Opinión Nacional

El Valle de los Caídos

Visité hace unos días el Valle de los Caídos, el
monumento que se construyó por orden de Francisco Franco
en las cercanías de la ciudad de Madrid, para rendir
homenaje a los fallecidos durante la guerra civil que
vivieron los españoles el pasado siglo.

Debo confesar que sentí escalofrío al pensar en la
posibilidad de que sucediese aquello en lo que algunos han
insistido durante estos dos últimos años, como lo es el
eventual enfrentamiento entre venezolanos en una guerra
civil, producto de la polarización y el radicalismo
imperante en los sectores políticos bajo los cuales se
ubica la mayoría de nuestra sociedad.

No he escuchado jamás a nadie que haya vivido una guerra
justificar tal acción, a pesar de haberla ganado. Tampoco
escuché jamás en mis años de estudios universitarios,
que algún profesor de historia me hablara de la guerra
como una acción acertada para defender la paz. No he visto
que las guerras hayan traído al mundo algo distinto al
dolor, a la tristeza, a la desolación, y, sobretodo,
jamás oí que terminada la guerra, la gente estuviese
satisfecha. Nadie puede estarlo después de la pérdida de
vidas humanas y recursos que podrían haber sido utilizados
para la alimentación de miles de seres en el mundo.

Los venezolanos hemos escogido la paz, de la única manera
posible que beneficie a todos. La paz mediante la paz, la
paz sin guerra. Hemos luchado tenazmente por el
mantenimiento de un sistema de libertades. Hemos seguido la
ruta pacífica y constitucional para hacer valer nuestro
derecho de vivir en un país justo donde quepamos todos. Y
es precisamente ése el punto que debe ocupar nuestra
atención como ciudadanos de una misma nación: La
necesidad de convivir en nuestro mismo entorno con otros
venezolanos cuya ideología política no solo es diferente
sino diametralmente opuesta a la nuestra.

Desde la perspectiva de cada sector, los otros son los
equivocados, pero no olvidemos que la democracia otorga
absoluta libertad de pensamiento y acción política
siempre y cuando ésta no afecte el normal desenvolvimiento
de la vida en comunidad.

Esto implica que la tolerancia es un deber ineludible para
el mantenimiento de la paz social. Las posiciones extremas
nos descubren la posibilidad de vivir bajo la
persecución y la sombra de la espada, como vivió el
pueblo español durante cuarenta años.

Sin embargo, tolerar no es necesariamente admitir desafueros
o iniquidades. La tolerancia nos lleva al respeto del otro,
partiendo de la base que se hará lo mismo con nosotros.

Lamentablemente, esta no ha sido la regla en nuestro país
en los últimos tiempos. Hoy, tenemos en nuestras manos,
mediante el sufragio, la oportunidad de regresar a Venezuela
el respeto mutuo de las diferentes posiciones, de
reconstruir un país gobernable y eficiente en sus
gobiernos, pero además, esencialmente, tenemos la
oportunidad de exponer al mundo que Venezuela no solo cree,
sino que manifiesta con votos y no con balas, que la ruta
pacífica para generar y exigir cambios en los gobernantes
sí es posible.

Me opongo absolutamente a todos aquellos que piensen que de no tener el resultado que esperamos cada uno en nuestras diversas posiciones políticas, una vez efectuado el RRP, los venezolanos podríamos enfrentarnos en una guerra
civil. Estoy segura que daremos una lección de historia al mundo contemporáneo, que la escribiremos con tinta de civilidad y paz, y que todos seremos ganadores en un país que demuestra con hechos tangibles sus raíces
profundamente democráticas.

Por magnífico que sea un monumento, ya es suficientemente
triste que se llame Valle de los Caídos y que sea en
memoria a los fallecidos en una guerra entre hermanos.

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