Opinión Nacional

El niño y la paz

El 8 de diciembre de 1988, cuando concluía el séptimo proceso electoral, en el más largo ensayo democrático de Venezuela, nos aprestamos a enfrentar la realidad, esperando la ejecución de los planteamientos expresados por el para ese entonces, presidente electo Carlos Andrés Pérez. Esperábamos entonces que transcurrieran unos días de paz, luego de una belicosa campaña electoral, donde se tocaron aspectos de gravedad antagónica y peligrosas, como el terna del diferendo con Colombia sobre el Golfo de Venezuela, mientras tanto, hablábamos de paz y guerra, en casos cómo el nuestro, bajo un clima de democracia. Mientras que en otros países como Argentina, soplaban fuertes vientos hacia su ruptura democrática, entonces aspirábamos a seguir al frente de los países con régimen democrático de tradición y trayectoria en América Latina.

Mientras tanto en el mundo, como hoy, surgían casos de intranquilidad, que nos hacían entender la constante preocupación que siempre se han planteado por descifrar las incógnitas que presentan los fenómenos naturales y más aún los producidos por la acción consciente o inconsciente del hombre.

Entre muchos, el fenómeno de “la guerra” se hizo natural, como resultado de la violencia que acompaña a toda disidencia o pugna entre personas o grupos, la cuál llega hasta la participación militar mediante choques de bandos, pueblos, Estados, regiones o bloques.

La guerra, considerada como lo hizo Clausewitz, “…la continuación de la política por otros medios”, al ser esta última la envolvente que maneja el desarrollo de los pueblos y dentro de ellos la actividad del hombre como animal político, ha plenado la historia de todos los pueblos. Por fortuna, simultáneamente, aparece también la paz como otro fenómeno, social y natural, que nos hace creer que existiera un conflicto en la mente humana, que añora la paz y busca la guerra, apareciendo así la beligerancia en pequeña, mediana y grande escalas.

Diera la impresión, que el país que no está en guerra, luchara por encontrarla y, a la vez, le teme a su presencia. Así las cosas, se prepara para enfrentarla y destina a ello la mayor o una muy importante masa de sus recursos, sin importar el hambre, la pobreza ni la miseria en que vive gran parte de la población.

Como gran paradoja, todos los Estados se esfuerzan también por lograr la paz, aunque para ello crean que es necesario prepararse para hacer la guerra, y al efecto considerar a ésta como un recurso de defensa; es decir, la justifican como una necesidad política para mantener la paz como la mejor garantía de seguridad, criterio hoy desechado.

Hoy, a veinte años de esta reflexión, pareciera que Venezuela estuviera ante un espejo, cuyo reflejo o refracción solo nos mostrara lo malo y dejara a nuestro intelecto escoger la mejor versión política. Vemos como Venezuela enfrenta junto a Argentina y Colombia, situaciones críticas cuyo enlace parecieran ser de continuidad, ante la voluntad de un ser humano cuyo culto a la personalidad no lo deja verse en el espejo del país, pareciendo que poco le importa el destino de todos los venezolanos.

Para el momento de la reflexión (1988), ante la coincidencia que queremos reflejar, en niño uruguayo de 11 años Ernesto Riveiro es invitado por el líder soviético Míjail Gorbachov para que visitara a Rusia en agosto de 1989, como respuesta a una carta que éste le enviara, acompañada de un dibujo, donde expresa su inquietud, que según él, “es de todos los niños de la Tierra, por la paz mundial”.

El niño Riveiro se inquietaba, al considerar que: “La paz es importante para el hombre, para desarrollar su cultura y fortalecer sus economías,… para los niños que, por lo general, somos las victimas de las guerras y los disturbios, como sucede hoy en muchas partes del mundo”
En su misiva, este infante para entonces, hoy integrante de esa juventud que se esfuerza en el mundo por cambiar las ideas guerreras por las de paz, llama la atención de todos los que creemos que sus ideas conceptuales son coincidentes con quienes preferimos el mensaje de paz como el gran ideal para lograr la seguridad en el mundo.

Hemos mantenido el título de “el niño y la paz”, para poder referirnos al mensaje que surge en el día de Navidad, cuando el Niño Jesús representa la idea del bien contra el mal, que ojala se insufle en la mente de los líderes de todos los pueblos de la tierra, para que perciban y orienten sus ejecutorias hacia los cambios que sobre los conceptos de paz y seguridad se gestan en el mundo. Basta ya de la locura del poder excelso. De la gestión y el deseo del poder por el poder y la subyugación. Si bien es cierto que los pueblos y el mundo requieren de un guía que los conduzca por el bien y la felicidad, Jesús es el ejemplo de la perfección para la eliminación del “imperio del mal”, eliminando los “humores hegemónicos” para que impere la paz en los hombres de buena voluntad.

“FELIZ NAVIDAD”

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