Opinión Nacional

El mazucazo y la mazucamba

La incorporación de un diputado con alias y todo, penado por homicidio, es una desgracia para el país en general, para la Asamblea Nacional y, curiosamente, para el chavismo y para el antichavismo al mismo tiempo.

Para el país es horrible, no solo porque refuerza la tesis de que reina la impunidad, sino también porque, después de todo, la juramentación nos recuerda que ese señor representa a más de 94 mil electores que votaron por él, casi todos muy conscientes de la clase de joyita que siempre ha sido.

Para la AN, como institución, es otro torpedo que impacta franco en su línea de flotación. Por un lado se realizan esfuerzos para depurarla, mientras por el otro ingresan personajes que parecen escapados del Museo de la Mafia de Las Vegas. Así no hay imagen que aguante.

Para el chavismo -en especial para el de tipo silvestre- este acontecimiento es deprimente. En las conversaciones de calle y en los foros digitales revolucionarios se le considera una señal de que la contrarrevolución, envalentonada, viene otra vez en son de caída y mesa limpia.

En cuanto a la oposición, cómo será de terriblemente negativo este sórdido episodio que mucha gente honesta de esa corriente tiene la esperanza de que semejante individuo sea el diputado 99, es decir, que su juramentación forme parte de una maniobra del rrrrégimen para aprobar la Ley Habilitante. De ser eso así, se salvaría la moralidad opositora, pues Mazuco pasaría a ser un oficialista. Amanecerá y veremos, decían hace años en un noticiero de radio.

Sagaces analistas políticos de la contrarrevolución han afilado sus lápices para tratar de imponer esta interpretación. Uno de ellos hiló tan fino que terminó echándole la culpa a Diosdado Cabello. ¿Cómo así? Bueno, dice que se trata de una jugada sucia del presidente de la AN para impedir que se apruebe la Habilitante y fregar a Maduro. ¡Uff!, nadie podrá acusar a este analista de no haberse esforzado para que la fea raya del diputado homicida sea transferida al lado revolucionario del hemiciclo.

¿Nadie, entonces, está feliz con la juramentación del hombre penado por las torturas y el asesinato de Claudio Macías? Claro que sí. Naturalmente, lo está él mismo y también el santón Edgar Zambrano, defensor de los derechos humanos de este tipo de «presos políticos».

La politóloga Eva Ritz Marcano me reporta que también están muy felices -al punto de bailar la mazucamba- Juan Carlos Caldera y Richard Mardo. «Ya nadie podrá decir que ellos son los presuntos delincuentes más connotados que han pasado por la fracción parlamentaria opositora, pues Mazuco les lleva una morena en el terreno penal. Al menos ellos no mataron a nadie -puntualiza Eva. Serán corruptos, pero no asesinos».

 

 

 

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