Opinión Nacional

El puñal bajo la toga

Piensan normalmente quienes están en el poder, y además gozan hipnotizados de sus mieles, que el tiempo no transcurre y que todo modelo de poder, de gobierno o, como en nuestro caso, de desgobierno, es “eterno”. Ocurre con los dictadores y sus sumisos ministros, militares de alto rango y, en general, con todos los miembros del Alto Gobierno de los opresores.

Especialmente son de este sentir, lo demuestran continuamente, nuestros Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia. Se piensan estos “ciudadanos” y “ciudadanas” (hago uso, para designarlos, del término que me obliga a usar el numeral 3° del Art. 21 de la Constitución, que yo sí respeto, para no utilizar otros mucho menos decorosos) “seguros” en su holgada estupidez, en su vida llena de contradicciones y absurdos, de odio y de obediencias. Aunque son siempre dependientes de la voz del amo, y se alimentan ladinos de su mano, que jamás se atreven a morder, se creen “libres”; aunque la mayoría de ellos (con algunas excepciones) no ha leído un libro completo en toda su vida, o no ha hecho vida académica o intelectual que les avalen, se imaginan “sabios” y “doctos”.

Y es que les es muy fácil creer que son todo eso. Es fácil creerse “honorables” y “dignos” y todos esos epítetos cuando se escuchan continuamente y con afectación (pero sin mayor interés) los rituales pomposos de la venia de estilo. Les es muy sencillo pensar que están “más allá del bien y del mal” cuando se creen “eternos”. Les es muy difícil ver la realidad cuando no se percatan de que se les teme.

Porque sepan, ciudadanos y ciudadanas magistrados, que lo que a ustedes se les tiene no es respeto, es temor. Temor, porque han demostrado ya con creces que poco o nada les importan las reglas del derecho, los principios jurídicos más elementales o la más simple lógica. Temor, porque el TSJ, que se supone debería ser el bastión inexpugnable de la defensa de los ciudadanos frente a los abusos del poder, ha sido convertido por ustedes en una pocilga en la que la corrupción, la ignorancia y la sumisión al amo se revuelcan juntas en un estercolero en el que se embarran, y nos manchan, de todo, menos de dignidad. Temor, porque han hecho desaparecer, a punta de criterios absurdos e insostenibles, el Estado de Derecho. Temor, porque no hay lógica que les avale más allá de las “Razones de Estado”, que no son más que las “razones del que manda”, y porque no hay texto democrático o garantista (les reto a encontrarlo) que justifique sus desmanes y sus abusos, ni jurista verdadero que no cuestione sus decisiones y el uso desbordado que hacen de su poder.

Temor, porque todos los días nos obligan a los profesores y profesoras universitarios a explicar a nuestros alumnos por qué es importante, indispensable diría yo, en estos tiempos de irracionalidad liderados por su nefasto arbitrio, estudiar con ahínco y dedicación el derecho y sus principios, y valerse de los mismos como escudo contra la sumisión que ustedes encarnan y la barbarie de sus pronunciamientos.

Pero sepan ciudadanos y ciudadanas que, aunque a ustedes no les parezca, cegados como están en su desempeño continuo de subordinación al amo, todo ejercicio de poder (lo dicen los textos de historia, esos que ustedes no leen) es por definición coyuntural y, a la larga, efímero. Y que cuando toda esta irracionalidad cese, a quienes creemos en el derecho, en sus valores y en sus principios, no se nos van a olvidar estas afrentas. Y haremos valer contra ustedes (como lo han hecho otros antes que nosotros en otros momentos históricos) todo el peso de esa ley y de esas normas a las que ustedes hoy les niegan su vigencia y su valía.

Sépanlo, ciudadanos y ciudadanas Magistrados, “vestir de legalidad” la persecución por motivos políticos (como se hizo con las sentencias que se dictaron sobre las inhabilitaciones) es un Crimen de Lesa Humanidad. Y les acarrea responsabilidad penal personal y directa, que no prescribe y no está sujeta a amnistías ni a fórmulas que favorezcan la impunidad. No lo digo yo. Lo dice el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional que, en el literal “g”, del numeral 2°, del Art. 7, define el crimen de persecución como “…la privación intencional y grave derechos fundamentales en contravención del derecho internacional en razón de la identidad del grupo o de la colectividad…”; y el literal “d”, del numeral 3°, del Art. 25, que nos dice que es responsable personalmente de estos crímenes quien “…contribuya de algún otro modo en la comisión o tentativa de comisión del crimen por un grupo de personas que tengan una finalidad común…”.

Les invito a recordar que el brazo de la justicia es muy largo. Les invito a recordar que se deben a la Constitución y a la Ley, que no al poder y a sus designios. Les invito a recordar que a los jueces de la Alemania Nacional Socialista, luego de que “despertaron” del letargo en el que el goce sus prerrogativas les sumió, y después de que superaron los empachos de poder que los cegaban, se les abrieron juicios penales por cargos que iban desde el “asesinato judicial” hasta la “destrucción del Estado de Derecho”, pasando por el valerse de la ley y de sus lagunas para “perseguir, esclavizar y exterminar en gran escala”. Terminarán ustedes, ténganlo por seguro, del lado de los acusados, escuchando del pueblo y de los Tribunales que les juzguen palabras similares a las que escucharon esos jueces y magistrados que, durante la Alemania Nazi, justificaban continuamente cualquier abuso del Führer con vanos y vagos argumentos insostenibles. Tal y como hoy ustedes lo hacen con el amo que les alimenta el ego y la barriga.

Palabras como éstas, tomadas textualmente de una de las sentencias de esos tribunales en los que al final se juzgó a esos “jueces del horror”, esos que también se creyeron, en su momento, “eternos” en del poder, que me permito transcribir seguidamente:
“…A los acusados se les han formulado cargos por delitos tan inmensos que los meros casos de criminalidad lucen insignificantes cuando se les compara. La incriminación, en pocas palabras, se refiere a la participación consciente en un sistema de crueldad e injusticia organizado por el gobierno en toda la nación, en violación a las leyes de la guerra y de la humanidad, y perpetrado a nombre del derecho bajo la autoridad del Ministerio de Justicia e instrumentado a través de los tribunales. El puñal del asesino se ocultaba bajo la toga del jurista…”

A buen entendedor, pocas palabras.

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