Opinión Nacional

El violín en Pablo Canela

Un alumno inquietó me pregunto si yo había visto u oído alguna vez un violín Stradivarius. La pregunta trajo a mi mente varios recuerdos que fueron desde mi niñez hasta mi infancia, galopando como bestia desbocada, atiborrándome de todo un mundo de sentimientos, nostalgias y reencuentro con notas que nacieron entre las cuerdas y un arco de las manos gentiles de un hermoso viejo, que nos miraba a los hermanos Torrealba con ojos dulces como arcano del tiempo, con risa ingenua, noble y serena y decía demasiado con tan pocas palabras; aquel hombre que era como su gavilán tocuyano que surgió en una tarde de primavera viendo y sintiendo el crepúsculo larense entre su violín y sus manos, el maestro Pablo Canela.

Le dije a mi alumno que yo había visto varios violines Stradivarius, unos vivos y otros muertos; El se asombro y me dijo ¿cómo era eso? En la casa de don Marcos Branger, aquel amigo que junto a su padre don Juan Ernesto, fueron grandes mecenas de músicos, pintores, poetas y de todo aquello que oliera a Venezuela; Habían unos Stradivarius muertos, ya que estaban dentro de unas cajas de cristal mudos y en silencio; pero vi y oí un Stradivarius en las manos de un venezolano que lo volvió a la vida, con canciones como, El Último Ruego, Ruperta, Besos y Cerezas, Mirna y hasta el curioso El Burro de la Manea; aquel violín arrancaba lagrimas con Celosa y volvió a la gracia a ese gavilán tocuyano, noble, amigo gentil, humanitario que de buen barbero con sus tijeras de plata y su viejo violín cargado de sentimientos, nacido en la época donde los hombres con su palabra sellaban el mas intimo ritual de su honor.

El se cultivó llegando ha ser un gran luttier de cuatros, guitarras, capachos, y violines, con el sabor y el color de su Lara; y a la vez hizo una gran comunión con la música su pueblo para su pueblo; de un buen padre se trasformo en un pilar y gloria de la región y de una nación que aun no sabe valorizar a sus mejores hijos, por mezquindades e ignorancia de grupúsculos apátrida que dirigen nuestra cultura; esos no valorizan a nuestras expresiones e identidades y han hecho que los mejores hijos de la patria queden en el olvido de nuevas generaciones.

Esto es para mí el mayor crimen contra una nación, aunque va hacer muy difícil olvidar la última nota que dibujo en el pentagrama de nuestro corazón, el maestro don Pablo Canela.

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