Opinión Nacional

El regreso de Bello

Un acontecimiento de extraordinaria trascendencia cultural ocurrió el 30 de junio retropróximo con la instauración de la Cátedra Fundacional “Andrés Bello” en la sede de la Universidad Católica homónima del egregio humanista que nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781 y murió el 15 de octubre de 1865 en Santiago de Chile.

Autodidacta por antonomasia, Bello estudiaba cada día más sobre las más diversas materias, no para satisfacción propia, sino para aumentar el acervo de sus conocimientos y prodigarlos a los demás, contribuyendo así al progreso científico y cultural del país austral que le brindaba generosa hospitalidad.

No obstante la magnitud de su obra y su proyección en América Latina, sólo un reducido número de intelectuales venezolanos la conocía y sabía valorarla en su exacta dimensión. Excepcional es el caso de mi excelso Maestro José Manuel Núñez Ponte, quien desde su plantel, el Colegio Sucre, fue pionero en divulgar la obra de Bello, especialmente en sus aspectos gramaticales y literarios. Nunca se apartó de su nomenclatura verbal ni de ninguno de los otros conceptos positivos de su filosofía lingüística.

Adicional a su labor docente, desde la Academia Venezolana de la Lengua, cuyo Director fue durante treinta y cinco años, Núñez Ponte dio numerosas demostraciones de su fervorosa admiración. En el año de 1935, por inspiración suya, la Corporación crea su concurso anual con la denominación “Premio Andrés Bello”. En su primera edición, destinada precisamente a la investigación de la vida y obra de nuestro eminente compatriota, fue galardonado el entonces bachiller Rafael Caldera, por su excelente ensayo biográfico, que se ha convertido en uno de los clásicos de la historiografía venezolana, y en donde, en concordancia con lo antes señalado, confiesa: “Llegué a Bello como se llega a lo desconocido. Había oído de él muy poco. Lo tenía casi por un mal patriota que habíase ido a remotos paralelos a dar lo que debió dar a su tierra”.

En su discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua, Rafael Caldera exclamó: “Entrar a la Academia es un honor insigne; ocupar el sillón de Núñez Ponte hace doble la honra”, y recordó que fue aquél “el primero en celebrar una Semana de Bello (Véase Memorias de la Semana de Bello. Empresa Gutenberg. Caracas, 1931), como también que fue propuesta suya declarar Día del Maestro el 29 de noviembre de cada año, fecha aniversaria del natalicio de Bello.

La modestia proverbial de José Manuel Núñez Ponte no se correspondía con la calidad de sus dotes de educador, con su sapiencia y cultura y con el resultado tangible de su labor docente, de la que da testimonio la pléyade de ilustres discípulos cuya verdadera vocación y aptitudes sabía descubrir para encausarlos en carreras en las que mejor servicio pudieran prestar a la sociedad. Baste recordar los nombres de Francisco Pimentel, Alberto Zérega Fombona, Cristóbal Mendoza, Leoncio Martínez, Juan Vicente Lecuna, Antonio José Castillo, Jesús Rafael Risquez, Tito Salas, Eduardo Arroyo Lameda, Cristóbal Benítez, Martín Vegas, Odoardo Morales, quienes no hubieran dudado en hacer suyas las palabras de Rómulo Gallegos: “Yo tuve la fortuna de ser discípulo suyo; me enseñó literatura y filosofía… y además, me enseñó a enseñar. Le debo yo al ilustre maestro lo que realmente soy y se me celebra hoy en Venezuela.”

Doctor en Ciencias Eclesiásticas y Doctor en Ciencias Políticas, dotado de notables facultades para las letras y la oratoria, contando con la estimación de hombres prominentes y de grande influencia social y política, le sonreía un porvenir pleno de halagüeñas expectativas. Lo sacrificó todo para trillar la ruta dura, obscura y penosa del magisterio. De allí que el eximio pensador José Antonio Ramos Sucre solía señalarlo a sus discípulos como insólito ejemplo de heroica abnegación.

En épocas posteriores, con mayores recursos y mejores instrumentos de trabajo, se institucionaliza el “bellismo” en Venezuela gracias a la consistente e inmensa labor de investigación y de difusión que realizan dos eminentes venezolanos, Rafael Caldera y Pedro Grases.

Garantía de que no se perderá tan precioso legado es la Cátedra Fundacional —que marca el definitivo regreso de Bello a su patria— y la acción tutelar del Rector Magnífico Reverendo Padre Luis Ugalde, tal como lo dejó sentado en su enjundiosa lección magistral Oscar Sambrano Urdaneta, legítimo albacea del precioso patrimonio acumulado en más de cien años de continuidad investigativa.

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