelao» presidente de la República, Hugo Chávez,
quien, aparte de ser el artífice de la política de convertir a PDVSA
en la división de financiamiento de las campañas electorales y de
otros menesteres de sus aliados en el continente, tenía que estar
forzosamente al tanto de los resultados de estas operaciones,
zafarranchos de combate a champañazo limpio, incluidas.

De ahí que en las grabaciones de Antonini a sus compinches, ruedan
una y otra vez frases como, «el presidente lo sabía», o «no lo sabía y
cuando lo supo entró en cólera», o «Ramírez le dijo al presidente que
todo estaba resuelto y ahí se tranquilizó», «o fulano iba a llamar al
presidente, pero no lo hizo porque sabía que lo iba a insultar».

Pero hay otro elemento del juicio de Miami, y escándalo del maletín,
que induce a reforzar la sospecha de las causas reales de por qué
Chávez, en vez de insultar a Antonini como «imperialista»,
«escuálido» o «pitiyanqui», lo trata como «traidor», o sea, como
revolucionario que se pasó al enemigo, y es que, conociendo quiénes
eran los socios del Gordo, Durán, de Kauffman y Maiónica en el
gobierno, no los toca ni con el pétalo de una rosa.

O lo que es lo mismo: que cree, que al igual que él, resultaron
objetos de una traición.

Y desde luego, que nos referimos al presidente de PDVSA y ministro de
Energía y Petróleo, Rafael Ramírez, a los gobernadores de los Estados
Vargas y Cojedes, Antonio Rodríguez San Juan, y Johny Yánez Rangel
respectivamente, y al exrrector del CNE, exvicepresidente de la
República, y actual candidato a alcalde del Municipio Libertador,
Jorge Rodríguez, para solo hablar de unos pocos.

Unos y otros confesamente agentes y socios del Gordo Antonini y de los
otros enjuiciados en Miami, que, obviamente, los utilizaron para la
acumulación de su asombrosa fortuna y hacerlos partícipe, tanto de su
ascenso vertiginoso, como de su estrepitosa caída.

Pero de tales amigos, compadres y miembros del gang, ni hablar, porque
evidentemente, según Chávez, confiaron en un falso revolucionario, en
un canalla que, es cierto, ejecutó tareas peligrosas y estimables para
la revolución, pero luego, cuando fue descubierto, se rajó y pasó al
enemigo.

Por eso, no puede vituperarlo sino de una única e incontestable forma,
como traidor.

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