Opinión Nacional

El peor despotismo

Raras veces en la historia del mundo, la libertad y la equidad han aparecido juntas y en equilibrio. Los tres principios de la Revolución Francesa –libertad, igualdad y fraternidad- con frecuencia se han enfrentado. El liberalismo capitalista generó libertades políticas de indiscutible y definitivo valor, pero negó a la mayoría (cerca de los dos tercios de la población mundial) una efectiva participación en su disfrute, al mantenerla en condiciones de pobreza y dependencia. Por el otro lado, el comunismo leninista y estalinista implantó en una parte del planeta una ruda aproximación a la equidad social, pero aplastó la libertad personal y todo verdadero derecho político y ciudadano. En el primer caso, la libertad perdió su sentido pleno al convertirse en privilegio minoritario; en el segundo, las iniciales reformas justicieras fueron anuladas por los privilegios de una nueva clase propietaria del Estado y de los medios de producción estatizados. Pero en el caso de una opresión económica liberal, por lo menos sobrevive el derecho a la protesta y la disidencia como vías hacia una emancipación social futura, en tanto que la opresión política y policial de tipo estalinista (como la fascista) amenaza con matar toda esperanza. Por ello, entre los dos despotismos –el económico capitalista y el político comunista- este último es sin duda el peor.

A nivel mundial, la democracia social o socialdemocracia, plasmada en la Internacional Socialista a partir de 1950, asumió el papel de “tercera fuerza” entre el capitalismo y el comunismo, denunciando ambas formas de opresión por igual. Sin embargo, a la hora de insertarse en la realidad política bipolar (guerra fría), la gran mayoría de los demócratas sociales optó por considerar al bloque occidental como el menor de dos males. La democracia representativa del Occidente, pese a imperfecciones y complicidades, ofrecía espacios de movilización y lucha por una liberación completa y auténtica, en tanto que el estalinismo y el neo-estalinismo sofocaban toda disidencia.

Esa actitud la compartieron los demócratas sociales de Venezuela a partir de 1958-59 cuando el país inició la más gloriosa época progresista de su historia. Su opción por una sociedad libre y abierta –sin la cual el avance hacia la igualdad y la justicia es imposible- se manifestó sobre todo en su respeto a toda opinión disidente y a la libertad de expresión y de prensa.

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