Opinión Nacional

El legado excluyente de Hugo Chávez y la represión estudiantil

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Célebre se volvió la respuesta del canciller Jaua a quienes se quejaban por no encontrar papel tualé en los supermercados: “¡Pero tenemos Patria!” Como era de esperar, fue objeto de chanzas de todo tipo en las redes sociales. Pero su afirmación debe tomarse en serio, pues resume la naturaleza del proyecto político del finado Chávez y ayuda a explicar el por qué de la saña represiva como respuesta a las protestas estudiantiles.

Pero, ¿quiénes son los que tienen Patria? Como para los voceros gubernamentales la oposición es “apátrida”, cabe deducir que la Patria de Jaua no incluye a la oposición o que ésta se ha excluida de ella. No es “concha de ajo”, pues estamos hablando de al menos la mitad del país.

Luego uno se pregunta, ¿qué entiende Jaua por Patria? Aquí hay que elaborar la respuesta a partir del ideario político de Chávez, su inspirador, para quien el concepto de patria fue central. Su campaña de 1998 se basó en la propuesta de “refundar la patria” inspirado en su versión de lo que fue el legado de Bolívar. Esta idea la plasmó como prioridad una vez en Miraflores con la convocatoria de una Asamblea Constituyente que redactaría una Carta Magna “bolivariana”. Esta Constitución, empero, no resultó muy distinta de la de 1961: amplió lo referente a los derechos humanos, el poder legislativo se transformó en unicameral, se introdujo la figura del referendo, se creó la vicepresidencia y se reservó tácitamente la industria petrolera al Estado, entre otras diferencias. Pero los principios que la fundamentan en su título primero, son bastante similares, es decir, no se percibió un proyecto de Patria, encontrado con el de la Constitución anterior.

La verdadera Patria según Chávez

 

Sin embargo, las actuaciones posteriores de Chávez fueron configurando un proyecto implícito diferente. Invocó el carácter épico de la gesta emancipadora para exaltarla como momento estelar de la venezolanidad -cuando el pueblo sacrificó todo por librarse del yugo español- y hacer de ella la referencia para el Hombre Nuevo que forjaría su Revolución: desprendido, solidario y unificado como un todo detrás del bien común por excelencia que es la Patria. Pero este “bien común” supremo, al no responder a la agregación de las aspiraciones de quienes integran la sociedad, se convierte en proyecto particular del Líder, intérprete privilegiado de sus intereses. La voluntad general que recoge esta energía vital del pueblo se sobrepone a los individuos, por lo que el respeto por la pluralidad de criterios y de intereses, la autonomía y equilibrio de los poderes, las garantías a los derechos del individuo, no encajan en su proyecto. La subordinación de los poderes legislativo, judicial y “moral” al Ejecutivo pasó, por tanto, a ser objetivo central de Chávez, quien asumió ser la personificación del Pueblo como poder y, por ende, de esa voluntad general. “Chávez es el Pueblo”, clamaba la consigna, y en realidad encarnaba a un Estado personalista.

El Pueblo no podía incluir a los “apátridas” y, en consecuencia, se arraigó en el chavismo la idea de que “oposición no era pueblo”. Por tanto, no tenía por qué considerarse para tomar decisiones y mucho menos rendirle cuentas o dialogar con ella para buscar acuerdos. Se procedió a demoler las instituciones del Estado de Derecho liberal que aseguraban la igualdad ante la ley para implantar, desde el poder, un apartheid político basado en una visión de Patria reducida a quienes comulgaban con la soflama de su autoproclamado redentor. Ello derivó en un culto a la personalidad enfermizo, todavía invocado un año después de muerto, para arrancar la obsecuencia de las bases chavistas.

Chávez proyectó un imaginario de Venezuela como “fortaleza sitiada” por enemigos al acecho, en torno a la cual había que cerrar filas. Para ello supo capitalizar errores fundamentales de las fuerzas opositoras, como el golpe fracasado de Carmona y un paro cívico nacional, con su huelga petrolera,  que apostaba al “todo o nada”. Según su retórica, no se protestaba a su gobierno; se atentaba contra la Patria representada por la “Revolución”. Ante tal peligro, la lealtad política hacia él de la Fuerza Armada y del aparato policíaco y judicial se convirtió en “deber patrio” y, en nombre de los “intereses supremos de la Nación”, se violaron los artículos 26, 40, 145, 254, 256 y 328 de la Constitución, para hacer de ellos instrumentos de Chávez

Patria y régimen de expoliación

 

Con la institucionalidad destruida desapareció todo contrapeso a la concentración del poder en manos del Presidente y éste pudo gastar a discreción la cuantiosa renta petrolera que entraba al país sin necesidad de solicitar autorización a un legislativo autónomo, ni de rendir cuentas. Se consolidó así un régimen de expoliación, entendido como un arreglo orquestado desde el poder político para el usufructo de esta renta, en desapego a criterios de racionalidad económica. Ello dejó de sujetarse a normas para convertirse en un “derecho” de quienes mostrasen obsecuencia y lealtad hacia los detentores del poder. Es decir, la participación en la renta pasó a depender de transacciones políticas determinadas por relaciones de fuerza cristalizadas en torno a una jerarquía de mando autocrático. Ello prolijeó toda suerte de corruptelas bajo el amparo de la solidaridad (complicidad) “revolucionaria”. Paradójicamente, la prédica “socialista” y de la primacía de lo colectivo sobre lo individual, llevó a privatizar los bienes públicos para provecho sectario, excluyente y discrecional de quienes se identificaban con el proyecto chavista. Aglomeró una alianza de grupos sociales y sectores vinculados al poder, dolientes de este arreglo, que plasmó un sentido de pertenencia en torno al proyecto chavista. Tal identificación y lealtad pudo ser retribuida con la subida sostenida de los precios mundiales del petróleo a partir de 2004.

Como muestra el cuadro siguiente, la distribución directa de renta a los sectores de menores ingresos a través de las misiones se tradujo en una mejora significativa del consumo privado por habitante entre 1998 y 2012, pero sin que ello se sustentase en aumentos en la productividad. Ello contrasta visiblemente con los catorce años que terminaron en 1978, también un período de captación significativa de rentas petroleras, en el que la expansión del consumo privado -aun mayor- se correspondió con una mejora sustancial de la productividad laboral y del salario real. Pero para muchos de los excluidos de la llamada 4° República, la Patria con Chávez había adquirido sentido material: Venezuela ahora les pertenecía y no iban a permitir que los usufructuarios de aquella les “quitasen” su recién ganado status.

VENEZUELA

Variación % de la productividad, el salario y el consumo por habitante

FUENTE: BCV; INE y cálculos propios

 

Chávez blindó ideológicamente su política de reparto presentándola como socialismo (del Siglo XXI), aunque nada tuviese que ver con la liberación de las fuerzas productivas a que se refería Marx. La mejora en el consumo era conquista de su Revolución. Alertaba que los “enemigos” de la Patria -los EE.UU. en alianza con la oligarquía criolla y sectores de la “ultraderecha”-, querían echarla para atrás para recuperar sus privilegios. A través de reiteradas cadenas y del control de los medios, bombardeó a la población con construcciones maniqueas que contraponían a los “burgueses”, parásitos y apátridas, con el noble pueblo, solidario y entregado a la causa “revolucionaria”. La falsa realidad así construida permitió culpabilizar de cualquier cosa a quienes no comulgaban con su prédica y “justificar” su persecución y presidio con juicios amañados. Con epítetos denigrantes, nutrió campañas de odio contra sus detractores y los retrató como “amenaza” a su Revolución, es decir, enemigos de la Patria que él había rescatado. Ello estimuló la organización de “colectivos” paramilitares, reclutados de la descomposición social en que había caído el país, prestos a aplastar con sangre a quienes atentasen contra las bases ”revolucionarias” de su recién adquirida impunidad. La Patria de Jaua resultó así en la complicidad de sectores y personalidades por beneficiarse de un régimen de expoliación que la destruía para el resto de los venezolanos.

El llegadero

 

Pero el reparto clientelar y populista a “manga ancha”, y las corruptelas que proliferaron al amparo del libertinaje “revolucionario”, agotaron los recursos. Empezó a agrietarse la fortaleza chavista desprovista, con la muerte del comandante, del carisma que la amalgamaba. Ante el desabastecimiento, la inflación y la inseguridad, las protestas no tardaron en presentarse, lideradas ahora por el movimiento estudiantil. Bajo la orientación cubana y azuzado por Cabello, Maduro optó por reprimir en vez de rectificar, valiéndose no sólo del uso desproporcionado de la fuerza pública sino también a las bandas armadas chavistas. ¡La Patria/Revolución –es decir, el régimen de expoliación del chavismo- estaba nuevamente en peligro! El gobernador Ameliach ordenó el “contraataque fulminante” en Carabobo y, en reminiscencia de la masacre de Tlatelolco, México, 46 años antes, los “valientes” soldados salieron a dispararles a estudiantes desarmados, con un saldo lamentable de dos jovencitas muertas. Así se cosechaba la campaña de odio sembrada a lo largo de quince años. ¡Cuánto veneno y resentimiento habrá incubado la mente enfermiza del miserable que descargó perdigones a quemarropa en la cara de una muchacha inerme caída al piso!

La ola represiva se completó con unos quince muertos más, decenas de heridos y numerosos detenidos arbitrariamente, algunos de ellos torturados. Maduro mandó a encarcelar a Leopoldo López, prohibió la cobertura de las manifestaciones por TV, expulsó NTN24, televisora de noticia colombiana, y desató una persecución de periodistas, mientras denunciaba que las protestas, lejos de ser legítimas, obedecían a un “golpe continuado” contra su gobierno de parte del “imperio” y la “ultraderecha”. Pero la valerosa grabación de estos terribles acontecimientos por parte de centenares de jóvenes, puso al desnudo, en las redes sociales, la violación extendida de los derechos humanos a manos de las fuerzas represivas del Estado.  

La destrucción de la Patria

El patrioterismo y la barbarie descritas responden fielmente al más rancio recetario fascista, pero Maduro y sus secuaces se desgañitan en acusar a los que protestan de “fascistas” (¡!). Ello no es sólo un ejercicio de proyección, de atribuirle los peores defectos propios al contrario para lavarse de culpas. Representa también la desesperación por cohesionar a sus más radicales huestes. Para el verdadero fascista, la política no es más que “la guerra por otros medios” –invirtiendo el axioma de Clausewitz- y el adversario se convierte en enemigo que debe ser aplastado. Las “guarimbas” opositoras le hacen juego a estas ansias de confrontación. Y, a pesar de haberse trivializado el término de tanto abusar de él, todavía acusar de “fascista” excita los arcos-reflejo de algunos primitivos formados en una cultura de izquierda. Las bandas armadas fanatizadas, el ejército en la calle disparando armas de guerra y lanzando bombas lacrimógenas a zonas residenciales, el blackout mediático y la repetición continua de mentiras para tergiversar lo ocurrido, ¡no son expresiones fascistas porque este gobierno es de “izquierda”! Y en un insólito ejercicio de prestidigitación, auxiliado con simbolismos y categorías que evocan mitos comunistas, el régimen fascista de Maduro consigue la anuencia, o al menos la indiferencia, de gobiernos y/o voceros de izquierda para seguir violando los derechos humanos fundamentales de la población venezolana.

Las fuerzas democráticas han dejado escapar una importante oportunidad para retratar la verdadera naturaleza del régimen de Maduro, permitiendo que se cobije detrás de banderas “anti-fascistas” (¡!) para aplicar medidas que no pueden describirse de otra forma sino de fascistas. La Patria de que se ufana Jaua está hoy hecha trizas, dominada por la anciana satrapía de los hermanos Castro y desgajada por odios y la negación de derechos a la mitad del país. Pero su evocación interesada sigue siendo el último refugio, no sólo de los canallas -como dijera Samuel Johnson- sino de los criminales dispuestos a reprimir y a matar para continuar usufructuando a sus anchas el régimen de expoliación que instalaron. En consecuencia, se rompen relaciones con Panamá, se insulta a su presidente y se chilla contra toda sugerencia de investigar las denuncias sobre violación de derechos humanos en el país, alegando “injerencia en nuestra soberanía” (¡!).

Porque sin democracia, libertad y justicia social, no hay patria.

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