Opinión Nacional

El jacobino de Sabaneta

Viendo la desesperación con que el chavismo inventa misiones imposibles, presiona por más billones al Banco Central y articula nuevas artimañas de control tribunalicio como cuando la Revolución Francesa, todo en busca de su ya difícil supervivencia, vale la pena releer «Los dioses tienen sed» de Anatole France (premio Nobel 1922).

En esta novela histórica, escrita en 1912, France describe la realidad de la Revolución Francesa a través de personajes que viven y sufren, captando las costumbres, el clima moral y la mentalidad de la época.

En aquél París de ambiente asfixiante liderizado por Robespierre, se vivía entre el sueño y la realidad, y ya nadie quería oír hablar de Revolución, como lo afirma uno de los personajes:

«Creedme, amigo mío, la Revolución hastía, dura demasiado. Cinco años de alborotos entusiastas, de júbilos inauditos, de atropellos y degollinas, de discursos, de Marsellesa, de repiqueteos de campanas, de aristócratas ahorcados en los faroles, de cabezas llevadas en la punta del un palo, de mujeres subidas en los cañones, de árboles de la Libertad con gorro frigio, de muchachitas y viejos vestidos de túnicas blancas en carros de flores, de encarcelamientos, de guillotina, de raciones, de pasquines, de escarapelas, de penachos, de sables, de carmañolas…!ya es demasiado! Y se acaba por no entender lo que sucede. Ya son muchos los ciudadanos que llevasteis al Capitolio triunfalmente, para precipitarlos enseguida por la Roca Tarpeya: ¡Nécker, Mirabeau, La Fayette, Bailly, Petion, Manuel y tantos más! ¿Quién asegura que ahora no preparéis la misma suerte a vuestros nuevos elegidos? No se sabe.»

La emoción primigenia de la Revolución Francesa se había convertido en escasez, de líderes, de alimentos, de vida, con un desfile de cuarenta a sesenta guillotinados diarios donde se entremezclaban aristócratas y humildes buhoneras.

Era el jacobinismo, movimiento extremista asociado a Robespierre y los miembros del Club de los Jacobinos, caracterizado por su determinación de llevar a efecto la revolución a cualquier costo y sin concesiones. El término, por extensión, es aún utilizado para describir tendencias similares en movimientos de cacofonías revolucionarias.

Algunas históricas características arquetípicas del jacobinismo son el desdén por la voluntad de la mayoría, dictadura por parte de una determinada minoría revolucionaria, Comités de Seguridad Pública como instituciones embrionarias para implementar el terror… Bajo todo ello persistía la idea, derivada de Rousseau, de que las masas no estaban suficientemente iluminadas para llevar a cabo una revolución.

«¿Cómo puede una multitud ciega, que a menudo no sabe lo que desea, porque rara vez sabe lo que es bueno para ella, llevar a efecto para sí misma tan grande y difícil empresa como un sistema de legislatura?»

Por lo tanto era necesario «estar preocupados menos con recoger los votos de la nación que con tener la suprema autoridad en las manos de sabios y fuertes revolucionarios» (Buonarroti).

La idea fue repetidamente expresada (y seguida) por extremistas revolucionarios de los siglos 19 y 20, desde Blanqui («el último jacobino y el primer comunista») hasta Lenin. La analogía entre jacobinos y bolsheviques y de girondinos y mensheviques fue invocada desde el principio. Lenin se refería orgullosamente a sus seguidores como «jacobinos amarrados con la clase trabajadora».

Si nuestros jueces y árbitros (al igual que nuestro jacobino de Sabaneta) tienen sed de dioses, harían bien en repasar la novela de France, no sólo para ver el tiro y la guillotina reservada para Robespierre, también para pesar «los pro y los contra en sus vetustas balanzas» y ver que «eran sans-culottes que juzgaban por inspiración patriótica, y veían como al resplandor de un relámpago la brillantez de la verdad».

Porque si es tan de su agrado la acelerada concisión de la justicia, aplicada con la sencillez de los sentimientos que no yerran jamás (!), deben entonces prepararse para sustituir el solitario sillón del acusado con tarimas grandes y fuertes donde quepan cientos de individuos a la vez, y se hagan juicios a hornadas, con esa ingeniosa simetría que incluye a ricos y pobres, tal como sucedió con Robespierre.

«¡Ya es demasiado! ¡Y quedaban aún traidores y conspiradores! ¡Demasiado, cuando los criminales deshonraban la representación nacional! ¿Qué malvada compasión enternecía el alma francesa? Era preciso insistir, salvar a Francia contra su voluntad, taparse los oídos, cuando se alzaban ya en todas partes voces de misericordia. Los destinos lo habían resuelto. ¡Ay!, la patria maldecía la obstinación de los redentores.»

Pero el jacobinismo inmolador e indiscriminado insistía hasta el punto de que: «Comprende que mi ansia de justicia me haga renunciar al amor, al goce, a las dulzuras de la vida…y tal vez a la vida».

Dentro de aquél desbarajuste donde el líder de un día era guillotinado al otro, los cuatrocientos noventa y un miembros del Consejo General de la Commune se declararon, por unanimidad, en favor de los proscritos, aquellos sentenciados hasta por la simplicidad de darle vivas al rey. La Commune representó la depuración jacobina, mientras Robespierre hablaba y hablaba. Todo terminó el 27 de julio de 1794.

El pasado es un prólogo. Por ello es bien que el corcoveante jacobino de Sabaneta y sus acólitos recuerden hoy también que lo que se llama dictadura fue originalmente una oficina, creada en tiempos de emergencia por la clásica república romana, la cual confería a un solo individuo completa autoridad sobre el Estado y las fuerzas armadas por un período limitado, generalmente de seis meses. Como un rey, esa completa autoridad se ejercía sin control de límites constitucionales.

En la historia reciente, las dictaduras pueden ser de dos categorías: tiranías personales, generalmente respaldadas por las fuerzas armadas, y regímenes totalitarios, donde el dictador es un líder carismático de un movimiento totalitario. Lo aclaramos porque -según dicen en el prólogo- con las dictaduras se pela bola.

El presente es un epílogo. Especialmente para dioses que no saben muy bien qué hacer con la sed…

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