Opinión Nacional

El parto de los montes

Cuando el mismísimo comenzó sus rabietas pendencieras contra la oligarquía de El Cafetal y de Prados del Este, por allá en el 2002, vimos un claro acto de suicidio político. Sus nuevos asesores cubanos no preveían en aquellos días tumultuosos del paro cívico, que los improperios contra la clase media venezolana se convertirían con el tiempo, en el mayor déficit estructural de su gobierno. Si formar a un Gerente Público requiere de unos 5 años de pre-grado, unos tres de post-grado, y una experiencia laboral de 3 a 5 años, entonces el mayor proveedor de gerentes públicos son los sectores medios, que incluyen, según Miraflores, hasta los más “oligoi” de Petare y Filas de Mariche. Desde entonces, trabajar en el gobierno se convirtió en una “raya”.

Claro está, hay quienes piensan que trabajar para el Estado Venezolano (así con mayúsculas) no es ninguna raya: “El Estado somos Todos y debemos trabajar juntos por el País”. Sin embargo, quienes así lo afirman lo dicen mejor si uno se los dice primero, para después declarar cual murmullo de confesionario “yo sigo trabajando en el ministerio de Diosdado y ahí las cosas están de terror”. Pues sí, el Estado dejó de ser de Todos para ser del gonfalonero de turno. Si los Diosdados y los Jesses hicieran su trabajo, otra cosa cantaría, porque la raya no es trabajar en el Estado. La raya es trabajar en ministerios ineptos y empresas quebradas, dirigidas por caricaturas de gerentes y sus secuaces. “No se olviden que el sábado es la marcha hasta el balcón del pueblo y los quiero rojo rojitos”. Tremenda raya.

El problema central es que un gobierno típico de la mejor oclocracia con un jefe autócrata como éste, sólo puede mantenerse en el poder por dos vías: a) mediante una exitosa gestión pública, donde las demandas populares sean “desactivadas”, a lo Ernesto Laclau, por los órganos institucionales del Estado; o b) mediante un acérrimo control de los canales de expresión popular y de las organizaciones que le dan asiento a la participación política. En otras palabras, si no logras contentar a la gente con lo que haces, entonces enciérralas en sus casas. Ahora queda más clara la importancia de aquella raya. En la medida que sigan desmantelando al Estado de su plantel profesional (si es que aún les queda alguno), y aumente su incompetencia de gestión pública, el escenario de represión masiva y abierta aparecerá con más nitidez en el horizonte gubernamental, porque la selectiva y “cerrada” hace ya un tiempo que está entre nosotros.

Eso parece que nos dejaría en un túnel sin salida, si lo vemos de brazos cruzados desde la galería: “si ellos lo hacen bien, difícil que ganemos una, y si lo hacen mal, entonces no ganaremos más”. La revolución vino para quedarse por las buenas o por las malas, y no se piense que esto ha sido por diseño. La lógica del poder los llevará a ello como una canoa sin remero hasta el borde del río. Sabemos que las cosas en política no tienen esa determinación. Pero conociendo como son los revolucionarios de mantel bordado y copitas de cristal, la hipótesis del río no es nada despreciable. La gestión pública se les viene abajo (¿tendrán alguna?), y esto es algo que repiten hasta en Puente Llaguno. Por eso algunos “analistas” de taberna han señalado, regodeándose con las manos, que el Gobierno tiene sus días contados. “Cuando ya no tenga más que repartir ni más con qué comprar, caerá como una barajita”. Lo que no esperan es que serán más que barajitas lo que puede caer sobre sus cabezas.

No obstante, en el escenario de la represión, hay un posible y muy real desenlace: que la revolución sea tan deficitaria en la “gestión de la represión” como en la gestión pública, y la cosa no es muy difícil de imaginar. La “chimbonería” parece ser el signo del gobierno, y por más mal castellano que usen cuando gritan “así es que se gobierna”, es muy probable que las cosas resulten un verdadero “parto de los montes” como la fábula de Esopo. Tal vez los tipos no sean tan buenos como se supone y el héroe del museo militar aflore con todo su esplendor. ¿Y saben qué? La posibilidad de ese resultado se está construyendo todos los días, en todas las actividades de la vida pública y a todas las escalas del territorio patrio. Si sigue la organización como va, con toda la fuerza de las convicciones y de la esperanza en el futuro, si llega la hora de las definiciones y de las carreras, les aseguro que el mismísimo resultará un simple ratón. Palabra de oligarca.

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