Epístola a un gran jurista
«Venezuela no es un país que haya creado sus leyes, quizás porque las leyes que debería crear, deberían ser reglamentos, más que leyes, como los que existen en los cuartos de hotel».
José Ignacio Cabrujas.
De entrada le pido excusas por el tono confesional que utilizaré en estas líneas que le dirijo y le dedico.
Cuando terminé de revisar y corregir el análisis jurídico que usted nos mandó a realizar, me asaltó la duda sobre la utilidad del mismo. No se trata de que no observe alguna utilidad académica, sino que me pareció inocua en los tiempos que estamos viviendo los venezolanos. Por esta razón en vez de aquel informe elaborado, me atrevo a entregarle estos garabatos, que son mis reflexiones más caras, jurídicas y sobre todo metajurídicas, en los actuales momentos, en mi vida como ciudadano; y lo hago en ejercicio pleno de mi libertad, y en consecuencia, asumo mi responsabilidad por este acto de «académicamente incorrecto».
Cuando analizaba el nuevo texto constitucional, a la luz de los criterios de la organización del poder público, a parte de enterarme del desorden e inconsistencia de la nueva organización fundamental, la angustia que he venido sintiendo por el futuro de nuestro país se me hizo bultosa e insoportable. Comprendí entonces su «No» y su impotencia en medio de las discusiones de una Asamblea regida por los instintos y no por la razón. Cada vez que lo veía a usted en la televisión, agredido e irrespetado en muchas oportunidades, cosa que usted soportó con mucha dignidad, me preguntaba si en realidad el equivocado no era usted. Sus esfuerzos por darle coherencia a un texto fundamental, por sentar cordura científica en medio de tanto jacobino gárrulo, me hacía pensar en Cabrujas: «Venezuela es un país no posesionado, nadie en el mundo sabe qué quiere Venezuela, qué proyectos, qué ambiciones, qué deseamos». ¿Alguien en la Asamblea sabía lo que quería Venezuela en el texto constitucional? ¿Alguno de los constituyentes tenía claro que estaban tratando de interpretar los deseos más profundos de una nación? Usted lo sabía, de acuerdo con sus creencias y conocimientos, de acuerdo con su experiencia, usted lo sabía. No me resulta difícil diferir de algunas de sus ideas jurídicas, pero eso no hace que deje de admirarlo como uno de los grandes estudiosos del derecho en toda la historia de Venezuela.
Y me preguntaba si no sería usted el equivocado, y en esa pregunta incluía a la «ciencia jurídica» que se ha desarrollado en Venezuela. Me temo, estimado profesor, que se ha elaborado un ordenamiento jurídico que no explica ni sueña al venezolano, y al influjo de ese ordenamiento se ha tejido una madeja de doctrinas y criterios jurisprudenciales alejados de la realidad del país. Nos damos el lujo de tener leyes extraordinarias, en muchas de las cuales usted intervino de cerca o de lejos. Nos damos el lujo de contar con sentencias del Máximo Tribunal que son monumentos jurídicos; pero lamentablemente en nada se corresponden con el país que tenemos. Y es que las doctrinas jurídicas que se han elaborado en Venezuela, tanto como el venezolano, desconocen la historia y la realidad de nuestro país.
Hemos traspolado y traducido doctrinas francesas, italianas, alemanas y españolas, sin pasarlas por el fuego de nuestros deseos y sueños más íntimos. No estoy en contra de consultar el derecho comparado a la hora de hacernos nuestras instituciones políticas y jurídicas, pero sí estoy en contra de hacerlo sin saber lo que le está pasando al destinatario de esas instituciones. Pensamos que tenemos una cultura europea o que debemos tenerla, y no nos damos cuenta de que tenemos ciertas presencias y ausencias que nos distinguen, y no necesariamente para mal.
Le confieso, distinguido jurista, que cuando estudiaba en mi fraterna Universidad Católica del Táchira, después de las clases, de las cuales he sacado muy poco en limpio, me acercaba al «Bar de Baviera», a escuchar las conversaciones, los problemas, los sueños, los deseos, de los borrachitos, y sentía que lo que estudiaba en las aulas académicas no me servía de nada a la hora de comprenderlos y explicarlos. Me preguntaba cuántas de las leyes que afanosamente nos hacían estudiar, algunos profesores hasta de «caletre», se habían basado en las necesidades de esos compañeros de «palos».
Cosa semejante me ocurría cuando presenciaba los problemas vecinales y otros de mayor envergadura, que presenciaba o escuchaba en la calle, en las camioneticas del transporte público, en las plazas, restaurantes populares, y por qué no decirlo, en los burdeles. Tenemos supuestamente una legalidad cuyos principios más caros no se corresponden con nuestras realidades y cuando se corresponden, no se han internalizado en los destinatarios. La legalidad para el venezolano es sólo un conjunto de trabas que ponen los políticos para que los abogados busquen la manera, la forma, el enredo, para saltárselas. Eso es lo que piensa el venezolano, pero el legislador, hipócritamente, el juez, ignorantemente, no toma en cuenta esa realidad a la hora de sus ejecutorias.
En resumen, hemos elaborado un ordenamiento y doctrina jurídica aérea, como diría el Libertador. No ignoro que en Venezuela, al influjo suyo, se está elaborado un «Derecho Administrativo», finamente hilvanado, pero que no resiste el mínimo análisis sociológico, y le juro que esta afirmación no la anima ninguna intención malsana.
La explicación la consigo en una expresión honesta de uno de los estudiosos más «fajados» que he conocido, pues tuve el honor de que fuera mi profesor en postgrado. Andaba este alumno con intenciones de escribir un estudio jurídico con fundamentos filosóficos sobre uno de los temas que más me atrae del Derecho Administrativo. Cuando lo consulté y le informé sobre mis intenciones de reflexionar filosóficamente con la ayuda de algunos clásicos y otros no tan clásicos, me aconsejó, con franqueza respetable, que no me diera «muy duro» con lo filosófico porque a los abogados les espanta la filosofía. No pretendía escribir para los abogados, grupo al cual no pertenezco y lucho sin tregua, día y noche, por no sentirme uno de ellos -no obstante, mi título-, porque rechazo todo gregarismo, «hatismo» y «manadismo», con todas mis fuerzas en defensa de mi soberanía individual, como diría don Rigoberto, el protagonista de una de las novelas más recientes del magistral escritor Vargas Llosa. Pero allí estaba la respuesta a mi inquietud por la ausencia de una filosofía jurídica y teoría general del derecho, con algún sabor venezolano. A la mayoría de los estudiosos del derecho venezolano no les gusta pensar hondo.
He leído con regocijo muchos de los trabajos que se publican en Venezuela en materia de Derecho Administrativos, pero al final de cada libro, de cada tratado, siempre me queda una ausencia: Excelente, pero, ¿y lo venezolano?, ¿dónde se quedó? Hay en esos libros una asepsia impresionante, que me hacen sentir ciudadano de otra República que no es la mía. Creo que el estudio puro del derecho ya fue superado ampliamente. De una teoría pura del derecho (con Kelsen a la cabeza) se ha pasado a una teoría dinámica del derecho, de la cual el jurista peruano De Treizegnez, ha trazado sus grandes lineamientos. Se trata de considerar al derecho como un arte más que una ciencia, y como todo arte, sus estudios deben estar contagiados de la vida, de los humildes problemas que se discuten a diario en los tribunales y en las prefecturas. Ya Kelsen, superándose a sí mismo, y quizás en un desliz impuro, había anotado que el jurista debe hacer con las normas un trabajo artístico. Si se parte de esta consideración, anotaremos que el jurista es aquel que elabora soluciones jurídicas tomando un amplio espectro de herramientas, donde las normas sólo son una referencia a tener en cuenta pero no la única, sacrificable en aras de la belleza (justeza y sinceridad) de la solución.
Desde la perspectiva anotada, surge la necesidad de bajar el derecho del mero ámbito de las abstracciones, puras y perfectas, y contagiarlo, «contaminarlo» con mucha vida, es decir, con historia, sociología y política. Hay que romper con esa especie de compartimientos estancos que se han creado en el mundo del conocimiento, que ha producido especializaciones asfixiantes y contraproducentes en el desarrollo de un país como el nuestro.
La desvinculación del derecho venezolano con nuestras realidades sociales, políticas, económicas y culturales, es lo que ha producido una escasa cultura jurídica en Venezuela y una perversión en la mentalidad jurídica del venezolano. Tenemos una contracultura jurídica debida en gran parte a una legalidad que es percibida como una intrincada selva, donde los técnicos con sus enredos, intrigas, formulismos, hacen siempre su agosto (don Rigoberto, dixit). Mientras en Europa luchan en contra de los trabas jurídicas, simplificando los procedimientos, acciones y leyes, en aras de garantizar mayor libertad a los individuos, nosotros seguimos, como juristas de cámara, creando y resucitando complejas y largas teorías para comprender nuestro intrincado ordenamiento jurídico, quizás porque seguimos pensando que la ley es para «regular la conducta del hombre», ignorando que la conducta del hombre no es regulable, sino canalizable. Ya ha sido ampliamente demostrado que el hombre tiende a rebelarse frente a las prohibiciones y trabas a su libertad, pero tiende a volverse razonable cuando se le plantea una opción a su conducta. Es mucho lo que tenemos que cambiar en Venezuela.
Por lo anotado, respetable profesor, es que lo que llamamos «ciencia jurídica» se ha convertido en «el más nutritivo alimento de la burocracia y la primera engendradora de burócratas» (otra vez, don Rigoberto).
Frente a lo descrito, ¿qué podemos hacer? Luchar, tanto como usted lo ha hecho en su momento, pues no ignoro que leer sus libros esclarecen el panorama jurídico de Venezuela, pero no resuelven el problema. Y la lucha debe estar dirigida en contra de la ignorancia jurídica de nuestros coterráneos, para lo cual no nos sirve un ordenamiento jurídico tan enmarañado como el que tenemos y menos aún la ciencia que con esa materia prima hemos construido.
La batalla incluye asumir la tarea de crear una Teoría General del Derecho Venezolano y nuestra propia filosofía jurídica. ¿Significa lo que digo que nos encerremos y no observemos lo que se ha hecho y se hace en otros países? En absoluto. Pero debemos estar conscientes de que las doctrinas extranjeras son sólo herramientas en el trabajo. ¿Dónde conseguiremos nuestras particularidades para reflejarlas en el ordenamiento jurídico? En la historia de nuestra mentalidad jurídica. Es poquísimo, casi nulo, lo que se ha escrito sobre esta materia, pero allí están los libros, los documentos, los expedientes, las obras literarias, nuestras costumbres, para averiguarlo y aprehenderlo, en un proceso lúcido y sin lloriqueos, como diría nuestro polémico historiador Manuel Caballero.
Es verdad que una constitución como la que tenemos el trabajo se hace duro, pero no imposible. Todo el trabajo positivista que se haga con la actual constitución, lo perderemos, pues más pronto de lo que se imaginan algunos, volveremos a tener la oportunidad para darnos un texto constitucional coherente, sencillo y legible, que sirva de fundamento a un ordenamiento jurídico funcional, que se requiera sólo sentido común para comprenderlo, y que haya salido, al mismo tiempo, del sentido común de los venezolanos, que está allí, esperando por nosotros.
Hay ciertos artículos y principios en la nueva constitución que nos pueden servir de potenciadores para el cambio que propongo. Allí está el artículo 141, que establece el principio de la eficacia, transparencia y eficiencia de la actividad administrativa. Son muchas las leyes existentes que podría declararse nulas, por inconstitucionalidad sobrevenida, en aplicación de ese principio. Es la juridificación de principios de las ciencias de la administración, que nos permitirán luchar desde los tribunales en contra de la estorbosa administración pública que tenemos.
En el ámbito del poder judicial, se nos presentan ciertos principios constitucionales, que interpretados de manera integral, también nos servirían para adaptar el orden jurídico a las necesidades del venezolano.
De modo, apreciado doctor, que en la Universidad desperdicié mucho tiempo -y muchos siguen desperdiciando su tiempo- estudiando teorías inútiles, sin la debida preparación y formación en historia venezolana. La historia que conocen los abogados, igual que la mayoría de los venezolanos, no es historia, sino mitología. Nuestro consciente e inconsciente colectivo está lleno de mitos sobre lo que nos ha ocurrido en nuestro devenir y vivir como nación. Nada sabemos sobre lo que nos ocurre como venezolanos, nada sabemos sobre un ordenamiento jurídico que por los menos explique y sueñe al venezolano. Allí ha estado nuestra falla.
Por su parte, para aprehender la mentalidad jurídica del venezolano, debemos recurrir a la literatura. Hay mucho en las obras de Gallegos, Garmendia, Cabrujas, Meneses, Otero Silva, Pocaterra, Balza, González León, Cadenas, etcétera, que nos podría servir para comprender el problema que planteo. Hay mucho en los libros de historia que nos podría servir en la tarea que nos corresponde asumir a quienes nos sentimos parte de este país y daríamos cualquier cosa antes de irnos al extranjero, decepcionados.
Entiendo que en sus esfuerzos académicos usted ha tratado de darle objetividad y cientificidad a la doctrina jurídica venezolana. Y lo ha logrado. Leer su obra enciclopédica que me hace sentir orgulloso de compartir con usted mi nacionalidad, tanto como a un amante del deporte, el gato Galarraga; es una experiencia esclarecedora. Allí se compendia nuestro ordenamiento jurídico (sobre todo el referido al derecho constitucional y administrativo) con mucha coherencia y lógica, mas no observo por ninguna parte la «cuitidad» (Ibsen Martínez dixit) del venezolano. Es cuando siento que tenemos un ordenamiento jurídico expugnado por un gran jurista, pero apartado de la realidad de la nación que vamos siendo. La «cuitidad» del venezolano la vi, la sentí, la presencié, en los gárrulos que trataron por todos los medios de satanizarlo a usted. Allí sí había «venezolanidad».
La falta de seriedad, la inconsistencia, lo festivo y «rumboso» de la mayoría de la Asamblea, refleja lo que somos como país. El producto de sus deseos lo tenemos plasmado en un texto constitucional muchas veces ilegible. Se combina allí de una manera «macondiana» normas con mucha seriedad, verdaderamente revolucionarias, con disposiciones contradictorias y otras muchas que de seguro hacen morir de la risa a los creadores del Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano. De seguro a usted no le produce risa, sino angustia, tanta inconsistencia en la «Bolivariana», porque usted, es un hombre serio, pero tan venezolano como para comprender estas líneas.
Es esa «rumbosidad» del venezolano, que don Uslar Pietri ha denunciado desde que tiene uso de razón (hace casi un siglo), lo que se le ha escapado a los estudiosos del derecho. Se hacen estudios jurídicos sin saber que todavía no nos hemos inaugurado como país y sirven solo para adornar libelos y sentencias.
¿Es esa «rumbosidad» nociva para la tarea consistente en terminar de hacer este país? Para un sector determinable de la intelligentsia (encabezado por don Uslar Pietri), sí, y proponen luchar en contra de eso. Pero otros estudiosos de lo venezolano, a quienes me adhiero, ven en el temperamento festivo de nuestros coterráneos, la energía que no se ha utilizado, debido a la chatura de los dirigentes, para potenciar los cambios que necesitamos y lograr un grado de bienestar general aceptable.
Ocatavio Paz proponía para los países Latinoamericanos la creación y consolidación de instituciones democráticas y capitalistas, con cierta moderación a los fines de no incurrir en el hedonismo ciego que corroe la sociedad norteamericana. Producir productos duraderos para no despertar el consumismo pervertido y sobre todo, no olvidarnos de las fiestas colectivas, fenómenos sociales que permiten tener una vida en común más satisfactoria.
No ignoro que hay perversiones de ese temperamento «rumboso»: el facilismo y la deshonestidad que también nos invade, producidos por un Estado irresponsable y por unos partidos políticos mediocres. Contra esas perversiones sí tenemos que luchar, sin tregua.
Suerte semejante ha ocurrido con otra característica que compartimos con los países latinoamericanos: «El realismo mágico». Nuestro economista Emeterio Gomez ha ubicado en esa madeja de creencias y actitudes la causa de nuestro subdesarrollo económico. Igualmente difiero de ese criterio, pues creo que allí hay energía y no estorbos para nuestro desarrollo. A mí me ha enseñado más García Márquez con su novelas, a los fines de comprendernos como país, que Kelsen, León Duguit, Stamler, Heller, Scmitt, Santi Romano, Capelletti, Dworkin, García De Enterría, García Pelayo… Pienso que debemos recurrir primero a Cien Años de Soledad y después a los autores mencionados y a otros tantos. Pienso que debemos primero leer y comprender Doña Bárbara, Pobre Negro, Idolos Rotos, Un Venezolano en la Decadencia, Los hombres también son ciudades, Acto Cultural, etcétera, antes de acudir a consultar las arrets del Consejo de Estado francés, y luego ver cómo hacemos nuestras leyes y nuestras teorías jurídicas.
La ignorancia o complejos del legislador sobre la venezolanidad ha producido grandes daños y perversiones en nuestra cultura jurídica. Mi abuelo paterno y mi padre, a pesar de que este último es bastante joven, tenían una fe en la palabra otorgada por escrito y en papel sellado que me asombraba. No necesitaban de notarios y registradores para que se les fuera la vida en el cumplimiento de las obligaciones adquiridas. Según me comentaba mi abuelo así fue siempre entre las personas con quienes vivió. No obstante, llegó el legislador con la sospecha de que en ausencia de sellos y notarios, el documento privado no tenía la eficacia de un instrumento público en un proceso judicial y acabó con la costumbre. Desde que el venezolano se entera de que el documento privado no tiene eficacia inmediata, firma todo lo que le ponga por delante y se le hace fácil evadir la obligaciones asumidas. No ignoro que la pérdida de valores es mucho más compleja, pero el legislador agregó un ingrediente nocivo a la cultura jurídica del venezolano.
Cosa semejante ocurrió con una institución moral en los pueblos y caseríos: el Prefecto. A parte de representar la autoridad civil, tenía una autoridad moral impresionante. Eran las mejores personas de los pueblos las que eran seleccionadas como prefectos, y cumplía con sus funciones policiales y civiles, así como de las gestiones ante las gobernaciones y autoridades nacionales a los fines de crear y mejorar los servicios públicos. Recuerdo que en el pueblo donde crecí, el prefecto antes de tomar una decisión consultaba a las personas de casa en casa y se convertía en un patrocinante en la autogestión comunitaria. Llegó el Legislador creando alcaldes y redujo al prefecto a un simple mandadero de las autoridades estadales. Sé que el prefecto es un funcionario de los Estados, pero si el legislador hubiera conocido la cultura política de nuestro pueblo, habría creado, para el gobierno local, prefecturas en vez de municipios y estaríamos eligiendo popularmente a los prefectos. Ya había una cultura que por la ignorancia y complejos del legislador, se perdió.
Cosa semejante ocurrió con la manera de resolver los conflictos de intereses y derechos. No se tomó en cuenta la cultura que había en los pueblos y se nos impuso un Poder Judicial y un proceso enmarañado, con los resultados por todos conocidos. En algunos cuentos de mi abuelo, la parte de la historia no escrita pero provechosa, me refería cómo en los pueblos andinos los vecinos se reunían con el Prefecto o con el Regidor, figura olvidada, para resolver algún problema surgido entre familias o entre personas. ¿No había allí, en ciernes, la institución de jurados y la oralidad en la solución de los litigios?
El legislador ha sido el enemigo número uno de la evolución jurídica en Venezuela. ¿Y dónde estaban los juristas de bien para impedirlo? Embebidos con las doctrinas francesas, alemanas e italianas.
Por todo lo dicho y por muchas razones que no he dicho, cada vez que leo un libro con bultosas citas en distintos idiomas al pie, pero con desconocimiento brutal de la realidad venezolana, a parte de recordar el Ensayo Filosófico de Aníbal Nazoa, me doy cuenta de que su autor no ha vivido en Venezuela. Parece que andan en una cajita de cristal, parece que nunca han hablado con un campesino, parece que nunca han visitado un pueblo y se han involucrado en su acontecer, parece que nunca han leído obras literarias, parece que nunca han visitado un burdel ni se han acostado con una prostituta, en términos gráficos. Y sabe que no lo digo por usted, pues tengo noticias de que es usted una persona muy intensa en los distintos ámbitos de la vida.
No tengo nada en contra de las personas que manejan amplios conocimientos en el derecho comparado -salvo cierta envidia sana-, no, todo lo contrario, pero sus estudios serían fructíferos si conocieran la «cuitidad» del venezolano. Las lecturas de Dworkin les sería más provechosa si conocieran a Juan Bimba y los cuentos de Pedro Arrimales.
Quizás mis excesos de nicotina y cafeína han producido este acto de «académicamente incorrecto», vicios que no lo justifican, pero tenía que cumplir con los dicterios de mi conciencia.
De usted,
Un alumno.