El “Odiómetro”

Parecería que los aspirantes a ocupar las posiciones superiores en nuestros poderes públicos son evaluados a través de una especie de “odiómetro”, que mide el resentimiento como la más valorada cualidad para merecer el puesto. Quien hace la selección sabe bien como movilizar este sentimiento para sus propios fines. Encaja en su propósito de llevar a los ciudadanos a odiarse unos a otros. ¿Tendrá en sí aquella inspiración de “el odio alimenta mi alma…no necesito nada más…?”.

Así, el inicio de la Asamblea Nacional estuvo matizado por la arenga de su nuevo primer dignatario, quien prometió darle ”carajazos y carajazos a esa oposición escuálida”. Con esas afables palabras, el nuevo ínclito dio las primeras demostraciones de lo acertada que había sido su escogencia. También dio claras muestras de incompetencia para el cargo, que produjeron desasosiego entre sus propios camaradas. Pero no fueron ellos quienes lo escogieron.

Peligroso ejercicio, éste de presionar el antagonismo político hacia el enfrentamiento irreconciliable. El siglo XX ilustra generosamente la tragedia que puede derivarse de cultivar el odio entre paisanos hasta convertirlo en categoría cultural de una sociedad. Entre los ejemplos hay uno muy claro que habla nuestra propia lengua: el de la Guerra Civil Española. Los resentidos extremistas, en aquel caso tanto de derecha como de izquierda, siendo en  su conjunto una minoría, arrastraron al país entero a la hecatombe; a la muerte de más de 600 mil españoles y a la desolación de la nación por décadas.

Ojalá entre nosotros prevalezcan los valores de tolerancia y convivencia -puestos a prueba exitosamente luego de las insurrecciones de los años sesenta- y, por supuesto, bienvenidas también serán aquellas voluntades que no teman saltar las talanqueras de la intransigencia y el fanatismo.

Economista UCV

Postgrado en Ciencias Administrativas, Londres y Economía de la Investigación y Desarrollo, París.

Ejecutivo de Petróleos de Venezuela S. A., jubilado Consultor privado