Opinión Nacional

El monstruo

Las palabras, al igual que la ropa, los peinados o la música, se ponen o pasan de moda. Está de moda, por ejemplo, calificar al gobierno actual de forajido. La palabreja, se repite una y otra vez en artículos y entrevistas, sin que muchos entiendan su verdadero significado. Forajido, según el diccionario, es un malhechor que vive fuera de la ley y alejado de lugares poblados, huyendo de la justicia.

¿Cabe acaso el régimen chavista dentro de esta definición? Si nos limitamos a lo de “malhechor que vive fuera de la ley”, tal vez, pero no en las otras características. En todo caso, si lo que se quiere es destacar la vocación delictiva de nuestros gobernantes, podríamos aplicarles, con mucha mayor propiedad, el calificativo de azotes de barrio. Sin embargo, este símil tampoco nos satisface del todo. Y es que, quienes se erigen en el terror de sus vecinos, los atropellan, humillan, roban, golpean y hasta asesinan; no tienen ni pretenden tener ideología alguna. Su propósito es vivir a costa de los demás, mediante el uso de la fuerza bruta y, de paso, experimentar el placer de sentirse todopoderosos. Pero no hemos sabido de ningún azote de barrio que se pretenda líder de una revolución. Lo que no quita que, supuestos revolucionarios se comporten como azotes de barrio.

Forajido no es el único calificativo que los opositores aplican al actual gobierno. Muchos lo consideran comunista, pero al estilo de Fidel, y no vacilan al predecir que, dentro de poco, seremos una segunda Cuba. Tienen a su favor la importación acelerada de mercancías traídas de esa Isla, entre ellas, los médicos, entrenadores deportivos y alfabetizadores. Conste que no somos nosotros quienes los colocamos en esa categoría; es Fidel Castro quien reduce a sus súbditos, al nivel de bienes transables: ¡Tú me mandas petróleo y yo te mando gente, mi sangre!

Para aquellos que sufrieron en carne propia las consecuencias de la barbarie nazi o los excesos deshumanizadores del fascismo, en Italia, Chávez es la reproducción de Hitler o de Mussolini, según los casos. Tienen razón pero solo en parte. Ambas ideologías se basaron en la superioridad de un grupo humano por encima de los demás. El nazismo llevó esta prédica hasta el extremo de eliminar físicamente, a millones de personas a las que consideró de razas inferiores. Mucha gente se pregunta aún, cómo pudo ocurrir semejante catástrofe, sin que hubiese alguna reacción compasiva entre los cultores de aquella ideología. La explicación es muy simple: ¿Siente alguien remordimientos al aplastar a una cucaracha? Evidentemente no, entonces basta con rebajar a determinados sectores o grupos de personas, al nivel de cucarachas y fuera escrúpulos. ¿Se parece esto a lo que vemos y oímos en cada “Aló Presidente” y en todas y cada una de las sesenta o setenta cadenas que Chávez nos atapuza cada semana? Claro, aquí ni llegamos ni llegaremos a los campos de exterminio ni a los fusilamientos masivos ni a otras formas de genocidio fríamente calculado. Apenas algunas acciones de nazi fascismo tropicalizado, como los vejámenes al cuerpo presente del Cardenal Ignacio Velasco o los atropellos a niños y mujeres en los campos petroleros. Opositor al régimen, raza inferior y cucaracha, es más o menos lo mismo.

Si se me permitiera decir a qué se me parece este gobierno, diría que al de Evita Perón (ojo, dije Evita y lo sostengo) Me siento avalada por aquella escena de Evita, lanzando al piso su abrigo de armiño o de visón blanco, cuando vio a una madre, con sus niños, pidiendo limosna a la puerta de un teatro. Más o menos Chávez cuando, entre subida y bajada de su avión de 70 millones de dólares, se conduele por los pobres de los cuales él es uno más.

¿Nazi, fascista, comunista, peronista, forajido? Si algo podemos dar por cierto, es lo difícil que resulta definir a este régimen que el Señor nos dio como castigo. Me parece haber encontrado una aproximación, en la definición de monstruo que hace el escritor uruguayo Alonso Miranda. “El monstruo se parece a la máquina, el monstruo compone, suelda, anuda partes de diferente naturaleza y origen, hasta coagular la figura final multiestilística de un organismo complejo….” De pronto, tenemos a mano la posibilidad de ser comprendidos por los analistas, dirigentes políticos o funcionarios extranjeros, que no entienden por qué el deseo natural de cambiar a un mal gobierno (que en cualquier país normal se resuelve con unas elecciones normales) adquiere en Venezuela, niveles de franca desesperación. Es que este gobierno, les diríamos en lo sucesivo, es el resultado de colocar en una licuadora: un poco de nazifascismo, otro de castro comunismo; un litro de lágrimas de cocodrilo de Evita Perón; un puñado de la revolución verde de Kadafi; unas cucharadas de Sadam Hussein; porciones generosas de Tirofijo y del Mono Jojoy; una edición de bolsillo de la Constitución Bolivariana y un simulacro de democracia interna en el MVR, convertido en un espectáculo más grotesco que los que ofrecían los Partidos del punto fijismo. ¿Qué otra cosa sino un monstruo puede ser el resultado? ¿Entienden ahora?

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