Opinión Nacional

El tonto de la Colina

Quiere hacernos creer que todo ese aparataje del CNE, el control de la
CANTV, la reserva, el Plan República, la configuración de las mesas
electorales, del REP, la fiscalía de cedulación, SMARTMATIC, las capta
huellas, el sistema de transmisión de datos, la sala de totalización, los
cuadernos electrónicos, en fin, toda la parafernalia electoral, está allí
para garantizar su voto, mi voto, el de la oposición, para que no se pierda
ni uno solo, nadie vote dos veces y lograr la tan anhelada meta “un
hombre, un voto”, con imparcialidad, transparencia y confianza.

Todos los retardos exasperantes a que fue sometido el referéndum
revocatorio presidencial de 2004, que contrastan de una manera insultante
con la precipitación con que el CNE organizó el plebiscito del 15F 2009,
tenían por objeto implementar las misiones, comprar conciencias o cualquier
otra cosa; pero nunca jamás (nadie puede siquiera pensarlo), para montar
ese aplastante aparato fraudulento que ha permitido que desde entonces nunca
más en Venezuela se haya contado un voto.

Es un hecho incuestionable que cuando toda la oposición se retiró de los
comicios parlamentarios en 2005 la abstención alcanzó al 75% del
electorado; pero nadie quiere percatarse del espectro real que exhibió la
oposición y qué movilizó el gobierno, en su justa dimensión, o sea, poco
más del 20%, que es lo que siempre ha tenido a ojos vista.

En comicios pasados, el CNE mostraba un universo electoral dividido entre
una mitad que no participaba y la otra mitad compartida fifty-fifty entre el
gobierno y su oposición complementaria; para deslizarse ahora a un
escenario partido en tercios casi iguales, por lo que cantan victoria por
haber derrotado a la “abstención”, su verdadero real enemigo.

Llama la atención que, con todo y el aparataje, el gobierno no logre
exhibir en su mundo virtual sino un 33% y que la oposición complementaria
también tenga su equivalente premio de consolación, señuelo que les anima
a seguir jugando. Con idéntica mentalidad aniquiladora, siguen repitiendo
que ellos son todo el país; el resto de los venezolanos (un tercio, según
el CNE) para los propagandistas oficiales no existe, no tienen derecho a
reclamar, a expresarse, a ser escuchados.

Pero sin embargo estos venezolanos inexistentes son los culpables de todo lo
que pasa en el país. Las elecciones legislativas del 4D 2005 se presentan
como la más estruendosa derrota de la oposición, cuando en realidad, si la
sociedad quería verse retratada en sus reales proporciones, le bastaría
comparar esa fecha con el 15A 2004, en que se desbordó a los centros de
votación y ver luego el desierto en que se convirtieron cuando se retiró
de ellos.

En cambio, la cuenta que sacan es que si la Asamblea Nacional es
“roja-rojita”, es por culpa de la abstención. Las morochas, la
desigualdad de condiciones, el abuso y toda la política hegemónica del
gobierno no tuvieron nada que ver en el asunto.

Es realmente conmovedor que todavía haya gente que crea que la Asamblea
Nacional hace algo. Y eso a pesar de los esfuerzos del Ejecutivo por
demostrar que no son nadie, ni representan nada, como cuando la cierra para
mandar a los “diputados” a hacer campaña por el SI. No obstante
repiten: “La AN nombró a los magistrados de la CSJ, por culpa de la
abstención”; “La CSJ nombró a los directivos del CNE, por culpa de la
abstención”; “Ese Contralor fue nombrado por la AN, por culpa de la
abstención”. El comandante en jefe no ha hecho sino lo que tiene que
hacer, no tiene la culpa de nada (es la lectura obligada) la única culpable
de todo es la abstención.

En este punto es inevitable darse cuenta que estas tonterías que repite
gente desprevenida en todas partes no pueden ser casuales. Son elaboradas y
luego sembradas en la opinión pública de una manera completamente
artificial y deliberada. En verdad, son “cientos de voces hablando muy
alto”, el viejo truco de construir la conversación cotidiana con una
visión aparentemente plausible, pero en realidad completamente radio o
teledirigida.

La integración del CNE en el dispositivo totalitario no requiere
demostración; su parcialidad, opacidad y la desconfianza que ha sembrado no
las niega nadie; el fraude continuado ha sido percibido por la colectividad
y denunciado por expertos con sólida documentación; pero los ideólogos de
la oposición oficial decidieron declarar el tema tabú, “no hablar de
eso”, incluso prohibieron la utilización de la palabra “fraude”, como
si con esto no aumentaran su poder deletéreo, Tal Cual como ocurriría si
se adopta la misma actitud con el SIDA.

Pero el tonto de la colina no escucha a nadie: está convencido de que los
tontos son los demás.

ESTIGMA.¿Qué diferencia hay entre esa campaña del régimen que muestra a
unos supuestos deportistas exhibiendo el dedo meñique pintado y las
campañas de Ciudadanía Activa con el mismo contenido? Más fácil sería
responder en qué se parecen: Ninguna de las dos se toma la molestia de
explicarle a los electores porqué ni para qué hay que pintarse el dedo con
la supuesta tinta indeleble.

Esa práctica es un resabio de un sistema rudimentario, diseñado para
analfabetas, en que se votaba por colores; pero es discordante con este
dispendioso sistema electrónico y automatizado. De hecho, la única
justificación que se ha dado para la incorporación de máquinas capta
huellas en el dispositivo electoral es que nadie vote dos veces. ¿Para
qué será entonces la pinta de dedos?
Más allá del negocio de compra y venta de tinta inútil, lo que se
sospecha por igual de las máquinas capta huellas, el punto importante es
que tratándose de una señal ostensible, permite distinguir a la vista
quien votó de quien no lo ha hecho. Eso facilita arrastrar electores,
ejercer presión durante los comicios y chequear, después que todo haya
sido consumado, quienes cumplieron con el sagrado deber y quiénes son los
culpables del resultado, cualquiera que sea el resultado.

El régimen defiende esa marca por razones obvias, porque facilita el
control, la amenaza y el chantaje; lo grave es que la “oposición”
también lo hace, porque aunque votar es “un derecho”, se ha
criminalizado a quienes no votan, de quienes ellos también dicen que son
traidores a la patria.

Hemos visto funcionarios pintarse el dedo con tinta china para pasar la
inspección de los jefes y quienes lo hacen sólo para que sus vecinos los
dejen en paz.

En algo más se parece la oposición al gobierno: no es responsable, en el
sentido de sentirse obligada a dar respuesta a las peticiones que se le
dirigen. Es idénticamente arrogante y de mentalidad aniquiladora: quienes
no son ellos, no existen. Comparten el criterio de que quien no vota no
tiene derecho a reclamar.

Hay que repetirles, aunque tampoco escuchen: votar es un derecho, no es el
prerrequisito o condición para la existencia de los demás derechos
humanos, civiles y políticos.

SERRAT. Alguien debería decirle al pobre Joan Manuel, que en Venezuela
hace años que no se vota a través de urnas, como él parece creer, sino
con sofisticadas máquinas Olivetti, que en Italia se usan para jugar
lotería.

Decir que Chávez ha impuesto todo a través de las urnas es cuando menos un
anacronismo o es una macabra ironía, referida a los cientos de ellas que
desfilan cada fin de semana en Caracas y el resto del país, en esta guerra
de baja intensidad que el hampa ha desatado contra todos, con la anuencia
del régimen, que la interpreta como una merecida venganza social.

Joan Manuel no sabe (no necesita saber) que las imágenes de funcionarios
depositando una papeleta en una aparente urna electoral es una fachada hacia
el exterior. Si el voto fuera manual, ¿para qué sirve la máquina? Si el
voto ahora es electrónico ¿para qué sirve la urna?
En verdad, las papeletas no tienen valor alguno, ni demuestran nada e
incluso se ha obligado a votantes a depositarlas aunque no tuvieran impresa
ninguna opción, como ocurrió innumerables veces y por lo que ciertos
funcionarios votaron dos veces, ante las cámaras de TV, porque sus
papeletas salieron en blanco.

Pero además, si por ventura llegaran a contarse y se encontrara una
discrepancia con lo que transmite la máquina de votación, según la
normativa del CNE, lo que vale es lo que diga la máquina. La urna es
inútil, estéril y su uso, una farsa. Luego el ejército las quema al
descampado.

Algunos admiradores de JMS se han mostrado sorprendidos y decepcionados
porque lo tenían por persona honrada, de buen corazón, identificada con
causas nobles. ¿Cómo puede apoyar ahora a “la bota militar”, cuando
antes se oponía a ella en España, en Chile?
Se les olvidó el componente ideológico. Para ellos no toda dictadura es
mala, lo que es malo es que sea de derecha; las dictaduras de izquierda son
buenísimas. Olvidaron que JMS tiene medio siglo apoyando la tiranía de los
hermanos Castro, más de un cuarto de siglo a la de los hermanos Ortega y
¿por qué no habría de apoyar la de los hermanos Chávez?
No cabe la sorpresa. Esta clase de sujetos, como Joan Manuel Serrat, siempre
fueron así y siempre han promovido lo mismo. Lo que pasa es que cuando
apoyaba a Castro le miraban de lejos ¡y le aplaudían! Nunca hubo
compasión para el pueblo cubano. Ahora, cuando la tiranía se sufre en
carne propia, la cosa luce muy diferente para el espectador, pero Joan
Manuel es el mismo: irresponsable, cómodo y distante. No sabe de
fusilamientos, de cárcel, de exilios, de crimen ninguno, si los comete un
régimen que él considera de “izquierda”.

Sigue oponiéndose a Franco en España sin enterarse de que el generalísimo
murió hace décadas y ahora su gobierno es socialista. Lo mismo le pasa en
Chile, donde sigue despotricando contra Pinochet, sin advertir que el
general murió hace añares y allí también tiene un gobierno suyo,
socialista. Nadie le pregunta: ¿Cuándo, Joan Manuel, habrá un gobierno
liberal en Cuba?
En medio de un escenario extraordinariamente lujoso, ante un auditorio bien
alimentado y mejor vestido, que puede permitirse el lujo de las mejores
locaciones VIP, Joan Manuel no se da cuenta de que su voz es gangosa, su
mensaje desteñido y su público compuesto por nostálgicos buscadores de
una juventud perdida. No en balde su canción bandera en Viña del Mar es la
que sirve de fondo a la película de esos simpáticos viejitos “Elsa &
Fred”, que buscan lo mismo que él rememorando una película todavía más
vieja de Federico Fellini: “La dolce vita”.

Para quien se autodefine catador de buenos vinos, como Joan Manuel Serrat,
La Dolce Vita es el epílogo que mejor le calza.

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