Opinión Nacional

En la calle…

Primero tímidamente, luego sin miedo. Todos van llegando, poco a poco, con las pancartas en la mano. Están cansados de esperar. Están cansados de estar cansados. Así, llegan, se atraviesan, se instalan, en la calle.

La calle es, el afuera, el espacio de lo externo, lugar de todos y de nadie, ámbito de lo público. La calle es, contraposición a lo íntimo, a lo cerrado, a lo personal o familiar, sitio de paso, tránsito circunstancial, nunca permanente, siempre cotidiano.

No sólo la leche escasea en los anaqueles, alimentando una angustia láctea y materna. El artículo que se ausenta cada vez más de las repisas ciudadanas es la paciencia.

Escuelas sin pupitres, sin baños, sin luz, sin agua. Liceos con paredes pintadas con grietas y techos efímeros. Ambulatorios sin insumos, sin médicos, sin atención. Balas perdidas. Inseguridad cotidiana. Calles destrozadas, trenes delanteros agonizantes. Deudas salariales. Damnificados. Habitantes de la precariedad urbana. Servicios básicos, básicamente inexistentes. Derechos pisoteados. Visiones del mundo deseosas de ser impuestas, al precio que sea.

Y la impotencia se hace calle. El malestar pisa el pavimento. El hastío adquiere forma de consigna, de reclamo sonoro, en coro, buscando un eco en la inerte pared de la acción oficial.

Hombres, mujeres, jóvenes, viejos, gordos, flacos, propios y extraños, todos están en las calles, cansados de tanto discurso, de tanta promesa, de tanta borrachera de poder, de tanta ineficiencia arremolinada en cargos públicos, creadores de privaciones colectivas.

La “reforma”, genera reacciones, incita pasiones, algunas aprobatorias, otras, cada vez más, negatorias, críticas, de rechazo al totalitarismo hecho proyecto. Copa la escena. Los titulares. Llena las mesas y las sobremesas. Hasta la navidad se niega a exhibir sus rituales, colores y símbolos.

El apetito del poder total, la voracidad hegemónica de control absoluto, estigmatiza disidencias, y sobre todo, instaura una sordera conciente ante el reclamo público, ante la queja sentida.

Ahí están los estudiantes. Son expresión visible de un sentir, manifestación rebelde de un presente que aspira aún, a tener algún sentido de futuro.

Ella se atraviesa en la calle. El la acompaña. Ellos, unos y otros, todos, la ocupan ahora, con un grito en forma de pancarta, compartiendo una carencia, una aspiración. Lo que se busca, es llamar la atención, alguna atención. “Autoridades competentes”, suelen decir. Pero está visto, que para este gobierno, llamar la atención desde la calle, en la calle, es un acto criminal. Al final, no son ciudadanos, son enemigos, golpistas y desestabilizadores.

El humo de una lacrimógena disipa una reunión, pero no el sentido de un reclamo, ni la legitimidad de un derecho, mucho menos de valores que ni hoy, ni nunca, serán negociables, ni borrados por una imposición del poder.

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