Opinión Nacional

El revocatorio

A cada cochino le llega su hora. Pinochet cayó en su propia ley, la constitución de 1980. Muchos dudaron si entrar o no entrar en el juego. Otros rechazaron de plano hacerlo, pues suponían que se trataba de una trampa y, que aún ganando, la dictadura encontraría los medios de trampear y salir ganando. Con un resultado pavoroso: otros nueve años de gobierno, para un total de 27 años de dictadura.

Los sectores más concientes de la oposición decidieron unirse, concertarse y jugarse la vida a la apuesta. Aún para el caso de ser burlados por el omnipoder de la dictadura, decidieron montar una implacable maquinaria electoral, no dejar una sola mesa electoral – por lejana y solitaria que fuera – sin la presencia de testigos de la democracia cristiana, del socialismo o de los otros grupos y partidos de la concertación. Y montaron con los medios para entonces disponibles – hace ya 15 años – cuatro eficientes redes de telecomunicaciones, de modo a controlar al minuto cada voto emitido. Había que impedir cualquier fraude. Y si Pinochet lo intentaba, el mundo entero sería testigo.

Ya de antes habían comprendido los partidos de la concertación que una oposición no saca nada con serlo. Sólo vale algo si es capaz de pasar a ser y constituirse en una verdadera alternativa de gobierno. Por lo tanto decidieron unirse para estar a la altura del tamaño del desafío, elaboraron un programa largamente debatido y pensado y comenzaron a demostrar urbi et orbi que eran capaces de ser gobierno. Comenzaron a serlo aún antes, muchos antes de tener la más mínima idea de cual sería el resultado del plebiscito.

También al nuestro comienza a llegarle su hora. El escenario también está en su constitución y también él jura tenerlo controlado. Se llama Referéndum Revocatorio. Debemos jugarnos la vida a ese referéndum revocatorio, con todas nuestras fuerzas, con todas nuestras cartas, con todos nuestros medios. Para lo cual debemos de hacer lo que hicieron los chilenos: trabajar, trabajar, trabajar. Que mientras él hable, nosotros trabajemos. Montemos nuestras maquinarias electorales, preparemos nuestros testigos de mesa, exijamos un CNE a la altura del desafío. Y exijamos al mundo nos preste toda la asistencia necesaria: en observadores, respaldo técnico, apoyo político. Que no se quede ni una sola nación democrática del orbe sin ocupar su puesto de observación, a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. Que no se quede ni un villorrio, ni una sola aldea sin un observador internacional.

Y aunque Usted no esté de acuerdo: dejémosle los problemas al (%=Link(«http://www.tsj.gov.ve»,»TSJ «)%). Que si una vez derrotado se presenta o no se presenta no es asunto que debamos resolverlo nosotros. Dejémoslo en manos del TSJ. Y si debe presentarse, que se presente. Démosle la paliza más gigantesca de su tortuosa historia. Que no se esconda esta vez en los armarios del Museo Histórico Militar. Que reciba la paliza en donde más duele, para que se hunda – si es posible para siempre – en su ignominia.

¿Quién dijo miedo?

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