Opinión Nacional

El personalismo, antes y ahora

Los avatares que atraviesa Venezuela inducen a la reflexión sobre el personalismo político en la historia, en la teoría y en la realidad; sobre sus implicaciones y sus influencias degradantes en la sociedad. Estas circunstancias incitaron al profesor Juan Carlos Rey a escribir el ensayo Personalismo o liderazgo democrático / El caso de Rómulo Betancourt. El momento es propicio y la discusión, a la par que necesaria, también moralizadora.

«El tema central de este ensayo es especialmente oportuno –escribe Rey en momentos en que en Venezuela estamos viviendo una grave crisis de institucionalidad política y un auge desenfrenado de un personalismo caudillista…», o sea, una vuelta vertiginosa a los desmanes del siglo XIX o a los tiempos del «gendarme necesario».

Entre personalismo y liderazgo democrático estuvo y está el dilema de la nación

El personalismo caudillista tempranamente aparecido en nuestra historia impidió la consolidación de las instituciones. Tuvimos una Venezuela Monagas, una Venezuela Guzmán, una Venezuela Castro y una Venezuela Gómez. Ahora tenemos una Venezuela Chávez desde que amanece hasta que anochece. De las alturas del «divino Bolívar» caímos en los abismos del «divino Hugo».

El profesor Rey ha indagado el pensamiento y la conducta del ex Presidente para escribir Personalismo o liderazgo democrático. En estas páginas se identifica la coherencia entre las ideas y los hechos que definieron su personalidad política. Entre el presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno que en 1945 se inhabilita como probable candidato a la Presidencia de la República (a los 37 años) y el líder político que en 1964, al entregarle al sucesor, declaró que no aspiraría otra vez a la Presidencia (nótese, a los 56 años de edad).

Existe una clara definición de su condición y de su legado político

Betancourt creyó en el régimen de partidos, en el pluralismo democrático, en la alternabilidad republicana, en el avance permanente de la sociedad, en la independencia de los poderes del Estado, en la transparente rendición de cuentas, en el liderazgo colectivo, en la honradez personal y política.

Betancourt combatió el personalismo desde muy joven

Desde que en un periódico de Barranquilla refutó la versión de Juan Vicente Gómez (en El Nuevo Diario) sobre los sucesos de 1928, y condenó el régimen autocrático. Tenía apenas 20 años de edad cuando escribió un texto que podemos considerar como las primeras líneas del autorretrato.

Este momento, año del centenario de Betancourt, es propicio para medir los desastres del personalismo, porque la conmemoración ocurre mientras su nombre está prohibido por las altas esferas del Gobierno; su obra singular sometida a la negación y a la adulteración, a una asechanza de tal mediocridad que trata de borrar su nombre donde quiera que esté, porque los apóstoles del evangelio bolivariano confunden la historia con una lavandería china.

Una obra de arte de la gran escultura Marisol Escobar fue destruida por órdenes de Miraflores porque mostraba un perfil de Betancourt rodeado del humo de su pipa. Quizás se alegó (invocando las tres leyes de la Dialéctica) que el humo de la pipa contaminaba el ambiente del Parque del Este. Nada tan deplorable como la idiotez erigida en razón de Estado.

Esto explica la adulteración de la historia, la censura de personajes o de etapas sustanciales del proceso venezolano y de sus grandes conquistas.

Esta es la historia que la revolución del personalismo bolivariano pretende dictarle a los estudiantes del siglo XXI, fábrica de soldados autómatas, de pensamiento único y del culto al «héroe».

Rómulo Betancourt fundó un partido de masas como antídoto del personalismo y como instrumento modernizador de la política. Imposible imaginarlo como presidente del gobierno y presidente del partido a un tiempo, como sucede en las sociedades tribales o en los regímenes totalitarios.

En Personalismo o liderazgo democrático, Juan Carlos Rey analiza la historia de los partidos, su ascenso y su involución, tema oportuno también porque la catástrofe nacional del personalismo corre paralela con la crisis de las organizaciones políticas y el sentimiento reaccionario del antipartidismo, alimentado por corrientes antagónicas pero que se dan la mano: la de quienes consideran que los partidos deben ser aniquilados, y la de los pobres de espíritu que esperan que el azar les depare un redentor.

Más allá de anécdotas o episodios, la figura de Betancourt será siempre referencial en nuestra historia, más ahora cuando los contrastes dramatizan las maneras antípodas de entender la política: la democrática, de liderazgo colectivo, y la personalista, de practicarla como botín de guerra.

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