Opinión Nacional

Equipaje para este viaje que es nuestra vida

Si una persona tiene que hacer un viaje a una ciudad a 30 kmts. de distancia, llevará solamente lo puesto. O, cuanto más, en un portafolio, un libro, quizá un sandwich y una cantidad extra de dinero.

Si va a pasar la noche, llevará una muda de ropa, cepillo y pasta de dientes, hojillas de afeitar y una suma mayor de dinero para pagarse una cena y el hotel.

Si viaja al exterior, por un mes por ejemplo, tendrá que llevar una o dos valijas con ropa, libros, artículos de tocador y una tarjeta de crédito internacional.

Si viaja por años, enviará además, por barco, más ropa, apta para diversas estaciones, muchos libros, fotos familiares, cuadros, y abrirá una cuenta en un banco del exterior.

¿ Como deberá aprovisionarse el humano para este largo viaje que es su vida, del cual no volverá, y que comprende todos sus restantes años ? ¿ Cómo planificará su destino ? ¿ Como ordenará su existencia, en función del tiempo ?
Para responder a esta pregunta, establezcamos dos extremos posibles. Uno, el del animal libre, silvestre, viviendo en la llanura o en la selva. El otro extremo será el del ser humano extremista, en el campo del pensamiento, de la religión o de la política u otro tipo de ideología, sectaria o absoluta, que cree en la eternidad y el absolutismo de sus ideas.

El animal de la selva no llega consigo ningún equipaje fuera de su cuerpo. Todo su destino está escrito en los mensajes genéticos de sus cromosomas. Y el contenido de esos mensajes le informa, y le hace cumplir, que lo que necesita para desarrollar su destino lo obtendrá de su entorno en la medida de sus necesidades. Cuando necesite alimento buscará algún vegetal o animal más débil que él. Cuando sus instintos lo lleven a reproducirse, buscará un animal de su misma especie y de sexo contrario. Cuando quiera dormir o hibernar buscará un refugio adecuado en su ambiente. Y todas estas búsquedas estarán determinadas por sus procesos interiores, inscritos en sus cromosomas, regidos por sus instintos y realizados por sus hormonas.

El ideológico, en general religioso y a veces político, se situará en el otro extremo. Su medida del tiempo es la eternidad. Se prepara para un larguísimo viaje, que comenzó cuando él todavía no existía y que nunca tendrá fin.

El universo del cual forma parte tiene un comienzo, que es el principio de la creación, o de la vida, o de su especie, pero cuyo fin no se concibe. Su destino es como el horizonte, que en el momento actual aparece como una línea curva en la lejanía, pero que permanece siempre a la misma aparente distancia y que la mantiene cuando él se acerca. La vida, para el idealista extremista, es un viaje sin límite.

Por tanto, su equipaje es incomensurable y atosigante. No es material, sino espiritual o psicológico. Lo abarca a él, durante toda su vida; y comprende, hacia el pasado toda la historia de la humanidad, y hacia el futuro sus descendientes; sus hijos, sus nietos, bisnietos y todas las generaciones venideras y de todo lo existente sobre ese planeta.

El animal, en su vida, tiene un proyecto centrado solamente en sí mismo en este momento y en su especie, cualquiera sea la forma que ésta afecte.

El creyente existencial tiene un proyecto centrado en su grupo, por toda la eternidad.

Entre estos dos modelos extremos, lejos de ambos, estará situado el lector. Por definición no es solamente un animal, y con una máxima probabilidad no será un fanático, porque la lectura de artículos de esta naturaleza no se encuentran dentro de los estilos de ese tipo de gente.

Introduzcámoslo, entonces, en algún punto intermedio dentro de este espectro.

El extremo más cercano al del animal silvestre es el de un hombre, principalmente biológico, que se interesa sólo por su vida cotidiana. Tratará de ganar, todos los días, lo necesario para subsistir. Si tiene vida sexual se preocupa de su goce personal inmediato y no le importa demasiado la consecuencia de esa actitud ni de los hijos que pueda engendrar. No tiene proyectos, ni obligaciones, ni cultiva mayores valores. En la vida real, estos seres se ubican en los estratos más bajos de la sociedad. Muy a menudo son enfermos. O son prostitutas, o psicopáticos, o esquizofrénicos o alcoholistas.

En el otro extremo, del lado del fanático ortodoxo se ubican seres que la humanidad acostumbra a considerar como superiores o excelsos. Aparecen como líderes, próceres, políticos, hombres mesiánicos. Actúan dentro de un marco que, menos que la creación y la eternidad, comprende la totalidad de la especie humana y la naturaleza.

Ubiquémonos ahora dentro de un campo más preciso, por tanto más limitado. Ni el del animal ni del fanático. Ni tampoco el del hombre sub-social o enfermo ni del hombre excelso y elitesco.

Entre estos dos últimos límites se encontrará probablemente el lector. Quizá acostumbre leer ensayos que versan sobre ideas abstractas como el que está leyendo.

¿ Cuál es su expectativa, cual es la profundidad de su enfoque al considerar este “viaje” de su existencia ?
Una respuesta fácil sería la siguiente; «se trata de un problema filosófico y cada uno tomará su propia decisión.»
Pero esta es una respuesta perezosa. Podemos presentar otros argumentos, otros elementos de juicio, que nos permitan avanzar en el tema y precisar un poco más.

El hombre que está leyendo estas líneas tiene por lo menos en su historia diez años de estudios entre primaria y segundaria. Con toda probabilidad, hasta 20 años. Y en muchos casos es un estudioso y lector permanente. Eso significa que para él tiene importancia lo que han escrito, pensado y especulado los hombres desde hace miles de años. En su peculiar condición de hombre culto, o por lo menos instruído, los miles de años de la historia de la humanidad son trascendentales.

La conciencia de un pasado histórico tan extenso, inevitablemente tiene que proyectar su pensamiento hacia el futuro y por tanto su visión del destino de la humanidad tiene que ser mucho más amplia que la inmediata, de la misma manera como, a medida que un espectador asciende en un avión, la perspectiva del territorio que tiene a sus pies aumenta en relación con la altura.

Este individuo tiene una expectativa de más de 30 años de vida porque, como ha llegado a una edad madura de reflexión y pensamiento, su expectativa será mayor que los setenta y tres años promediales de vida en el mundo civilizado. Y todo ese trayecto de vida tiene que ser programado, incluyendo la nueva dimensión de la vejez, activa y fecunda, más allá de los sesenta y cinco años.

Naturalmente que por su información y su cultura, vivirá un elevado nivel moral, porque la preocupación ética se eleva con la educación. Y por ello querrá inculcar sus valores a sus hijos, y tratará de darles una carrera y brindarles una sólida situación económica .

Pero como sabe que la relación entre padres e hijos comienza a debilitarse a partir de la edad de la sexualidad, no será demasiado exigente en sus pretensiones de inculcar a sus hijos su propia escala de valores y les brindará sugerencias, indicaciones, orientaciones, experiencias, sin intentar imponer ninguna de ellas.

Su responsabilidad será aún menor con sus nietos. Y corresponderá, porque así su naturaleza se lo demanda, que les dé mucho afecto, cariño y atención. Y en cuanto a los valores éticos y espirituales que quiera ofrecerles, serán limitados. No irán más allá de el de brindarles el ejemplo de un abuelo respetado y considerado, hombre honrado y si fuera posible, creador en algún aspecto de la vida civilizada. Un poco más, pero no mucho, podrá dejar una herencia de tradición familiar de ciertos valores morales.

En el siglo XX, donde cada década contiene un proceso evolutivo que hasta hace pocas generaciones requería varios siglos, no nos permite proyectanos demasiado hacia el futuro.

Si el lector elige un destino de trascendencia, el de programar el futuro de sus descendientes, su familia y su país, naturalmente que puede hacerlo. Pero a medida que sea más ambicioso en relación al futuro sus proyectos se volverán más imprecisos e inseguros. Hasta el siglo XVIII se podía prever que es lo que sucedería en las varias generaciones venideras. Pero en el siglo XXI es imposible anticiparse a lo que ocurrirá en una sola generación más adelante.

Nuestra época presenta una transformación, casi una mutación acelerada de todos los valores. Aquellos que como los de sexo, familia, relación padres-hijos, salud, propiedad, amistad, cultura, religión, sociedad, eran de especial significación a principios del siglo XX han experimentado cambios totalmente inesperados. En cambio, otros como educación, poder, igualdad, derechos humanos, individualidad, competitividad, han pasado a primera categoría.

La longevidad se ha duplicado en el tiempo y se ha multiplicado en complejidad. Las reglas de juego que han regido a nuestros abuelos se han vuelto obsoletas. Las de hoy son mucho más complejas y sofisticadas.

Si continuamos nuestra vida según el modelo de un viaje, observaremos notables diferencias con el de las generaciones anteriores. Es mucho más largo en extensión; en un siglo casi se ha duplicado. Es mucho más activo; el número de ocupaciones y vocaciones y actividades que puede ejercer un ser humano contemporáneo se ha multiplicado. Su equipaje se ha modificado enormemente. Han desaparecido muchas costumbres ya consideradas viejas e inútiles. Una tarjeta de crédito de plástico posterga la mayoría de los problemas económicos. La ropa es sencilla. En casi todos los lugares se puede vestir de cualquier manera. Para el viaje de la vida la carga del pasado es menor. La historia sirve para comprender el presente y el futuro, pero no lo precisa ni determina. El porvenir abarca sólo los años que nos restan de vida y nuestra responsabilidad familiar rige hasta la mayoría de edad de nuestros hijos. En este nuevo programa muchos de los valores religiosos o religioides, caracterizados por su eternidad, su inamovibilidad, su perfección, su ritualismo, su afirmación dogmática se encuentran obsoletos. También sucede así con valores tradicionales, como patria, alcurnia, territorio y propiedad. Finalmente ha disminuído la trascendencia de valores tales como sexo y familia, en lo que tienen de represivo.

Hoy, el valor de la funcionalidad y hasta la estética de cualquier objeto está por encima del valor del material de que está formado. La reparación de un detalle de un instrumento es más cara que su costo de reposición. El volumen de la basura, detritus, restos y aparatos en desuso aumenta constantemente. Y esto puede servir de analogía para los conceptos generales que regulan nuestras relaciones interpersonales.

En nuestros programas existenciales un alto porcentaje de energía debe estar destinado a la creatividad y a la reprogramación.

En nuestras vidas modernas el viaje es más largo, más rico, más variado. Nuestro equipaje será más liviano y estará sometido a una obsolescencia sistemática. El presente es inmenso y el pasado y el futuro mucho menores. Nuestra vida contemporánea es más ágil e inquieta.

Antiguos edificios sirven hoy de museos que pocos curiosos recorren. En sus sótanos se hallan depositados los archivos del ayer. En los desvanes y buhardillas se amontonan los sueños y fantasías de las ideologías teológicas políticas e ideológicas de cualquier naturaleza.

El concepto de caos, antes término despectivo que solamente servía para ser comparado con el de orden, hoy es objeto de interesantes estudios científicos. Los museos son visitados por poca gente. Concurren a ellos ancianos que hay resuelto vivir cultivando aquello de «todo tiempo pasado fué mejor». Otros son los eternos fanáticos que buscan argumentos misteriosos para imponer a los demás hombres sus deseos de poder.

Pero la mayoría de los seres humanos pasea gozosa por las calles, los conciertos, las salas de espectáculos, los parques y jardines y las áreas silvestres gozando de todos los espectáculos que brindan la naturaleza, la ciencia, el arte y la inventiva que el hombre ha creado para deleite de este viaje que es su vida, desembarazado de pesados equipajes de pasado y de futuro.

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