Opinión Nacional

El servicio público

Toda persona cuenta con una vocación que descubrir y cultivar. Algunos
posiblemente no la descubran jamás, resignados a tareas que sirven
para la mera supervivencia. Otros la avistarán a tiempo, empeñándose y
desempeñándose lo mejor que pueden. Habrá quienes desean grandes
fortunas materiales, mientras que otros sentirán una enorme
satisfacción personal, moral y espiritual con lo que hacen, aunque no
les reporte exagerados beneficios personales. En éste último renglón
podemos ubicar la vocación de servicio público, sobre todo en quienes
trabajaron por largo tiempo para el Estado. E, importante, quienes hoy
desean hacerlo por un tiempo suficiente para realizarse como
ciudadanos, llevar una vida honrada, perfeccionarse en sus labores,
recibir un salario justo y una adecuada seguridad social, además de
tener garantía de un retiro o de una jubilación digna. Sin embargo, no
es lo que ocurre y, más de las veces, el empleado público está sujeto
a una inclemente presión político-partidista, no puede reclamar sus
justos derechos y constituye algo así como el ejército de reserva para
toda actividad proselitista donde esté empeñada la palabra de Hugo
Chávez y de sus seguidores.

Se dirá que esto no es nuevo y hay razones para pensarlo así, pero (en
la democracia alternativa que realmente fuimos) hubo importantes
iniciativas como la Ley de Carrera Administrativa para garantizar la
estabilidad laboral de los que ejercían funciones en la administración
pública y, por si fuese poco, con un respeto convincente de la
autonomía sindical. Soñamos y es posible realizar ese sueño, en que
los trabajadores y empleados del Estado ¡que pertenece a todos! se
especialicen verazmente en sus tareas, puedan desarrollar aptitudes
creativas bajo el signo de la responsabilidad, el equilibrio, la
sobriedad, la competencia y la solvencia moral. Bolívar y todos los
que hicieron la independencia fueron grandes servidores públicos y
muchos de ellos murieron en total pobreza. Podemos seguir el ejemplo
de El Libertador, aunque en un país de un gran potencial de futuro,
hoy tristemente diferido, nadie tiene la obligación de convertirse en
mendigo. De modo que el portero, la secretaria, el abogado revisor, la
ingeniero que inspecciona obras, el mecánico a cargo de la flota del
Estado y, en fin, todo funcionario público, tiene el derecho y ha de
gozar de las garantías de estabilidad en beneficio de la continuidad,
eficacia y profundidad de las misiones que debe cumplir el Estado.

Consabido, cuando el régimen parlamentario italiano sufrió tantas
crisis consecutivas, los trabajadores y empleados públicos se
mantenían en sus puestos. Poco importaba el derribamiento o caída de
un gobierno (claro está, bajo una significación nada tercermundista de
los términos), pues el Estado seguía su marcha, mal que bien
atendiendo a toda la ciudadanía. Y es que así como es necesario
reivindicar la libertad y la democracia en Venezuela, también lo es
que contemos (y retribuyamos bien) con un capital humano en la
administración pública que sólo le interese la ciudadanía, preste bien
sus servicios porque derivan de una muy legítima vocación. El
Ejecutivo Nacional y, por supuesto, el resto de los poderes, tienen la
nómina repleta de individuos que hacen mal su trabajo o simplemente no
trabajan, dedicados a charlar sobre Chávez, pero también los hay
aquellos venezolanos y venezolanas de una honestidad a toda prueba que
soportan las presiones y persecuciones por no ser chavistas. E,
incluso, siéndolo nominalmente (para alcanzar y mantenerse en el
cargo), no desean saber de más nada que de su diaria labor, sin que a
cada momento tenga encima una espada de Damocles, el funcionario o
dirigente del PSUV que presiona absurdamente.

Pónganse, estimados lectores, en los zapatos de aquellas personas que
tratan de hacer su trabajo en ministerios, empresas, jefaturas civiles
y cuánta instancia ha creado el gobierno. Quizá tienen más de 10 o 20
años en sus cargos o aprovecharon una oportunidad para trabajar,
gracias al favor de un dirigente oficialista. Pero están hartos y,
deseosos de cumplir con sus específicas responsabilidades, luchan por
no perder el puesto y – a la vez – aspiran a profundizar en una
vocación que el régimen chavista jamás entenderá. Finalmente, a guisa
de ilustración, recuerdo el caso de alguien que toda la vida trabajó
como ingeniero para el ministerio de Energía y aún siendo militante de
siempre del PCV, nunca lo molestaron por ello: no sé si se inscribió
muy a su pesar en el PSUV, porque si no lo hacía lo despedirían y
perdería la jubilación faltándole un año.

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