Opinión Nacional

El tiempo de la táctica no es el de la estrategia

Con no poca frecuencia olvidamos que el Presidente de la República es un militar. Tal vez no sea el mejor ejemplo de virtudes castrenses como la disciplina y la lealtad, pero sería un error subestimarle como guerrero político. De hecho, el líder de la “revolución” bolivariana ha sido capaz de convertir en victoria dos severas derrotas en momentos cruciales. En primer lugar, el 4-F de 1992, cuando transformó un inequívoco revés militar en clamoroso triunfo político. En segundo lugar, el 25-M de este año, cuando gracias a la pasividad de su principal adversario, y a la ingenuidad (complicidad?) de algunos auto-designados representantes de la llamada “sociedad civil”, el Jefe del Estado logró nuevamente transformar una catástrofe política en victoria publicitaria, ante la mirada atónita de sus críticos.

La principal cualidad del caudillo “bolivariano” como guerrero político consiste en su capacidad de distinguir entre el “tiempo” de la táctica y el “tiempo” de la estrategia. Hugo Chávez —no me cansaré de repetirlo— es un verdadero revolucionario, de convicciones firmes y objetivos claros. Su estrategia es consistente y coherente, pero es capaz de adelantarla con flexibilidad táctica, ajustándose a las circunstancias, midiendo con agudeza la cambiante correlación de fuerzas, reconociendo cuando ello es necesario el imperativo de emprender retiradas defensivas, logrando en el proceso mantener a sus adversarios perplejos y confundidos, reduciendo así su capacidad de resistencia y abriendo oportunidades para la contraofensiva.

Esto es lo que ha hecho siempre, y las recientes semanas lo han puesto de manifiesto una vez más. Con semejante destreza táctica, el caudillo que nos gobierna saca provecho de un rasgo fundamental del proceso que hoy experimentamos: su ambiguedad. En efecto, Hugo Chávez es un verdadero revolucionario, pero no estamos en 1959 ni es posible repetir con exactitud las experiencias de un Castro o un Allende. El contexto internacional exige moverse en medio de una bruma de aparentes paradojas y contradicciones, que desconciertan al enemigo y fortalecen la “revolución”. De allí que sea tan difícil para muchos apreciar la continuidad estratégica del proceso y no perderse en sus vaivenes tácticos. “Nadie nos engaña, nos engañamos a nosotros mismos”, decía Goethe, y en Venezuela numerosos analistas siguen engañándose acerca de la naturaleza de los tiempos que vivimos y del líder que los comanda. Esos analistas no creen, en buena medida, porque no quieren creer.

Pero la consistencia estratégica está allí, para el que se decida a mirarla con frialdad: En primer término, la concentración del poder personal, que marcha de manera implacable superando gradualmente todos los obstáculos jurídicos y políticos. En segundo lugar, el desmantelamiento de las instituciones y su subordinación, formal o informal, a los dictados del Ejecutivo. En tercer lugar, los golpes sucesivos y sistemáticos a los diversos sectores capaces de llevar a cabo algún tipo de oposición orgánica: los medios, la Iglesia, los gobernadores, por ahora; más tarde, las Fuerzas Armadas. En cuarto lugar, la consolidación de Venezuela como mera “factoría petrolera”, garantizando el papel todopoderoso del Estado en materia económica y asfixiando cualquier potencial de independencia política desde un sector privado minimizado hasta la extenuación. Y en quinto lugar, el viraje en la política exterior y el paulatino alineamiento del país en una nueva alianza geopolítica contra los Estados Unidos, en favor de los intereses de los países “rebeldes” del mundo, contra el capitalismo, la globalización, y la democracia representativa.

Que esta estrategia se desarrolla por etapas, en medio de recurrentes ajustes tácticos? Sin duda alguna. El lector de Sun Tzu y del no tan despreciable “Oráculo del guerrero” es hábil y tenaz en la maniobra política. Además, en la Venezuela de hoy existe demasiada gente preparada para engañarse y deseosa de hacerlo: por cobardía, oportunismo, interés cortoplacista, falta de solidez sicológica o intelectual, y hasta por cansancio. En Washington también se engañan, y seguirán haciéndolo, porque quieren hacerlo. Nada es tan difícil en política, como lo recordaba en su momento Kissinger, que reconocer a tiempo a un verdadero revolucionario Más vale ilusionarse: “él va a cambiar”, “la cosa no es en serio”, “no seas tan pesimista”, “no hay que preocuparse tanto”, “Dios es venezolano”, son algunas de las frases que empleamos para adormecer nuestra conciencias y sobrellevar con criolla superficialidad la tragedia que se dibuja ante nuestros ojos, y que tanto nos esforzamos en soslayar.

Qué importa sacrificar un CNE desastroso, admitir temporalmente el etéreo protagonismo “civilista” y hasta adeco, si al fin y al cabo el objetivo estratégico va a lograrse, y hasta más contundentemente? No es acaso ese objetivo el de ganar y copar los ejes neurálgicos del poder, para continuar avanzando? No es acaso el próximo terreno a cubrir el del control decisivo de las Fuerzas Armadas, com hombres de probada lealtad y segura subordinación? Y la Ley del Sistema Nacional de Inteligencia? No ha sido acaso cocinada mientras nos distraíamos contemplando las entrevistas del caudillo? “Nadie nos engaña: nos engañamos a nosotros mismos”. El autoengaño es la realidad esencial de la actual Venezuela

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