Opinión Nacional

El riesgoso renacimiento de la energía nuclear

La suspensión de parte del bombeo de crudo de yacimientos en Alaska, los ataques de insurgentes a las instalaciones de Nigeria e Irak, los temores a una guerra regional en el Oriente Medio por la confrontación de Occidente con Irán, y el temor los venideros huracanes dañen nuevamente las instalaciones petroleras en el Golfo de México, son todos factores que han hecho subir exageradamente los precios del crudo, invitando a buscar alternativas al viscoso fluido energético.

Entra en escena el átomo.

Dadas las dificultades nombradas, a los precios de hoy –que oscilan entre $ 65 y $ 80- no es de extrañar se haga rentable el desarrollo de fuentes alternas de energía como las renovables (solar, eólica, biocombustibles, hidrógeno), y se empieza a mirar nuevamente con interés a la energía nuclear para la generación de electricidad, olvidando los desastres de Chernobyl y de la Isla de Tres Millas, y el otro millar de accidentes -mayores y menores- ocurridos a lo largo de la utilización de esta fabulosa pero riesgosa fuente energética.

Actualmente, mientras países como EE.UU., Brasil, Argentina, China e India buscan ampliar su plantel de plantas atómicas, otras naciones con más conciencia ecológica –como Italia y Alemania- están desmantelando sus actuales reactores, ante la presión de los grupos ambientalistas que condenan este tipo de energía por su potencial de hacer mucho daño si algo nada mal. Otras naciones -como Irán- aseguran que su programa atómico es para reducir el consumo interno de petróleo y maximizar sus exportaciones, aunque en Occidente estas razones son poco creíbles.

De hecho, aparte de las nuevas disposiciones del Departamento de Energía de EE.UU. para promover la construcción de nuevas plantas atómicas, algunos artículos y reportajes empiezan a calificar a la energía nuclear como la “nueva energía verde”, ya que supuestamente no produce gases de invernadero y por ende no contribuye al calentamiento global. Sin embargo, en la mayoría de esos artículos se nota un interés político en disminuir la dependencia petrolera y un interés económico en reactivar a todo tren una industria decaída en las dos décadas recientes, ignorando los riesgos que conlleva esta compleja tecnología.

Los riesgos más comunes
Ante todo, conviene demoler el mito de que la energía atómica no contribuye al calentamiento global, ya que en la extracción minera, el transporte de minerales azarosos y el enriquecimiento de uranio –además de la construcción de las plantas- se puede generar cerca de la tercera parte de los gases de invernadero que produce una planta con petróleo o carbón. A esto hay que agregarle las toneladas de vapor producidas constantemente en las torres de enfriamiento, y las aguas calientes vertidas en ríos o mares vecinos, que también recalientan el ambiente y modifican los ecosistemas.

En segundo lugar -aunque no menos importante está la disposición de los desechos nucleares, operación que requiere de sitios seguros para depositarlos por largos períodos, ya que no hay modo de neutralizarlos, quemarlos o desintegrarlos. Así, en el mundo entero, las plantas atómicas producen cada año unas 300 mil toneladas de desechos radioactivos, que normalmente se almacenan en pipotes metálicos cerca de las plantas o se colocan en depósitos subterráneos o piscinas cerradas, en espera de sitios más seguros y supervisados por la Agencia Internacional de Energía Atómica, ente adscrito a la ONU.

A pesar de todas las precauciones, centenares de barriles se han deteriorado con el tiempo, filtrando los desechos a acuíferos porosos y luego a ríos, lagos o mares cercanos. El Uranio y Plutonio apagados, el Estroncio-90 y el Cesio-90 –todos productos radioactivos de la fisión nuclear— empiezan a filtrarse a las aguas y eventualmente son absorbidos por la vegetación, que es consumida por animales, por lo que llega al hombre consumiendo leche y carne. Las malformaciones genéticas, los cánceres y la fibrosis cística que pueden causar a los habitantes de zonas cercanas a las plantas es uno de los grandes problemas de las mismas, y uno bien difícil de solucionar en el futuro previsible.

El riesgo del terrorismo
Pero quizás el riesgo mayor de las plantas nucleares es que su sola peligrosidad las convierte en objetivos ideales de grupos terroristas. Los que viven cerca de una planta atómica deben tener pesadillas sobre algún avión que pueda estrellarse en la misma –al estilo 11/9—produciendo un desastre mayor que el de Chernobyl. Asimismo, con los desechos radioactivos de una planta nuclear, se puede ensamblar las llamadas “bombas sucias”, que utilizan explosivos tradicionales para esparcir la radioactividad en un radio de varios kilómetros. Aún si no hace mucho daño físico, había que evacuar toda una metrópoli en caso de estallar una bomba sucia en su centro. También podría producirse en cualquier momento un sabotaje de los sistemas de seguridad, que produzca una falla mecánica o eléctrica que expone los elementos fisionables a un calentamiento tal que funde la edificación y atraviesa el suelo, causando el temible “síndrome de China”.

Como puede verse, la tecnología para la generación de energía nuclear, es todavía compleja y llena de riesgos, así que la decisión de incursionar en ella debe ser tomada con mucha reflexión y prudencia. Igualmente, la aparición de nuevas naciones nucleares sin tradición tecnológica debe ser vista con cierta preocupación, en vista de las terribles consecuencias que puede acarrear el manejo inseguro de materiales atómicos y desechos radioactivos, tanto para la gente de los países productores como para las vecinos, pues la radioactividad traspasa fácilmente las fronteras nacionales, como lo aprendieron dolorosamente los países de Europa oriental en 1986 con el desastre de Chernobyl.

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