Opinión Nacional

En el marco de la celebración de los sesenta años de la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 2005

Hay una marca de ropa europea cuya publicidad muestra fotografías de niños y jóvenes de diferentes razas. Se ven alegres, unidos y felices. Muchas veces pensé que esa propaganda podría haber sido hecha en Venezuela porque nuestro país tiene entre sus habitantes multiplicidad de orígenes y, con ello, una rica mezcla de culturas y tradiciones con lenguas y religiones distintas. Afortunadamente esa diversidad no ha sido impedimento para unirnos en una venezolanidad solidaria y fraterna. Sin banderas.

Tengo la suerte de tener amigos de diferentes orígenes: árabes, hebreos, africanos, daneses, italianos, asiáticos, portugueses.

Su procedencia jamás ha impedido que seamos amigos, porque lo importante no es de dónde venimos, sino hacia dónde nos dirigimos, los valores que compartimos. Lo que aportamos y recibimos para enriquecer el espíritu, lo que aprendemos de los demás. Existen valores fundamentales que encontramos más allá del color de la piel, del idioma que hablemos y la religión que profesemos.

La amistad, como la libertad y la justicia no tienen banderas porque son universales. Como deben serlo también la lucha por la inclusión y el mantenimiento de la paz. Por eso, es inconcebible que en el presente siglo aún existan naciones que sufran problemas de discriminación por motivos de nacionalidad, raza, sexo, religión, lengua, condición social o pensamiento político, y que, inclusive, lleguen a enfrentar pueblos en algo tan terrible y lamentable como lo es una guerra. Pero es más tremendo aún cuando estas confrontaciones suceden dentro del territorio de un mismo país, es decir, cuando el fratricidio se avalancha entre seres de una misma nación.

El mundo ha recibido lecciones inolvidables que se hace necesario recordar y enseñar a las jóvenes generaciones a fin de evitar por todos los medios posibles que tales sucesos se repitan. El siglo XX está repleto de ejemplos dolorosos: Auschwitz y Europa en general durante la Segunda Guerra Mundial, China, la antigua Unión Soviética, Sudán, Irán, Irak, Timor Oriental, India y Bangladesh, Etiopía, Yugoslavia, Centroamérica. Y tantos y tantos otros pueblos que también han padecido las consecuencias atroces de desplazamientos migratorios de millones de personas y genocidios por razones basadas en fundamentalismos extremos.

El nuevo siglo XXI debe tener entre sus objetivos esenciales la lucha constante y firme por preservar el respeto y la tolerancia entre pueblos dentro y fuera de las correspondientes fronteras, a fin de que el futuro sea un campo fértil para el surgimiento de nuevas ideas que den la bienvenida a la concordia. Y esto debe ir más allá de acuerdos internacionales y cumbres multipolares. Debe sembrar una raíz profunda en cada uno de los individuos que conforman la diversidad humana como garantía de un amplio espacio que guarde lugar para todos, respetando los contrastes que de manera natural y por los distintos orígenes estén presentes.

También ha habido acciones realizadas por el mundo entero que han sido pruebas fehacientes de que la solidaridad se potencia en momentos en que la raza humana de cualquier parte del orbe ha sido victima de hechos como el del 11 de septiembre en los Estados Unidos, o los terremotos de la India y Centroamérica, el deslave de Vargas en Venezuela y ahora el maremoto del sur de Asia. Así también hay muchos ejemplos que nos alientan a pensar que la sociedad humana se sensibiliza sin importar las diferencias.

Es por esta razón que, para quienes creemos que las diferencias no impiden que se creen lazos perdurables en el tiempo, ese anuncio publicitario que mencionamos al principio, nos lleva a concluir que la armonía es posible mientras los futuros dueños del planeta mantengan los brazos abiertos a la solidaridad, el respeto mutuo, y la justicia. Porque con toda seguridad, la paz y la libertad son posibles dentro de la diversidad sin banderas.

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