Opinión Nacional

¿Elecciones en diciembre?

LA PORFÍA ABSTENCIONISTA

Se equivocan quienes creen que la abstención es una alternativa política, un programa de acción o una salida a una crisis. La abstención es algo mucho más grave y profundo que todo ello: es el síntoma más visible de una enfermedad terminal. La abstención, por lo menos bajo la forma apocalíptica que ha asumido en Venezuela desde agosto del 2005, expresa el profundo malestar de la ciudadanía por un régimen que ha pervertido la sagrada institución del voto hasta extraerle su savia y convertirlo en bagazo.

Mucho peor aún: es la desesperada expresión política de quienes ven coartados todos sus derechos democráticos y han llegado al convencimiento de que los procesos electorales no tienen ya entre nosotros la función que les es consustancial, a saber: revocar y/o elegir nuevos representantes para que asuman las riendas de los asuntos públicos, se alternen a la cabeza de la dirección de los cargos de gobierno en sus distintos niveles y pongan en práctica nuevos programas de dirección para tratar de satisfacer las demandas de la colectividad en todos sus órdenes: seguridad, empleo, salud, educación, soberanía, relaciones internacionales. Para constituir, en cambio, una formalidad legitimadora de lo que se impone por la fuerza de la violencia. Sin otra función que darle visos de legalidad a lo que constituye una violación inmanente al sistema mismo, degradado a régimen.

De allí el carácter excepcional del abstencionismo militante. Denota el estado de excepción en que se encuentra la institucionalidad jurídica, política, institucional de la república. Asumiendo, por lo mismo, un carácter existencial. La abstención ante los procesos electorales es la forma específica del rechazo no ante dichos procesos, ni siquiera ante el voto, sino ante el régimen que los utiliza y malversa para su propio entronizamiento.

Ello explica la porfía con que se manifiesta y la profundidad de la matriz de opinión en que se ha convertido en el imaginario colectivo. Ante las violación al derecho a decidir por opciones alternativas, la ciudadanía ha optado a ejercer el derecho a decir no a los llamados del régimen. Arrastrando en el rechazo a quienes quisieran – de buena fe – agotar el cáliz electoral como prueba suprema de democratismo, aún sabiendo de la inutilidad del sacrificio.

Nada más grave, pues, que la voluntad abstencionista de la ciudadanía y la porfía con que se manifiesta. Pues además de generalizar el rechazo contra un régimen despótico, autocrático y dictatorial – poniéndolo al desnudo ante el mundo – arriesga con deslegitimar iniciativas políticas que, reconociendo la validez, legitimidad e importancia del rechazo abstencionista militante, quisieran enamorar a la ciudadanía con propuestas verdaderamente alternativas. Que exigen la organización ciudadana, la necesaria voluntad afirmativa de los abstencionistas tras una alternativa de poder y buscan potenciar la necesaria cruzada espiritual y moral necesaria para salir del marasmo en que se encuentra Venezuela.

Es la voluntad que anima a los promotores y firmantes del manifiesto “EL 4-d: UN MANDATO DEL PUEBLO A LA NACIÓN”. Transformar en fuerza positiva y en voluntad afirmativa lo que fue un gigantesco rechazo: el 83% comprobado de abstencionismo frente a la convocatoria electoral de diciembre pasado.

UN PROGRAMA ALTERNATIVO

Es frente a ese verdadero terremoto político que sacudiera los cimientos de la sociedad democrática venezolana que se alza la voluntad de los promotores de dicho manifiesto, entre los que se encuentran académicos, artistas, intelectuales, empresarios, comunicadores sociales, profesionales y amas de casa. Pues un abstencionismo de tal magnitud no presagia sino vientos de tempestad. La única forma de convertir ese terremoto en energía activa y creadora es comprendiéndolo como un mandato por proponer, perseguir y hacer lo diametralmente opuesto a aquello que el abstencionismo rechaza: contra los intentos dictatoriales del régimen, más democracia; contra su centralismo asfixiante, descentralización; contra la regresión a ideologías y etapas ultrapasadas, modernización; contra el aislacionismo, solidaridad internacional; contra la violación a los derechos humanos, reivindicar y defender los sagrados derechos a la vida, al trabajo, a la salud; contra el militarismo, el armamentismo y la guerra, la civilidad, la paz, la convivencia pacífica; contra el crimen desatado, seguridad ciudadana; contra un sistema judicial arbitrario, politizado y represor, una justicia moderna, al servicio del hombre; contra la pobreza como paradigma, la riqueza y la prosperidad como objetivos sociales; contra la corrupción y la degradación, una revolución del espíritu, una Venezuela de la decencia; contra el irrespeto, la exclusión y el autoritarismo, el respeto, la inclusión, la democracia. En suma: contra el chavismo corruptor y desintegrador, luchar por un gobierno que traiga prosperidad, paz, progreso, seguridad.

De modo que el manifiesto EL 4-D: UN MANDATO DEL PUEBLO A LA NACIÓN no puede ni debe ser comprendido como una triquiñuela electorera de un grupo de ambiciosos con el fin de imponer candidatos o subordinar la organización y las luchas populares a los estrechos y manipulados cauces de una lucha electorera y candidatural absolutamente viciada y, por ahora, sin salidas viables. De allí que se deba comprender la defensa del voto que dicho mandato plantea y la exigencia por un nuevo CNE y la realizaciones de elecciones pulcras, transparentes y manuales, con un REP despojado de todos sus vicios y violaciones, como una forma inmediata de exigir condiciones mínimamente aceptables para encontrarle una salida pacífica, constitucional y democrática a la gravísima crisis que nos asfixia.

LA VENEZUELA DE LA MODERNIDAD

Es evidente el acento que dicho manifiesto pone en la necesidad de rescatar el voto y recuperar la confianza del ciudadano en los procesos electorales. Pero dicho rescate debe ser comprendido en el marco de esa auténtica cruzada por la revolución moral, espiritual, modernizadora que se ha puesto a la orden del día para restaurar nuestra institucionalidad democrática y volver a situar a nuestro país en el concierto de las naciones libres, democráticas y progresistas del planeta. Debemos dejar de ser el hazmerreír de la región y la estúpida pariente rica a la que hay que caerle a saco aprovechando el manirrotismo de su circunstancial mandatario. Debemos volver a ser la democracia que fuéramos y que sirvió de asilo a cientos de miles de argentinos, uruguayos, chilenos y ciudadanos de otras latitudes que huían de las dictaduras de sus países para encontrar en nuestro país un oasis de paz y seguridad.

El manifiesto EL 4-D: UN MANDATO DEL PUEBLO A LA NACIÓN es pues un programa de acción, de oposición y gobierno. Un plan maestro para conducir nuestras luchas hacia el rescata de nuestra herida nacionalidad. Suscribirlo es avanzar por la senda de la libertad, el progreso y la democracia. Darle un apoyo masivo puede contribuir a acortar la duración de un régimen que constituye el más grave riesgo a la paz de nuestro país y a la seguridad del contienente.

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