Opinión Nacional

El Nóbel de la estupidez

Tiene que ser muy estúpido quien en pleno inicio del siglo XXI, específicamente cuando casi llegamos al final de su primera década, pretenda ponerle límites u obstáculos a la libertad. En especial a la de comunicarse o a la de opinar.

A una velocidad demencial, la creatividad del ser humano inventa artefactos, tecnologías o innovaciones a lo ya existente, que permiten extremar las comunicaciones. Y para desgracia de los adoradores del “Big brother” de Orwell, los venezolanos históricamente hemos sido de los primeros consumidores y manejadores de cuanto artilugio en el área de las comunicaciones salga al mercado.

La estupidez del despropósito antilibertario en el país de los libertadores coincide con los terribles trabajos que pasa el despotismo cubano para impedirle a los acoquinados antillanos que mediante artesanales antenas parabólicas puedan captar canales de televisión extranjeros y de enteren de la realidad en el mundo. Sí los pobres cubanos, que creo jamás han conocido libertad de expresión plena, y que llevan mas de cincuenta años sometidos a la dictadura de un periódico único, un partido político único, una televisora y radio únicas mantienen viva la natural disposición humana a vivir en libertad y sin tutela de nadie. ¿Sí cincuenta años de represión criminal, de negación de los más elementales derechos humanos no han podido matar en el alma cubana la propensión al libre albedrío, que puede esperarse de los venezolanos?
Acabamos de ver los vaporones que acaban de pasar los asesinos totalitarios en China para tratar de impedir el recuerdo de la monstruosa matanza de Tiamnamen, que a veinte años y a pesar del chantaje económico que el neoimperialismo chino ha tratado de imponerle al mundo, no está lejos el día en que sean juzgados por ese crimen brutal.

Estúpido igualmente es celebrar como una victoria el que se haya “levantado” a Cuba el veto para reingresar a la OEA. El cobarde gobierno cubano no se atreverá a someterse a la Carta Democrática ni a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de la misma forma en que Chávez tiembla cada vez que oye nombrar a la Corte penal Internacional, y con palabrotas y risotadas pretende esconder el escalofrío que le recorre por la espalda al pensar que todos sus crímenes sean juzgados por jueces a quienes no controle.

El colmo de la estupidez es no querer o no poder comprender que el socialismo, ese eufemismo para no decir dictadura totalitaria, puede derivar en algo distinto al fracaso, a la ruina y al atraso. Cuba es precisamente el mejor ejemplo. Precisamente es Cuba el país llamado a ser la primera nación del Caribe en prosperidad, y si no fuera por la habilidad para mendigar o chulear de los Castro, ya hubiera superado a Haití como la más pobre en el área caribeña.

La obsesión socialista y totalitaria de Hugo Chávez en pleno siglo XXI lo hace candidato ideal para iniciar la entrega del Premio Nóbel a la estupidez.

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