Opinión Nacional

El ocaso del mesías

Es interesante el estudio de las personalidades mesiánicas. Cómo emergen y cómo se pierden por su mismo mesianismo. Cómo actúan de manera tan predecible y cómo es de predecible su caída. Lo que los hizo subir, los hace bajar: todos se estrellan contra sí mismos.

El primer error es creerse infalibles. Piensan que pueden hacer cualquier cosa, que como los «dioses» están de su lado, todo les va a salir bien. Y esto es así con los «dioses» de cualquier panteón, da igual que sea Olimpo, Yoruba u otro.

El segundo error es creerse imprescindibles. Es la historia repetida hasta la saciedad de que nada funcionará si no están ellos, en el mejor estilo de Luis XV, «después de mí, el diluvio», que la mayoría de las veces es interpretada como la prefiguración de la Revolución Francesa que ocurrió quince años después de la muerte del rey, y no como lo que realmente fue, el manifiesto soberbio y ególatra de una personalidad mesiánica. De hecho, hay quienes piensan que la frase ni siquiera es de él, sino de su amante, Madame de Pompadour.

Dentro de este marco de conducta, los mesiánicos insisten en la necesidad imperiosa de permanecer para siempre en el poder. Por supuesto, esto viene soportado por una estructura de incondicionales y jalamecates que saben sacarle provecho a su personalidad, y le dicen y repiten que él es el «único»… Tenemos un triste récord en nuestra historia de «felicitadores», como los llamó Pío Gil, y «felicitados». Con razón decían los chinos que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad, incluso para quienes la inventan. Fue la estrategia que usó Goebbels para la propaganda del Tercer Reich.

El tercer error es no escuchar. El cuarto es no rectificar. El quinto es no medir consecuencias. Y la lista sigue y sigue. Cuando se conoce al mesianismo de uno, se conoce al mesianismo de todos.

El Presidente Chávez, por desgracia para todos, es un mesiánico. Por eso actúa como actúa. Abre fuego contra quien le place, enfila su artillería pesada contra quienes considera sus enemigos, no importa si son reales o imaginarios, incurre en errores y busca problemas, porque cree que haga lo que haga, todo le va a salir bien. Por eso tomó una medida tan impopular como cerrar RCTV. Por eso pide beligerancia para las FARC, un grupo terrorista repudiado en todo el mundo civilizado. Por eso fue a visitar a Saddam Hussein. Por eso le escribió la carta al Chacal. Por eso se siente con facultad de opinar, interrumpir, intervenir y hasta insultar a quien sea, de jefes de estado para abajo. Por eso toma decisiones «dominicales» que comprometen al país. Y todo esto aderezado con profecías de lo que sucedería si él, el «imprescindible», faltara. Profecías que harían palidecer de envidia a Nostradamus por lo truculentas y a Juan de Patmos por lo apocalípticas.

Un gran hombre como Napoleón Bonaparte hubiera vencido y tal vez hoy el mundo entero estuviera hablando francés si no hubiera sido por su carácter mesiánico. La invasión a Rusia fue el gran fracaso del imperio napoleónico y lo que precipitó su caída. Casualmente, otro mesiánico, Hitler, perdió su imperio también en Rusia. No creyó que le pasaría lo mismo que Napoleón.

El mesianismo de Hitler es quizás el más patético del siglo XX: 18 días antes de suicidarse, entró en euforia total cuando le llegó la noticia de que el Presidente Roosevelt había muerto. «Murió Satán», dijo. Para él, era la señal más clara de que ganaría la guerra. Dicen que hasta bailó de la felicidad, y sus colaboradores más cercanos no podían creer que en verdad pensara eso. Otro tanto sucedió cuando la noticia de su euforia llegó a los servicios de inteligencia aliada, pues muchos pensaron que se debía a que tenía la bomba atómica. No podían creer que fuera tan estúpido de pensar que podía ganar la guerra sólo porque el «diablo» se había muerto, cuando los rusos estaban a menos de 10 kilómetros de Berlín… ¡Qué casualidad que para Chávez el presidente de los Estados Unidos sea también el «diablo»! ¿Será que el «olor a azufre» los obnubila?…

Lo que estamos viviendo va más allá del principio del fin… Los mesiánicos siempre precipitan su ocaso…

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