Opinión Nacional

El retorno de los príncipes

El proceso político por el cual transita Venezuela, continúa su lenta evolución y reacomodo. Es una secuencia de eventos donde los actores en pugna, retroceden o avanzan en el tablero; de acuerdo a sus méritos propios o también por los errores que comete el contrario.

Los dos grandes bloques ideológico-políticos que han contrapuesto visiones distintas del país, nos ofrecen tratamientos diferentes, sobre sus posibilidades de organización partidista. En la actual coyuntura, el tema de los partidos políticos retoma su importancia estratégica como herramienta de trabajo; ante las sucesivas confrontaciones políticas y electorales que se avecinan indefectiblemente en el futuro.

La conformación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) nos ofrece varias lecturas. Una de ellas, es la firme determinación del Presidente Chávez de reinstalar el binomio Estado-partido (predominante en la IV República; por cierto) como paradigma dinamizador de las relaciones en el sistema político venezolano. Por otra parte, nos indica la prioridad del Presidente Chávez por estructurar una plataforma político-organizativa, que permita articular la movilización y el soporte popular necesario para la prospectiva de su proyecto.

En este contexto, la creación del PSUV, podría significar para el oficialismo, la última oportunidad de “barnizar cívicamente” el substrato militarista que caracteriza su propuesta. De hecho, el sector militar del chavismo (sea de izquierda, sea de derecha; ora exógeno o endógeno), recibió una clara y contundente derrota en los comicios internos que dieron origen a la dirección nacional de ese partido.

El hecho que un dirigente social, de vieja y larga trayectoria, como Aristóbulo Istúriz obtuviera la mayor votación, pudiera indicarnos la preferencia mayoritaria del chavismo de base, hacia una visión social y no militarista de la revolución. Igual interpretación se desprendería del acceso a la dirección del PSUV, de ciertos opinadores del canal de televisión estatal Venezolana de Televisión (VTV) o también de la emergencia de militantes identificados con movimientos sociales; tales como el indígena o el estudiantil oficialista.

El descalabro político sufrido por algunos “dirigentes revolucionarios” nos augura, revanchas y nuevos enfrentamientos por el control del partido entre los distintos sectores que conviven en el oficialismo. Las próximas batallas se darán alrededor de dos importantes eventos: la conformación de las direcciones regionales (estadales y municipales) y la selección de los candidatos a las elecciones de gobernadores, alcaldes y legisladores regionales.

Quizás lo más difícil para el naciente PSUV y su dirección nacional, sea sobreponerse al liderazgo y al culto a la personalidad que ya se le rinde al Presidente de la República. La dirección nacional del PSUV deberá asumir en forma plena su función y, tratar de compartir la conducción del proceso. De lo contrario, será una dirección política inútil, carente de sentido; y por lo tanto, absolutamente prescindible. Y de ocurrir eso todo el esfuerzo emprendido se habrá perdido.

La oposición democrática venezolana tiene su propio laberinto. Allí, luego de los procesos electorales de Diciembre 2006 y Diciembre 2007 han comenzado a emerger en el panorama político nacional dos plataformas partidistas. Ellas son: “Un Nuevo Tiempo” (UNT) y el Movimiento Primero Justicia (MPJ). Ambas organizaciones, la primera con acento hacia la centro-izquierda, la otra, con un mayor énfasis hacia la derecha (moderada) parecieran encaminarse –si no cometen errores trágicos-, a desempeñar la función de principales fuerzas que permitan establecer el necesario “equilibrio democrático” que reclama el país.

Sin embargo, “Un Nuevo Tiempo” (UNT), con una relativa presencia nacional y poseedor del mayor reservorio de jóvenes líderes políticos, cometió un error táctico al postergar su proceso de definición ideológico-política. “Un Nuevo Tiempo” desaprovechó una formidable oportunidad para proyectar a toda la población, su visión de país y sus propuestas programáticas.

Por su parte, el Movimiento Primero Justicia (MPJ), quizás con mayor arraigo organizativo; tampoco ha sabido perfilar su propuesta de país e incluso no ha podido fijar con mayor fuerza posiciones alternativas, frente a las ejecutorias gubernamentales. Del resto, merece destacar el sostenido esfuerzo político-organizativo del partido COPEI por renovar sus cuadros directivos. Mientras que Acción Democrática (AD), el otrora gran partido socialdemócrata, luce perdido y oscilante, sin una estrategia clara.

A diferencia del polo gubernamental, la oposición viene de obtener algunos triunfos notables. Empero la oposición democrática sigue con dificultades para consolidar esas conquistas en el plano político-organizativo. Esos problemas radican en la escasa comprensión que aún tienen varios dirigentes de la oposición, sobre la trascendencia que justamente tienen los partidos en la política.

En múltiples ocasiones vemos que, desde la propia oposición se pretende sustituir o contraponer a los partidos políticos con otras figuras asociativas denominadas genéricamente como “sociedad civil”; cuando en realidad, ambas expresiones sociales no son antagónicas entre sí y tienen su campo de acción bastante bien delimitado. Los partidos políticos y las expresiones asociativas de la sociedad civil pueden coexistir en el marco de un sistema político democrático; combinando su gestión e incluso cooperando entre sí o defendiendo puntos de vista diferentes, como es natural.

A partir de los años ochenta, los partidos políticos han sufrido una crítica constante (y, a veces ampliamente justificada) que ha puesto en duda su vigencia como canales de participación e intermediación entre el Estado y la sociedad. Ese cuestionamiento y desaprobación (atribuido, en ocasiones y, sin pensarlo mucho a una “concepción neoliberal”) se acentuó en Venezuela a lo largo de la década de los noventa; lo que condujo finalmente a la progresiva sustitución de las maquinarias partidistas -representadas fundamentalmente por AD y COPEI-, por otros medios de organización política; tales como: el movimiento vecinal, las organizaciones no gubernamentales, los medios de comunicación o simplemente, la plataforma aluvional de algún candidato electoral “outsider” como justamente ocurrió con el MVR en las elecciones de 1998.

El cuestionamiento a los partidos encierra un desprecio por la política (y en consecuencia, por los eventos electorales); lo cual constituye un craso error. En muchas ocasiones, la consecuencia directa del aborrecimiento a los partidos y a la política suele ser la “simpatía” por salidas no democráticas, como mecanismo de resolución de conflictos. Y sin lugar a dudas, ciertos componentes minoritarios de la oposición jugaron durante un tiempo con la idea de estrategias no-democráticas para enfrentar paradójicamente al autoritarismo chavista.

Otro elemento que quizás haya debilitado las posibilidades de organización del “capital político” opositor, es el desaprovechamiento de los partidos como centros de deliberación y preparación de políticas públicas o como medios de formación y movilización popular. Otra cosa, es que para muchos ciudadanos y ciudadanas, los partidos no pasan de constituir referencias electoralistas y clientelistas y, nada más. Y ejemplos saltan a la vista.

El proceso político del país está creando las condiciones objetivas para impulsar un nuevo tejido político democrático. Al respecto, hay varios indicadores; tales como: el fracaso del concepto de partido único en el campo oficialista, la victoria de los candidatos “cívicos” dentro del PSUV, el fortalecimiento de una nueva opción de la izquierda socialista encarnada en el partido PODEMOS, la aparición de los partidos “Un Nuevo Tiempo” y “Primero Justicia”, la renovación de COPEI; y sobre todo el rescate en la salidas democráticas a través del sufragio.

Por supuesto, que un nuevo tejido político pasa por el relanzamiento de los partidos en su verdadera dimensión; es decir, como medios de articulación y encuentro popular, como tribunas para el debate ideológico-político democrático y de calidad y, como centros colectivos plurales para la regulación del ejercicio del poder. Este tejido político democrático tendrá que abrir espacios para la participación de ese nuevo conjunto de expresiones asociativas que han venido surgiendo, durante los últimos años. ¿Ha comenzado entonces, el retorno de los príncipes de Gramsci? Yo creo que sí. Al menos, hay condiciones para que ello ocurra.

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