Opinión Nacional

En el país de sapos el delator es el Rey

Cuando yo era niña, mi tío Ari trabajaba en el MOP, Ministerio de Obras Públicas. En las reuniones familiares le echábamos a perder la paciencia tomándole el pelo por su paranoia de que estaba rodeado de “sapos”, es decir, de espías del gobierno adeco, que buscaban comunistas hasta con lupa para sacarlos del ministerio y llevarlos presos al Cuartel San Carlos.

Mi tío era considerado por los adecos de turno, betancuristas a la sazón, un comunista de tomo y lomo porque creía en los kibutz como forma de organización agraria y defendía los derechos fundamentales de la Revolución Francesa… ya ven la ingenuidad de los años 60 en Venezuela, donde se confundía un tibio apoyo socialista con el más feroz leninismo.

Ahora, en la Venezuela Cautiva de Adriano González León, la paranoia del pobre Ari es toda una realidad orweliana, porque ayer el Ministerio de Comunicaciones dio el ejecútese a la formación, óigase bien, de una RED DE INTELIGENCIA DE TAXISTAS Y MOTORIZADOS, obviamente pagada con el abundante dinero de los petrodólares.

Ya ves querido lector, de ahora en adelante mucho cuidado con lo que dices en un taxi o con los sobres que le entregas a tu motorizado, porque cualquier denuncia de alguno de estos individuos carne de espionaje de tercera, será tomada como una acusación cursable de delito público, es decir, te pueden meter cuatro años de cárcel por delito contra la Patria.

Esta experiencia, es una copia literal de la Red que se creó en La Habana, para doblegar al gremio de los taxistas, los últimos en resistirse a las bondades de la Revolución Fidelista, y luego el medio más confiable para espiar a los “turistas” que deben movilizarse en una isla donde alquilar un carro es un privilegio desconocido.

Esto no es sólo un atropello a las pocas libertades que le quedan a los venezolanos, que es la de quejarse a voz en cuello; esto es algo más perverso e inteligente aún: el comienzo del establecimiento de una serie de redes de espionaje o “sapeaje”, como usted quiera llamarlo, que puede ir desde la maestra bolivariana de su hijo que le pregunta inocentemente en un recreo si en su casa oyen Aló Presidente, pasando por la conserje de su edificio que reporta que usted recibe “escuálidos” en su casa, la ascensorista de su oficina que reporta que usted ha dicho que en este país nada sirve, hasta que su motorizado curse un “informe” sobre como usted pone cara de asco cada vez que se comenta algo de la GRAN VENEZUELA BOLIVARIANA.

Si después de leer este último párrafo usted cree que se trata de un ejercicio paranoico que deja en pañales a mi tío Ari, quiero recordarle que se relea una obra de Bertolt Brecht (Alemania, 1898-1956, Poeta, director teatral y dramaturgo alemán anti nazi) llamada EL SOPLÓN , donde relata como un tierno niño de 11 años perteneciente a las juventudes hitlerianas delata en su colegio a sus propios padres que terminan con sus huesos en un campo de concentración. Cruda trasposición de la realidad alemana, que tuvo iguales ecos en Chile, donde su panadero podía denunciarlo por teléfono y usted “desparecía”; en Argentina, donde había una red de barmans que denunciaban a los que bebían en sus bares por ejemplo, y aquí, mucho más cerca en la Historia, donde la Sagrada de Gómez, la Digepol de Betancourt y la Disip de la democracia, han construído redes de inteligencia a todos los niveles desde liceos, pasando por ministerios, hasta prostíbulos o canales de televisión.

Razón tiene nuestro genial y siempre honesto Zapata, cuando en su crónica diaria caricaturizada del Nacional, identifica a este desgobierno con la nada tímida figura de los sapos. Razón tiene el deshojillado Néstor Francia al recibir una sopa de su propio chocolate chavista y convertirse en espía espiado. Ahora somos una Venezuela de chiiitooo como diría el Bagre sagrado de Cabrujas. Cuidado con esa boca compañero, en los taxis limítese a las especulaciones metereológicas y nada de echarse palos con el motorizado de la oficina.

Ironías aparte, maldita sea la soberbia de nuestros políticos, que en vez de unirse como uno solo contra el tirano, se deleitan en ejercicios de ego fundando partidos para dividir aún más el ya repartido piélago opositor.

Maldita sea su soberbia de nuevo, por permitir que una camada de fantoches nos conviertan en un país sembrado de sapos y mendigos.

Carpe diem.

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