Opinión Nacional

El precio de ser hombre público

Los hombres, y naturalmente las mujeres, son susceptibles a transformarse en personajes públicos. Esto quiere decir que, gracias a sus actuaciones y exposiciones se transforman en individuos cuyo comportamiento está sometido al escrutinio de sus seguidores y de sus detractores.

       Las razones por las que una persona adquiere notoriedad son de una diversidad infinita. Algunas personas adquieren esa característica gracias o a pesar de sus continuas actuaciones. Otras lo logran, como dice el vulgo, “de golpe y porrazo”. En el primer grupo podemos anotar a los políticos que empiezan a aparecer en la palestra a la vera de otros más avezados y poco a poco se independizan de ese tutelaje y adquieren luz propia. También podemos incluir en esa categoría a los científicos, artistas y profesionales que a través de la tesonera labor diaria en sus laboratorios, sus talleres o sus empresas van construyendo un país o un mundo mejor y logran una presencia en los medios, quienes se encargan de catapultarlos a la notoriedad. Un ejemplo casi diario son los deportistas que comienzan por sobresalir dentro de sus competidores y llegan a conformar la élite.

       Toda esta larga introducción nos lleva a tomar el hilo de lo que quisiéramos plantear a nuestros apreciados lectores. Destacan los medios con la frase “La mano de Dios” a cuestionables actuaciones, especialmente de futbolistas, que cometen una infracción que logra pasar desapercibida por el árbitro de la competencia y transforma una actuación indebida en un gol, trofeo supremo de dicho deporte.

       Maradona, en el Campeonato Mundial de 1986, anoto un tanto sustituyendo la acción correcta con la cabeza por la infracción que consistió en utilizar su mano derecha. Recientemente Thierry Henry, también excepcional jugador de futbol, ayudó a anotar un gol en un partido clasificatorio para el próximo mundial, después de detener la pelota con su mano izquierda.

       Densos sectores de la opinión pública y muchísimos aficionados comparan esas actuaciones con genialidades. Nuestra opinión es contraria.

       Las maneras de proceder de toda persona y muy especialmente aquellas que tienen significación pública, tienen que ser consistentes. Nos enseña la ética que todas las actuaciones personales tienen que corresponderse con lo que su entorno espera de él o de ella.

       En días más recientes hemos visto como Tiger Woods, estrella indiscutible del golf y luminaria de refulgencia mundial, se ha visto envuelto en un accidente de tránsito donde resultó herido y pereciera que se trata de un problema de faldas y camas.

       El evento y sus consecuencias no se corresponde con la imagen del excelso deportista por lo que el público y la comunidad interesada esperan una versión digerible.

       Toda persona y muy especialmente quienes tienen exposición mediática y notoriedad tienen que cuidar sus actuaciones especializadas y las generales. Cuando los medios de comunicación resaltan actuaciones dudosas y criticables de un personaje le hacen un flaco favor a la colectividad y muy especialmente a los más jóvenes, quienes tienden a imitar a sus ídolos.

       Ensalzar actuaciones como la mal llamada “Mano de Dios” es un desliz que a la larga repercute hondamente en el comportamiento de la sociedad.

 


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