Opinión Nacional

El perro que se muerde la cola o ¡cómo cambian los revolucionarios!

Al movimiento estudiantil venezolano

Los pensadores revolucionarios iluministas del Siglo XVIII, de los que se tomaron las ideas para sustentar los diferentes procesos revolucionarios que terminaron con el denominado ancien régime, se caracterizaron por ser pensadores críticos-negativos, racionales-científicos y utópicos-prácticos.

Fueron revolucionarios críticos-negativos porque se enfrentaron a una realidad a la que cuestionaron muy severamente. No sólo formulaban críticas, sino que éstas eran siempre negativas frente a los abusos del poder monárquico y a la manifiesta irracionalidad en el que se sustentaba. Fueron revolucionarios racionales-científicos porque oponían a los valores metafísicos y los dogmas de fe (que por su naturaleza son absolutamente indemostrables) la fuerza de la ciencia y de la razón humana. Y por último, fueron revolucionarios utópicos-prácticos pues se atrevieron a soñar con la utopía de una sociedad distinta, de unas relaciones entre el poder y los ciudadanos diferentes, pero no se contentaron con ello y llevaron a la práctica, a los hechos, sus ideas, consolidando con ello un nuevo poder que es el que dio nacimiento a una nueva forma de sociedad.

Por supuesto, cuando ya estos revolucionarios (o mejor dicho, quienes les siguieron) se consolidaron como la nueva clase dominante (en sustitución del poder monárquico) modificaron su pensamiento, que pasó de ser iluministas a (en grandes rasgos) positivista. Esto es, en vez de ser el nuevo pensamiento crítico-negativo, racional científico y utópico práctico, comenzó a ser sólo racional, científico y práctico.

La razón fue muy sencilla: A quien ha luchado por consolidarse en el poder y ha logrado su objetivo no le interesa que existan pensadores críticos-negativos, ni formuladores de «peligrosas» ideas o utopías diferentes. O lo que es lo mismo, al «revolucionario», cuando gana en sus luchas, no le gusta que le cuestionen ni que le critiquen y, por supuesto, se sirve de su recién adquirida autoridad para controlar cualquier manifestación contra su poder, incluso con el abuso de la fuerza si es necesario.

El poder, así entendido, se convierte (como nos ocurre hoy en Venezuela) en un fin en si mismo y deja de ser una herramienta para el logro del bien común.

Y es que ¡qué diferentes son los «revolucionarios» cuando se montan en el poder!. Cuando son «revolucionarios» son amigos de la noche, de las conspiraciones y del secreto. Mientras no gozan de las mieles del poder cualquier actuación de la autoridad les parece arbitraria y desmesurada. Temen a las botas militares y a los policías. Mientras son revolucionarios, y jóvenes, estudian y se preparan, y siempre están dispuestos a dar la batalla en el campo de las ideas, aman a los poetas y a los músicos libertarios y se complacen en llamarse excluidos. Gozan de cualquier atisbo de clandestinidad. Cubrían sus rostros para protestar y no vacilaban cuando lanzaban panfletos en cuarteles, ponían uno que otro niple o lanzaban piedras, mezclas molotov o cualquier otro objeto contundente a los policías.

Cuando los «revolucionarios» son «autoridad», todos sus actos les parecen (por abusivos que sean) perfectamente razonables. Ya no disfrutan de los «secretos» ajenos (sólo de los propios), disfrazan de legalidad cualquiera de sus desmanes y no dudan en utilizar el aparato del poder para controlar a la disidencia. Cuando un «revolucionario» llega al poder le coge el gusto los uniformes y «redescubre» a la policía y a la persecución penal como mecanismos «revolucionarios» y «del pueblo» (¿?) para el control de quienes se les oponen. Cuando un «revolucionario» llega al poder le pierde el gusto a la poesía libertaria y condena cualquier expresión artística que le suene a «subversión». No vacilan en ser maniqueos y en etiquetar como «peligrosos» a los pensamientos libres y condenan cualquier manifestación, encubierta o no, que ponga en peligro sus planes de hegemonía. No permite que en la academia se discutan ideas «peligrosas» y si, sin querer con ello promover la violencia, un estudiante exaltado se encapucha y lanza alguna piedra en una manifestación contra los cuerpos armados no es visto como ellos se veían a sí mismos, como supuestos «luchadores sociales», sino como un terrorista o un alborotador.

Muchos de más los jóvenes no lo recuerdan o no lo vivieron, pero las protestas de los ochentas en la UCV eran tan regulares (como regulares eran los abusos que se cometían contra los estudiantes) que la ciudadanía caraqueña ya sabía que había días específicos de la semana en los que había que tomar previsiones para evitar que las trancas por las manifestaciones nos retrasaran. Llegó a decirse incluso con sorna que en la UCV los jueves en la tarde se impartían las materias «Quema de Cauchos I», «Disturbios Avanzados» y cosas así.

Sin embargo, ahora que estos mismos «muchachos», los que desde los años sesenta impulsaron los movimientos «revolucionarios» y subversivos en Venezuela, están en las altas esferas del poder (y esto lo reconocen ellos mismos con orgullo), su postura frente a quienes piensan distinto a ellos no puede ser más similar a las de aquellos contra los que se levantaron en su momento. Ahora que son autoridad hacen con quien disiente lo mismo que antes les hicieron a ellos. Se muerden la cola pues.

El manejo gubernamental «revolucionario» de las manifestaciones de la ciudadanía en pleno contra el cierre (si, señor Ministro del Poder Popular y otras hierbas aromáticas, cierre, y no simple «cese de la concesión»), y muy especialmente, la respuesta de la autoridad frente las manifestaciones de los estudiantes universitarios no pueden ser más reveladoras.

Primero, como ya hemos visto, se empieza por la negación. Ninguna manifestación pacífica y multitudinaria de la oposición es vista como tal, sino como un esfuerzo de «grupos minúsculos» para «desestabilizar» al país. No se ve en las voces de los miles de venezolanos que han salido a manifestar más que un intento «golpista» promovido siempre por intereses ajenos a la venezolanidad. No se nos ve como ciudadanos que ejercemos nuestros derechos, sino como ejecutores ciegos de los designios del «imperio». Los lesionados y heridos no están entre los ciudadanos, sino entre los «dignos» (y cuantas más comillas mejor) funcionarios de la ley que se prestan estúpidamente, y contra lo que decía el mismo Bolívar, a levantar sus armas contra el pueblo. La culpa de los hechos no la tienen los desmanes gubernamentales, sino los supuestos «alborotadores de oficio» que no tienen derecho a ser escuchados, aunque sean, como en el caso del cierre (si Ministro, CIERRE, con mayúsculas) de RCTV, más del 80% de la población.

Después, de la negación se pasa, de manera contradictoria, a la represión. Y ¡qué facilidad existe en la «revolución» para la memoria selectiva!. No está «pasando nada», todo está «excesivamente normal», pero de todos modos y «por si acaso» saquemos a toda la fuerza militar y policial a la calle. Y saquémosla, desde la «revolución» para hacer sufrir a los opositores lo que los pobres «revolucionarios» sufrieron en su momento. ¿Quién lo diría?, los que hoy están en el poder, que tanto lloraron las violaciones a sus derechos humanos a cargo de la PM, hoy se sirven de ésta para hacer valer toda su fuerza y su poder. De manera desmedida y arbitraria por demás.

Según el gobierno, no son miles de estudiantes los que (y con qué orgullo lo escribo) salieron a defender sus derechos. Son, a la vista de la «revolución», criminales y terroristas, desestabilizadores y violentos. Llaman con descaro a los demás como a ellos mismos les llamaron, pero en este caso los denigran por hacer no lo que los «revolucionarios» hacían a la sombra, sino lo que todo ciudadano está obligado a hacer (lo dice el Art. 333 de la Constitución), «…colaborar en el restablecimiento…» de la efectiva vigencia de todos y cada uno de nuestros derechos constitucionales.

Pero a la vista de quienes estuvimos allí con ellos, respirando con orgullo el mismo aire intoxicado de la barbarie represora, son lo que en verdad son: luchadores por la libertad, una nueva generación que, el 28 de Mayo de 2007, al fin despierta y que se ha elevado a mucha honra a las alturas de otra generación de estudiantes que nació otro 28, esta vez el año ( 1.928) que, como la de ahora, sabía dónde están los límites entre la irracionalidad y la inteligencia, el ejercicio del poder y nuestros derechos ciudadanos. Es una nueva generación que sabe que el poder está sujeto a límites y que, con la que también vio la luz en Abril de 2002, ya no se presta más a manipulaciones y comprende que a la libertad se la conquista en la calle, en paz, pero con firmeza, con argumentos y no a punta de balas, perdigonazos y bombas.

Después de la generación de Abril ha nacido una nueva generación del 28, la del 28 de Mayo de 2007.

Y por eso al perro revolucionario no le queda más que morderse la cola y comportarse como lo que siempre, al final, fue: un minúsculo grupo que sólo se sirve del pueblo cuando le interesa para mantener su hegemonía y que hace de la violencia su credo y del absurdo su  homilía.

Como ya no hay libertad de expresión probablemente por divulgar este reconocimiento a nuestros jóvenes vaya preso. No me importa. Si la lucha por la libertad de todos pasa por el hecho de que algunos la perdamos, pagaré orgulloso el precio.

Porque cuando los estudiantes protestan, los tiranos caen.

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