Opinión Nacional

Empanada y Circo

Si algo hay que reconocer del conjunto de valores, percepciones y premisas que a la larga se materializaron en la Constitución de 1999, es la consideración de las nuevas tendencias organizativas, del papel de la sociedad civil en la gestión pública y de lo que se ha denominado economía social o popular.

No obstante, más allá de la revisión teórica o conceptual que pudiera intentarse sobre la caracterización de estos novedosos esquemas asociativos y productivos, innegablemente tan abundante en etiquetas para definirlas como escaso en análisis sistemáticos, ante la agudización de la crisis económica nacional y en el marco de las múltiples reestructuraciones que ha ocasionado la dinámica global, la tradicional concepción de empresa está dando paso a un nuevo paradigma organizativo cargado de postmodernidad y de preguntas aún sin contestar. La tecnología, flexibilidad, virtualidad e influencia del conocimiento como principal activo intangible y competitivo, corren paralelos como rasgos de dicho modelo precisamente con los aportes que desde la descarnada práctica de lo cotidiano, realiza el común de la gente en la búsqueda de su sustento, sobrevivencia o legítimo afán emprendedor.

El conjunto de medidas normativas e institucionales tomadas desde las cada vez más solitarias gradas del gobierno, apuntan efectivamente a la promoción de las Microfinanzas, entendidas presumiblemente como la concreción de instrumentos legales y financieros para apoyar este tipo de experiencias microempresariales, cooperativas y comunitarias que integran el llamado Tercer Sector.

Sin embargo, al leer entre líneas y acuciosamente en las premisas y praxis de estas medidas, el sectarismo, la politiquería, el populismo y la demagogia parecen asomar sus narices frente a la debilidad conceptual de estas medidas, que parecen descansar no en la creación de riqueza y en la conformación de un nuevo paradigma cultural y productivo de trabajo y superación, sino en la distribución de lo que hay (o de lo que va quedando de país) y en una visión conformista o benévola de la pobreza, del soberano, y que se sustenta en la idea de democratizar la miseria y de un Estado rentista petrolero que cada día deja de serlo, en el plano fiscal y del gasto público. La riqueza y la superación personal huelen a “oligarquía” y a “golpismo” en predios chavistas; de ahí el elogio gubernamental desbocado y evidentemente populista a la pobreza.

La célebre frase “no le des un pescado, enséñale a pescar”, parece trastocarse en una versión revolucionaria que podría decir: “dale todos los pescados que quedan para que no chille, así se seque el mar”.

Una de las últimas propuestas “económicas” es la llamada Ruta de la Empanada, que según lo esbozado por voceros del Ministerio de Producción y Comercio, consistiría en la conformación de un “cluster” de servicios turístico-gastronómicos, suerte de franquicia popular, definida como la novedosa integración vertical y horizontal de una cadena productiva estructurada alrededor de la celebérrima, grasosa y apetecible empanada.

Siendo objetivos, en el ámbito de la teoría administrativa y del mercadeo actual la idea de marras no luce tan descabellada, tomando en consideración las potencialidades del sector de franquicias, el relativo bajo costo de la inversión y el patrón de consumo del venezolano. Sin embargo, la idea pierde consistencia cuando se presenta como tabla de salvación “revolucionaria” para la reactivación económica e industrial de la nación (junto a los inefables gallineros platabanderos, conucos zamoranos y cultivos organopónicos) desvinculada de una estrategia o un plan a largo plazo que se aboque al diseño y ejecución de medidas para TODA la economía venezolana, en su riqueza, diversidad de sectores, potencialidades y necesidades. La intención de asumir como paradigma económico a la economía cubana, y no a la norteamericana o a la europea-comunitaria, es síntoma de lo que comentamos.

Luce poco apropiado sustentar un modelo de desarrollo económico y de reactivación productiva en la empanada, en desmedro o con la intención de eliminar a las medianas y grandes empresas, o de otros sectores más dinámicos y atractivos para la inversión extranjera. No es por ello desdeñable la explotación y formalización empresarial con base en el “Know How” del negocio empanadero; lo es sin embargo en el triste cuadro de una gestión que, en los hechos, está descapitalizando, destruyendo la infraestructura productiva nacional y ahuyentando a la inversión.

Las imágenes televisivas ofrecen los entretelones de la trifulca parlamentaria, así como de la posterior “sesión” en el Calvario. La institucionalidad se parece cada minuto que transcurre a una ficción, o quizá a un rollo de papel tualé en el baño principal de Miraflores. La “revolución” (las comillas se afincan y remarcan a cada instante) ha rebautizado el manido apotegma que creíamos sepultado en la cuarta república y que resurge con nuevos ímpetus en la política vernácula. Antes decíamos: “Pan y Circo”. Ahora, el dicho reza: “Empanada y circo”.

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