Opinión Nacional

El último caudillo insepulto

Al chavismo sin Chávez ya nada le importa. Ni la Constitución, ni la paz, ni el alma insepulta de su líder. Creen poder saltarse el mínimo de estupor del pueblo. Un antes y un después -a lo adentro de su militancia- será saber distinguircuando no es no. Chávez, sesudo de las ciencias militares, era un hombre retrógrado que sabía retroceder si tocaba. Y en medio de su intemperancia, aprendió de límites y prudencias, de lo que poco o nada aprendieron sus herederos, hoy ganados a la tarea de no darle reposo.

Venezuela atraviesa la más compleja y sensible confrontación desde las disputas feudales de la Guerra Federal. Y entra a una nueva etapa que me niego llamarla poschavista, por un mal hábito de personalizar la política y reducir la historia a los hombres y no a sus actos. Chávez debe ser el cierre de un ciclo hedonista, caudillista y militarista, que intenta mutar hacia una auténtica democracia liberal, civilista y federada. Desde la fundación de la República de Venezuela del proceso Constituyente de Valencia de 1830, el país ha estado sometido al voluntarismo de mariscales y taitas, donde prevalece el culto al hombre de sillín. Hombres de poder absoluto que se han repartido el país a cuenta de recobros libertarios. La cosiata fue el primer movimiento cívico-militar que se rebeló al poder constituido de la Gran Colombia. Una tendencia conservadora que reaccionó a la presidencia vitalicia sugerida por el Libertador, y que Páez resistía con las mismas intenciones. Y desde la Convención de Ocaña de 1828, pasando por la Carta Magna de Bolívar de corte dictatorial, hasta la constituyente de 1999 (presidencialista y militarista) y su reforma-2009 (reelección), «la chispa» que enciende los ánimos ha sido la búsqueda oculta del poder perpetuo.

Y la historia se repite cien veces. El gobierno quiere ser eterno. Un afán vitalicio e imperial que lo llevamos en la sangre desde la I República. Ni la llegada de cada revolución (la azul, la restauradora o la roja), ni la vida o muerte de cada histrión, militar, socialista, cristiano o comunista (aún no hemos tenido genuinos demócratas liberales), nos ha llevado a un gobierno libre de casacas o parches gendarmes. El hombre de bota o de pipa, con banda tricolor, lo ha absorbido todo, sin que su muerte nos una, ni nos abandone.

Ese es el rito que se quiere perpetuar. No a Chávez, sino la sombra del hombre fuerte a caballo. García Márquez en su Destino de los embalsamados, alerto del peligro de embalsamar a los caídos. Ello genera «suposiciones posibles» …Fue Chávez quien pidió ser sepultado en la sabana, bajo una mata de mango. «No pido más», sentenció. Pareciera decir desde el mas allá, no permitansuposiciones de lo que fui, por sembrar la duda sobre mis restos. Chávez es el caudillo insepulto de nuestro letargo republicano. Mantenerlo «a la vista» (Nicolás), es un desafío que no podrás superar. Dadle cristiana sepultura al último caudillo.

 

 

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