Opinión Nacional

“Ensayo sobre la lucidez”…al estilo venezolano

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El afamado escritor Portugués José Saramago (premio Nobel de Literatura 1998), ha sabido con su pluma reabrir los ojos casi ciegos de nuestra humanidad. De forma asombrosamente obvia, Saramago nos invita a poner en tela de juicio la lucidez del individuo moderno mediante relatos críticos y muy agudos de nuestras realidades. Parece pedirnos entre líneas que abramos los ojos, que observemos nuestros actos cotidianos y, sobre todo, que ejercitemos nuestra lucidez. Fue leyendo su magnífica obra “Ensayo sobre la Lucidez”, cuando ese ejercicio se me antojo al estilo venezolano, contemporáneo, y – por usar un lenguaje más afín a la realidad – casi “escuálido” y “neo-revolucionario”.

Es en la capital imaginaria, de aquel también imaginario país, donde el portugués dibuja magistralmente su crítico relato. La historia de un pueblo antes ciego, que ahora sorprende nuestra lucidez ejerciendo en una inesperada forma – aunque no desconocida – su derecho al voto: el voto en blanco. Dentro de los improvisados e inútiles esfuerzos de los políticos (izquierda, centro y derecha) por solucionar – más que por entender – la “catástrofe” nacional originada por esta peculiar forma de “no elegir”, y la imperiosa necesidad de señalar culpables a toda costa, Saramago nos alerta: “puede ser que un día nos preguntemos quién ha firmado esto por mi”.

La lucidez del pueblo venezolano, está frente al ejercicio más importante de toda su historia. Si de algo han servido los más de cuarenta años de democracia exclusivista, y los últimos ocho años de revolución “trasnochada”, es para preguntarnos: ¿quién firmó esto por mi?. Hemos vivido años de triste indiferencia y de mediocre espíritu democrático. Durante unos años votamos una y otra vez como instrumentos ciegos, firmando como ignorantes el pacto entre “verdes” y “blancos”: hoy tú… ¡pero mañana me toca a mi!

Así pues, décadas y décadas de pacto de unos pocos para desgracia de muchos. Y luego un punto de inflexión – que era de esperar – y que no hizo más que restregarnos en la cara nuestra ceguera, y mofarse reiteradamente de nuestra maltrecha lucidez. Una revolución trasnochada que nos llevó aún ciegos de la mano, y que hoy nos aísla cada día más de la realidad del mundo lucido. Estoy seguro que todos queremos de alguna forma una revolución en nuestro sistema, y que todos en el fondo queremos socialismo (si este significa sociedad), pero, mientras no recuperemos la lucidez, no faltarán oportunistas que dentro del proceso firmen por nosotros un pacto maléfico.

Hemos sido una sociedad de autómatas ingenuos siguiendo órdenes y cumpliendo un pacto de otros: ¡Votemos todos contra el sistema y contra los cogollos!; ¡ahora dejemos de trabajar hasta que se tenga que ir y vuelvan los otros!; ¡ahora marchemos todos!; ¡ahora no votemos!, ¡quedémonos en casa!; ¡no elijamos!, etc. Nuestra falta de lucidez nos dejo sin referente y sin opción. Me atrevería a decir que estamos a un paso de quedar completamente ciegos o de recuperar totalmente la visión (aunque recuperarla no significa recuperar la lucidez). Es quizás la hora de romper los pactos impuestos por un pasado democráticamente pobre y vacío de ideas. Es también el momento de salir de la trampa emocional de los últimos años, trampa que no ha hecho más que hacernos correr ciegamente tras estandartes prestados, caducos, sin arraigo y huérfanos de ideas.

No elige quien no vota. El que decide no hacerlo está dejando que otros firmen pactos en su nombre; es por tanto instrumento y presa de aquellos que se aprovechan (de un lado y de otro) de las carencias de los pueblos luchadores como el nuestro. Hay otros que no quieren elegir ni a uno ni a otro. Estos últimos en Venezuela hoy son mayoría; al igual que lo eran en aquella capital de aquel país del relato de Saramago. Esa gente, esa mayoría, firma sus propios pactos y está ejercitando su lucidez; aún sabiendo que de otro depende en gran medida que recupere la visión.

El plazo es Diciembre 2006. O nos convertimos definitivamente en un país de lucidos o, por el contrario, seguiremos siendo un país de ciegos, marionetas de los de siempre, chivos expiatorios de aquellos mismos, depositarios resignados de culpas ajenas, culpables por decreto y huérfanos de sociedad. ¡Qué no firmen más por nosotros!

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