Opinión Nacional

El gran logro de estas elecciones

El próximo domingo el país estará, de manera irreversible, ante una nueva realidad política. No hay forma de saber con exactitud cuántos diputados obtendrá la unidad democrática en este trance, pero lo cierto es que, con los que obtenga, habrá hecho suficiente para alterar de forma sensible una correlación de fuerzas que ha estado alimentando, de manera artificial, el poderío del gobierno.

Treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta parlamentarios: de menos a más, en mayor o menor medida, será esta una bancada aguerrida, que tendrá que ser escuchada cuando tome la palabra, que integrará las comisiones legislativas y procesará denuncias de la ciudadanía, que eventualmente podrá integrar la directiva del poder público más importante del país y que llevará al hemiciclo los debates y las grandes verdades nacionales que el gobierno está haciendo lo posible por omitir.

Escenario natural, por cierto, para que algunos de ellos desarrollen a plenitud su liderazgo y sus facultades con el legítimo objetivo de aspirar a nuevas posiciones en el mediano y largo plazo.

Gracias a la descomunal metida de pata que supuso retirarse de las elecciones parlamentarias anteriores, el gobierno no sólo se acostumbró a tener una Asamblea Nacional acrítica, automática, obediente, opaca, sin perfiles, absolutamente vergonzosa, que no supo respetar siquiera su propio criterio, sino que, además, el oficialismo, Miraflores en particular, se acostumbró a que tal circunstancia formaba parte de un derecho adquirido.

Por eso es que, en el último cuatrienio, el canal de televisión de la Asamblea Nacional, y su portal web, junto a los ridículos teatros del parlamentarismo de calle que con tanto orgullo promueven, se fueron tiñendo de rojo sin que nos diéramos cuenta. A mí me va a encantar ver esas circenses puestas en escena callejeras que hacían el remedo de una deliberación pública con esos diputados del gobierno asistidos de la paciencia suficiente para escuchar opiniones que les contradigan. Con diputados electos por el pueblo y al menos con parte del público en contra. Ojalá se atrevieran.

Bien: en esta materia, al gobierno se le acabó la fiesta. La débil bancada opositora actual, que se fue formando bajo el goteo disidente de estos años, espera refuerzos: como mínimo, su tamaño se va a triplicar.

El Presidente de la República será respetado cuando le toque visitar el recinto, como corresponde a su investidura, pero deberá olvidarse de aquellas mañanas en las cuales se paseaba por la cámara saludando a sus seguidores en calidad de amo. Acá tendrá que vérselas también con esos venezolanos que legítimamente lo adversan, que tanto detesta y a los que ni siquiera les ha regalado una audiencia en su despacho porque no soporta estar con gente que tenga opiniones propias.

Tendrá Hugo Chávez que hacer sus alocuciones con una parte del público que no estará dispuesto a reírle todos los chistes, que objetará sus cuentas anuales y que, si se pone provocador, hasta se podría retirar del recinto en sus narices.

Y si descuidan, si repican duro, a acompañarlo en el protocolo institucional ­asunto este que le debe estar revolviendo las tripas-, a elegir fiscales y contralores que piensen con cabeza propia El retiro parlamentario de la oposición le hizo creer al gobierno que en estos cuatro años pasados, que entonces estaban por pasar y parecían una eternidad, le darían gasolina para apropiarse definitivamente del país.

Al comienzo del período de sesiones que hoy está culminando, una exultante Cilia Flores proclamó que, en adelante, «no habría excusas» para no mostrarle resultados al pueblo venezolano. Se estaría figurando cómo sería aquella maravilla. La Disneylandia chavista: un Poder Legislativo donde todos están de acuerdo, una especie de agencia para fabricar leyes, al cabo de las cuales brillaría la aurora socialista. Un problema tras otro resuelto; la mayor suma de felicidad posible. 2010 sería el instante en el cual el 80 por ciento del país estaría clamándole en coro a Chávez que gobernara hasta el 2700 en virtud de su eficacia y el brillo esclarecido de sus colaboradores.

Pues se equivocaron. No es así. La ventaja no hace sino acortarse. Estas elecciones serán tan apretadas que tuvieron que salir corriendo a pensar en una ley electoral y un barajo de circuitos que los favoreciera a todo trance. El propio Presidente, ese que cuando anda distendido pretende que le creamos que el poder no le interesa porque él lo que es un pelotero, están pensando en leyes para que sus diputados algún día no se le pasen.

Y ahora, al resto del país que no participa en esa francachela, que quiere discutir los guisos de Pdval, el hampa desbordada y la crisis eléctrica, a los millones de venezolanos que forman parte de la sociedad democrática, los van a tener que oír.

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