Opinión Nacional

En desacuerdo

“En desacuerdo” es una frase compuesta por la preposición “en” y el sustantivo “desacuerdo”. Este, a su vez, lo forman: un prefijo, “des” y el sustantivo “acuerdo”. Buscándole las cinco patas al gato del título de este artículo encontré en el Diccionario Etimológico que la voz del encabezado es “Sonar diferente” por provenir del latino “discrepare”. ¡Tan sencillo que es decir discrepar! ¿Verdad?

Por ejemplo, el Henrique de los Capriles Radonsky está “en desacuerdo” con sus colíderes opositores, la María Corina de los Machado y el Leopoldo de los López e imagino que con el Antonio de los Ledezma, también lo está, debido a la convocatoria a unas “protestas de calle”. Se formó entonces un coro opositor a la protesta con el Diosdado de los Cabello Rondón y el Capriles mencionado antes. Por otra parte, y como otro ejemplo, el “ilustrado profesor Isturiz”, de las altas esferas partidistas del gobernante PSUV, expresó así mismo estar “en desacuerdo” con la actitud protestante de unos ciudadanos venezolanos en la margariteña residencia temporal de la delegación cubana al torneo caribeño de beisbol profesional. Por cierto, el desempeño de ella no fue el esperado por los “fanáticos admiradores del sistema de gobierno cubano”.

Ahora bien, yo, ciudadano venezolano, en el ejercicio de mis derechos políticos, discrepo de Henrique Capriles; ni se diga de Aristóbulo Isturiz, Diosdado Cabello y su corte. La discrepancia es natural entre los seres humanos y nunca, compréndase bien, es enemistad a muerte como la sembrada en el territorio venezolano a lo extenso de estos últimos quince años, por sugerencias de un individuo tan nefasto para el mundo como lo es el HDP, Hurtador de Paz, Castro Ruz.

La discrepancia nace del hecho cierto que la tolerancia, la empatía, la comprensión tiene un límite, como todas los asuntos del hombre. ¿Hasta cuándo podemos ser tolerantes con la ineficacia administrativa? ¿Hasta cuándo debemos permitir que los Jueces tengan menos privilegios que un “pran”, por ejemplo? ¿Hasta cuándo debemos aceptar que los pensionados tengan que “mearse” su dignidad en las filas de las instituciones financieras por la lentitud de la gestión? ¿Hasta cuando los venezolanos aceptamos ser tratados como esclavos?

Y volvamos a preguntar a lo zuliano: ¡Vergación!…….. ¿Hasta cuándo, ah?

Todos somos empáticos, unos más que otros. La empatía es natural al ser humano. Se es empático cuando comprendemos el drama de una madre, sin trabajo, con tres imberbes, sin marido pidiendo “una limosnita por amor a Dios” ya que esta es la vía expresa para resolver el problema. Somos empáticos cuando se visitan a los enfermos, bien sea en los hospitales o en sus lechos, y al compadecernos de su estado, se les alienta y ora por su salud. Somos empáticos cuando compartimos en nuestro hogar o en un sitio público la mesa, el mismo alimento, la misma agua, el mismo tipo de postre y los mismos enseres bien sea con el muchacho aseador del interior de nuestras propiedades o con la señora que lava o plancha. Lo somos cuando se acude a prestar ayuda a quienes por causas fortuitas son víctimas de una tragedia natural. ¡Recuérdese a Vargas ’99! No fue necesario que un Castro cubano recomendara hacerlo o impartiera instrucciones. En aquel entonces Chávez estaba más interesado en la aprobación de su Constitución que en las circunstancias particulares del litoral, hasta el punto de copiar a Bolívar diciendo que lucharía contra la naturaleza; en el 2013, esta le pasó su factura y de qué manera, lamentablemente. El venezolano acudió espontáneamente a solidarizarse con los litoralenses. Pero la empatía es limitada.

Todos somos, y siempre queremos ser comprensivos. La comprensión se inicia en el mismo techo donde convivimos al recibir las primeras enseñanzas hogareñas y familiares. Sin embargo, hay prójimos cuyas necesidades de comprensión son obsesivas, verbigracia, la idea de que el Primer Ministro antillano “supera a la Madre Teresa de Calcuta en demostraciones de amor al prójimo, solidaridad con el enfermo, claridad en el decir”. ¡Ja! ¡Ya quisiera él!.

Así pues, discrepo en tanta magnitud como la distancia física medida con el sistema métrico decimal que hay entre la ciudad donde resido y el último confín conocido del Sistema Solar, de algunos líderes de la oposición por la forma tan “acomodaticia y pinzada” de capturar las simpatías del conglomerado chavista raso.

Partamos de la certeza de que quienes lo integran son los menos favorecidos en lo referente a su poder adquisitivo; los de menores posibilidades de calificar a puestos de trabajo especializados en un sistema laboral creciente; los más propensos a enfermarse y acudir al sistema público de salud; los más expuestos a los abusos de autoridad y de otra clase; los más desinformados de las “artes políticas” practicadas en Venezuela; los más esmerados fabricantes de estructuras de concreto, sin complejos cálculos estructurales, en las laderas de los cerros; los de mayor capacidad de poblar los territorios por ser procreadores a diestra y siniestra; de menos interés por la formalidad de las cosas de Dios, pero respetuosos de este; quizás sean los más ingenuos y los que mejor resuelven sus precariedades, dentro de la legalidad y formalidad de la sociedad en la cual están insertos. Todo eso es cierto, pero ello no oculta su inteligencia, su capacidad de razonamiento y comprensión, sus instintos de superación y de llegar a “ser alguien”. Y que quede bien claro: la marginalidad social crece como consecuencia de las erradas visiones de los “jefes” nacionales; sobre todo de aquellos que encumbrados en las alturas del poder pretendieron y pretenden ser omnímodos, omnipotentes, omnipresentes y omniscientes. ¡Válgame Dios! Cuan perjudiciales han sido y son esta clase de individuos para una nación.

Cuando en Venezuela exista un pretendiente a la máxima instancia gubernamental que le hable claro al pueblo sin ofertas de “pajaritos preñados”; sin miedo a mencionar las cosas por su nombre; sin cuadraturas circulares para su eternización en el cargo; armonizando intereses empresariales y laborales para más y mejores emprendimientos; educando a la población como ciudadanos y abandonando la tendencia a creerse un Mesías, un Midas, un Apolo o DIOS, en ese tiempo serán enviados al ostracismo y Venezuela será otra. Así de simple.

 

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