Opinión Nacional

El venidero maratonista parlamentario

Gobernadores y alcaldes reclaman los recursos que les corresponden, sistemáticamente obstaculizados y negados por el poder central. La fórmula acostumbrada incluye el empleo de la violencia contra toda manifestación pacífica y desarmada de la disidencia, propia y extraña, por lo que no constituye novedad alguna  la respuesta recibida al marchar hacia la sede de la Asamblea Nacional: cada disparo, objeto contundente e insulto, lleva la impronta del más lastimoso gesto mercenario del oficialismo que intenta sobrevivir a su propio miedo. No obstante, la escena también significa una severa advertencia para los aspirantes opositores al parlamento.

Sonreímos con desdén cuando aparecen voces  que  literalmente demandan una curul para 2010, sin mayores credenciales que la temeridad vanidosa que encuentra  un cupo inexplicable en la opinión pública. Suelen maximizar un programa legislativo que se dirá capaz de desterrar de la noche a la mañana al pisatario de Miraflores, infundiéndoles un heroísmo ciertamente inédito a las palabras que afilan contra el viento.

Por lo pronto, la búsqueda del equilibrio de poderes o las funciones elementales, como la de debatir, legislar o controlar, escapan de sus desplantes. Y lo que es peor,  ofrecen una versión amable de la investidura aspirada, aunque sobran los indicios del paciente maratonista que tendrá que ocupar la diputación frente a una minoría o mayoría relativa del chavezato.

Bastará con ejemplificar la futura situación con lo que se vivió en la pasada legislatura, pues la marcha trabada a golpes en la sede de la Asamblea Nacional, añadidas las directas lesiones propinadas al constitucionalmente inmune Wilmer Aguaje, apenas exhiben un muestrario de lo que vendrá. De modo que no será cuestión de pronunciar el nombre propio en la plenaria, ir a una que otra entrevista de televisión,  engalanar las fiestas de familiares y amigos, “chapear” a los funcionarios públicos o cobrar la quincena.

Apenas, al ilustrarlo con tres casos, sabrán que el recurso por excelencia a utilizar es la alpargata para la  joropera venidera, decisiva y riesgosa. El parlamentario que tomó muy en serio su responsabilidad entre 2000 y 2005, debía cuidarse aún en el seno del Hemiciclo, pues en no pocas ocasiones era agredido físicamente y a traición; ante el invento de los suplentes equiparados a los muchos titulares del gobierno, relevistas para el agotamiento, el opositor debía amanecer en la insegura sesión plenaria a objeto de intentar que no se aprobara una ley o el más modesto acuerdo; o, por si fuera poco, el sueldo no le alcanzaba, porque – al fin y al cabo – su sola actuación generaba gastos imprevistos e, inevitable, debía prestar auxilio a otras personas o eventos.

 Sobran las noticias del anterior maratón parlamentario que redoblará el próximo, por lo que no luce graciosa la única, empedernida, pretenciosa y golosa aspiración actual. En definitiva, convengamos: esto no es un juego.

 

 

 

 

 

 

 

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