Opinión Nacional

Engarzando al Chavismo

Desesperando contra todo, especialmente contra la inteligencia más efectiva, el chavismo retoma y lanza al ruedo sus despatarradas ansias de una reforma constitucional cocinada en las mazmorras de su ineficiencia y su fracaso.

Con su elenco repartiendo la incapacidad por vía de enroques sustentados por el Principio de Peter, olvidan a Bolívar en Angostura:

«Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad, está sancionado por la pluralidad de los sabios; como también lo está que no todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos deben practicar la virtud, y no todos la practican; todos deben ser valerosos, y todos no lo son; todos deben poseer talentos, y no todos los poseen…»

Ante el ya viejo y aburrido gobierno chavista, puede ser interesante lanzar algunas frases o reflexiones de Maqroll el Gaviero, personaje memorable de Alvaro Mutis, como por ejemplo:

«¿En verdad olvidamos buena parte de lo que nos ha sucedido? ¿No será más bien que esta porción del pasado sirve de semilla, de anónimo incentivo para que partamos de nuevo hacia un destino que habíamos abandonado neciamente? Torpe consuelo. Sí, olvidamos.»

En los días que corren hacia una decisión que finalmente hará posible el sueño venezolano de corregir el error histórico que ha sido la presidencia de Chávez, quien nos ha demostrado con exceso de evidencias lo que es la enfermedad del poder, el bravo pueblo venezolano, ahora con renovado impulso juvenil, continuará dando su clase magistral, donde el triunfo confirmará la gravedad de que unos pocos se crean amos de muchos.

Al delatar la continuidad del latrocinio en marcha, el pueblo está en capacidad de ver ahora todo lo que cuesta y se sufre cuando nos divorciamos masivamente de lo que nos concierne a todos, cuando olvidamos lo público-colectivo y exaltamos a una individualidad dándole irresponsablemente un poder exagerado, adornado por mesianismos absurdos, mezquindades de lesa humanidad y un narcisismo tragicómico, farsesco.

El descalabro del chavismo –que hoy va desnudándose fehacientemente- nos ha hecho saber que no es delegable lo indelegable, que no podemos dejarnos gobernar sin exigir responsabilidades mayores a quienes no saben hacer otra cosa que promesas vanas, de una vanidad descojonada hasta en su incapacidad para albergar y alimentar a los niños desamparados hoy ampliamente multiplicados.

Tal descalabro se encuentra también en nuestra indiferencia amodorrada frente a una producción diaria de muertos que supera también ampliamente a los fenecidos en las más salvajes guerras contemporáneas.

Ciegos y desatados, aunque cada vez más con la mueca inocultable de la culpabilidad en sus rostros, los irrelevantes cultores de la banalidad oficialista hacen divertidos esfuerzos por seguir usurpando efectistas protagonismos, incapaces ya de inventar y tapar un escándalo con otro, y definitivamente autoexilados de la serenidad reflexiva que debe poseer toda vida pública civilizada.

El chavismo no habilita la inclusión y la solidaridad, y lo que hace con la supervivencia y sumisión de sus pocos artistas e intelectuales (pena ajena para panas ciegos navegando en góndola) tiene la misma vergüenza o sinvergüenzura con que toman el hambre y las necesidades del pobre como simples oportunidades electoreras. Es un paternalismo autocrático que creíamos superado.

El fracaso del chavismo puede verse mejor en el gusto y la complacencia con que ha asimilado a hampones y genocidas garantizándoles que su labor destructiva jamás sufrirá de procesos judiciales.

El fanatismo se levanta como arma de aniquilación motorizada por el combustible del odio, como jamás se había visto desde la presidencia de la República, ni con los peores dictadores.

Hasta en la educación prevalece el adoctrinamiento desfasado, tumor que entra en metástasis cuando la disensión y los puntos de vista diferentes son clasificados como manifestaciones diabólicas.

En todas y cada una de sus áreas de funcionamiento, el chavismo renunció al diálogo, no respeta nada ni a nadie, a todo nivel y en todo momento. Esto dice Maqroll:

«Como toda persona que ha recibido una formación militar, para él los civiles somos una suerte de torpe estorbo que hay que proteger y tolerar; siempre empeñados en negocios turbios y en empresas de una flagrante necedad. No saben mandar ni saben obedecer, o sea, no saben pasar por el mundo sin sembrar el desorden y la inquietud».

El desnudo patético del chavismo se traduce en tumbar y repartirse la piñata de los reales, del botín. En su afán del engaño y el dominio absolutista del poder, jamás se pasearon por la realidad fundamental de que las transformaciones sociales, verdaderas o hasta ilusorias, de valor profundo para la nación y su colectividad, se producen paulatina y gradualmente, y sobre todo con un equipo de gente capaz, profesionalmente capacitada, a diferencia de la «ineptitud estratégica» que encarcela a quienes tienen ideas distintas, defendidas en sana paz. Olvidan que garantizar la injusticia sirve a pocos.

Y mientras la inmensa mayoría de los venezolanos, desempleados como nunca y con una moneda que vale menos cada día, persiguen con desesperación una supervivencia que pareciera ya ser una entelequia, por el abandono, la desidia y la perversidad que todo lo enloda y rebaja, el latrocinio se incrementa, con ellos pidiendo cínicamente que «demuestren la corrupción», seguros en su descocado festín de que la Fiscalía, la Contraloría, los Tribunales, la Fuerza Armada y hasta la Policía los han de acobijar infinitamente, como sucedió con los acorazados del Muro de Berlín.

Para el chavismo, existe la creencia de que los venezolanos aprobamos la impunidad en la Constitución.

Entumecidos por las tareas del jalabolismo más monumental que ha conocido Venezuela, donde el valor individual de sus protagónicos asomados sólo es comparable con las brillantes moscas verdes que deliran en la putrefacción del excremento, el descalabro del chavismo ni siquiera levanta un dedo ante la mafia ladrona que nos desangra, donde cada quien cuenta con su equipo personal de testaferros.

Dice Maqroll:

«La historia de los que tratan de ganarle el paso a la vida, de los listos, de los que creen saberlo todo y mueren con la sorpresa retratada en la cara: en el último instante les llega siempre la certeza de que lo que les sucedió es, precisamente, que nada comprendieron ni nada tuvieran jamás entre las manos. Viejo cuento; viejo y aburrido».

En el chavismo el crimen es aburrido porque tiene pocas variaciones.

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