Opinión Nacional

El rey está desnudo!

Si algo se asemeja al período del terror en la Francia revolucionaria, son los tiempos que estamos viviendo. No se trata simplemente de los cabilleros que pululan alrededor del CNE, rociando con ácido a quienes se atrevan a propiciar una opción política distinta a la que se está imponiendo, sino del aniquilamiento moral del adversario.

En efecto, el temor a la violencia física, que debido a la inactividad del Gobierno se ha enseñoreado del país, se ha visto agravado por el temor a la violencia verbal del Presidente de la República y demás funcionarios del régimen, empeñados en destrozar moralmente a quien piense diferente. Sin duda, el Jefe de Estado tiene derecho a responder a los señalamientos que se le hacen a su Gobierno; el debate político puede ser muy duro, y a veces amargo. Pero llama la atención que el estilo de quienes nos gobiernan no se caracterice por razonar y discutir con ideas, sino con amenazas y descalificaciones personales. Cuando un periodista formula una pregunta incómoda, en vez de responderle, se le pide que indique su nombre. Es imposible denunciar alguna irregularidad administrativa, o discrepar de una medida oficial, sin exponerse a una amenaza velada o, en el mejor de los casos, a un insulto o una descalificación.

Recientemente, un periódico publicó la fotografía del general Pérez Jiménez, vistiendo su uniforme de gala en un desfile del 5 de Julio, al lado de una foto del teniente coronel (r) Hugo Chávez con el mismo tipo de uniforme en el desfile del 5 de Julio pasado, llamando la atención sobre el paralelo entre esos dos acontecimientos y entre esos dos personajes. Suponiendo que esta información requería una reacción oficial, la respuesta no indicó que esas fotos estuvieran retocadas, o que hubiera una diferencia sustancial entre el ideario político de esos dos personajes que hiciera imposible toda comparación; después de todo, antes de asumir como presidente, Hugo Chávez visitó a Pérez Jiménez en su casa en Madrid, y lo invitó a asistir a su toma de posesión. Por el contrario, se respondió con indignación acusando al dueño de ese medio de comunicación de ser un oligarca, y se pronunció una frase enigmática y preocupante en boca de un Presidente de la República: ¡Oligarcas temblad!

Del mismo modo, el ministro de Educación descalificó la protesta de quienes reclamaban el cumplimiento de una promesa presidencial de asignar recursos para el seguro estudiantil, con el argumento de que se trataba de miembros de Bandera Roja que estaban manipulando a los estudiantes. Para el ministro, lo importante no es que esa demanda sea o no sea procedente, sino la ideología política de quienes la formulan.

Cuando un prelado de la Iglesia católica se atrevió a hacer un comentario sobre un posible descontento militar, se le descalificó haciendo referencia a curas que han embarazado mujeres o, lo que es más grave, que están involucrados en tráfico de drogas. De más está señalar lo que significa una acusación de esta naturaleza, y el peligro que ella encierra para la seguridad de quienes sean objeto de una acusación de este tipo, sobre todo si ella proviene de quienes controlan todos los hilos del poder.

Lo más vergonzoso ha sido el incidente protagonizado por el presidente del congresillo (con minúscula), que molesto con el inspector general de Tribunales por su empeño en restituir la confianza en el Poder Judicial y por las medidas que ha tomado en ese sentido, le agredió verbalmente, en una forma desconsiderada y absurda, que sugiere a lo que se expone no solamente el doctor René Molina, sino todo aquel que pretenda actuar con independencia y rectitud en el ejercicio de la función pública. A aquellos a quienes no se les pueda aplicar el epíteto de oligarcas, de puntofijistas, o de ladrones (expresión que es preferible eludir para no recordar alguna acusación que nos involucre), se les puede llamar homosexuales. Después de todo, es imposible demostrar lo contrario y, según la tesis de Goebbels, algo quedará.

En este clima de intolerancia, quienes deben temblar no son sólo los oligarcas; son todos aquellos que tienen una actitud crítica frente al proceso que estamos viviendo. Definitivamente, el Gobierno se ha vestido con el ropaje del lenguaje procaz, que no está diseñado sólo para insultar sino que para amedrentar; para infundir un poco más que miedo y sembrar el terror en un sector de la población. El lenguaje oficial refleja la ausencia de argumentos para participar en el debate político; es un lenguaje propio de las cloacas, pero no de quienes tienen la misión de conducir al país por el sendero del progreso y de la paz social. Al igual que en el cuento de don Juan Manuel, alguien tiene que decirle al rey que está desnudo. ¡Desnudo de ideas!

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