Opinión Nacional

Entre Ernesto y Antonio

En casa, todos aprendimos desde chiquitos a asumir posiciones políticas con base en firmes convicciones. Jamás practicamos la sujeción de unos a otros por razones de edad o del rol en la familia, tampoco las imposiciones arbitrarias, la segregación, ni la automática adhesión a las ideas. Del debate familiar, siempre crítico y enriquecedor, podíamos salir convencidos a punta de argumentos de que el otro tenía razón o, por el contrario, reforzar nuestras propias posiciones.

Las únicas incondicionalidades que siempre practicamos con nuestros padres y hermanos fueron las del amor infinito, el respeto recíproco, la solidaridad familiar en los momentos difíciles, la honradez, la franqueza y una firme lealtad en temas de natural confidencialidad ante el riesgo de la represión política. De resto, cada uno de nosotros ejerció su plena libertad de asumir posiciones y de militar en la organización política que quiso. La mayoría lo hicimos en el Partido Comunista, pero varios de mis hermanos pasaron voluntariamente a hacerlo en otros: Alicia en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Esperanza en el Movimiento al Socialismo, Asia en el MPDIN y la Liga Socialista, y luego Vladimir en la Causa R y PPT. Nunca nadie les reprochó tales decisiones.

Hace veinte años me fui silenciosamente del PCV y desde entonces me he mantenido como independiente, aunque no desvinculado de las luchas sociales y políticas. En el ejercicio de esa independencia apoyé críticamente a Hugo Chávez en 1998 y acompañé su proyecto hasta finales de 2001, cuando ya era notoria e irreversible su vocación personalista, autoritaria, militarista, antidemocrática, excluyente, demagógica y camorrera. Con el paso de los años, mis diferencias con el modelo chavista se fueron profundizando y me llevaron a coincidir con numerosos y diversos factores políticos y sociales que postulan un cambio democrático y progresista por la vía constitucional, pacífica y electoral. La esperanza popular de cambio ha venido creciendo sostenida y vertiginosamente.

Esta semana se han hecho presentes dos acontecimientos que me tocan de cerca. El primero, una nueva invitación del presidente Nicolás Maduro a que mi hermano Vladimir y yo nos sumemos al proyecto chavista. El segundo, la postulación de mi hermano Ernesto a la Alcaldía Metropolitana de Caracas por el Partido Socialista Unido de Venezuela y sus aliados.

En cuanto a la invitación del Presidente, mi respuesta es invariable. No comparto ni el modelo ni el culto chavista y, por tanto, nada hago yo entre los feligreses de esa iglesia.

Y paso al otro aspecto. En medio de la reinante polarización implantada y alimentada por el chavismo, la candidatura de mi queridísimo Ernesto es expresión de aquel modelo excluyente que yo quiero cambiar. Por tanto, sería un contrasentido apoyarlo, como voces oficialistas (no mi hermano, por cierto) me han pedido por las redes sociales.

En el año 2010, la Mesa de la Unidad Democrática me postuló para una diputación por el circuito Valle-Coche-Santa Rosalía. Jamás pasó por mi mente pedir a mis hermanos y hermanas, en su mayoría chavistas, que me apoyaran y votaran por mí, pues tal cosa significaba contravenir sus convicciones y suscribir una política que no compartían.

Jamás aprendimos a hacer política a partir de las conveniencias personales o familiares. En consecuencia, mis modestos esfuerzos seguirán volcados a propiciar el cambio democrático que Venezuela necesita. Y específicamente en Caracas, donde me corresponde votar, el 8 de diciembre lo haré sin ninguna duda a favor de Ismael García para el Municipio Libertador y de Antonio Ledezma para la Alcaldía Metropolitana.

 

 

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