Opinión Nacional

El reality-show de Miraflores

Mientras la Venezuela real se cae a pedazos por cuenta de las acciones y omisiones de la «revolución bolivarista», el señor Chávez se empecina, y ahora más que nunca, en proyectar una Venezuela virtual de iniciativas gubernamentales y logros de sospechosa índole, que en verdad sólo tienen figuración en el espacio de las cadenas y demás presentaciones televisivas, tal cual la efímera ilusión de esos programas de variedades de entretenimiento masivo.

Sin ir muy lejos, él mismo lo acaba de confesar al reclamarle a sus ministros por el destino del celular «revolucionario, o el fantasmal «Vergatario» que apenas fue «flor de un día», para decirlo con las mismas palabras del ilusionista miraflorino. Aquello, como era de esperarse, no pasó de la fanfarria publicitaria y la gente que esperaba adquirir el telefonito se quedó en cola, y ahora, no faltaba más, se prepara el «relanzamiento del proyecto» para recomenzar el ciclo del embuste.

Y parte del secreto del asunto es que no son cobas frías que emanan de discursos protocolares. Nada que ver. Son montajes bien concebidos que traspasan el umbral del «power point» hacia el escenario mucho más elaborado de la «producción» de televisión, con locaciones que no necesariamente son de utilería, con participación de personas de buena fe que creen que algo bueno les tocará, con abundancia de recursos para que todo parezca lo más sólido posible y, sobre todo, con una falta de escrúpulos que casi no conoce par. Al fin y al cabo, la mentira más eficaz suele tener un núcleo de verdad.

En pocas palabras: una representación en función continua, con básicamente el mismo libreto pero con cambios y añadiduras para dar la impresión de novedad. Y además conducido por un vendedor de feria que por instinto y experiencia ha sabido asimilar el principio cardinal de la propaganda goebbeliana: toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida…  En estas artes, el mandón venezolano se ha vuelto un experto de la máxima manipulación.

En su revista-gubernativa, el anfitrión Chávez se dedica a promocionar cualquier propuesta que capte el imaginario social y sustancie la noción de gobierno comprometido: desde el financiamiento al consumo vía tarjetas de crédito, hasta las areperas y abastos socialistas, pasando por planes de turismo familiar, los carros iraníes, las computadoras chinas, las viviendas bielorrusas, las becas para las universidades-express y, en fin, lo que sea menester para mantener vivas las expectativas.

El examen de la distancia entre el dicho y el hecho en casi todas esas promesas presenta una realidad similar: mucha más bulla que la cabuya, pero no importa, porque la memoria colectiva a veces es frágil y además a cada rato se inventan cosas llamativas, y en último caso se refrita o relanza algún proyecto con toda la parafernalia publicitaria del «gobierno revolucionario» que, debe reconocerse, tiende a avasallar a la opinión pública. La consigna central de la » revolución» ya no es «patria socialista o muerte, sino «el show debe continuar».

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