Opinión Nacional

¿Es el camino de los indios un camino hacia los errores del pasado?

Ya lo sabíamos, pero el Domingo pasado fue la estrella de los medios oficiales: se construye una ”ciudad” bautizada como socialista en la ladera Norte de la Cordillera de la Costa “entre la autopista Caracas La Guaira y El Junquito” según las informaciones de prensa. Se llama según anuncian, “Ciudad Camino de los Indios”; pero popularmente se conoce, y que a nadie le extrañe, como Ciudad Chávez.

Lo primero que nos llama la atención, es que se le ponga el adjetivo “socialista”. Suponemos que eso se ha hecho para halagar al Jefe, que destacará los atributos que esa ciudad tendrá y que la diferenciarán de todas las demás ciudades venezolanas, sin darse cuenta que esos atributos (que no enumero esperando que los enumere alguien de la camarilla) son los que debe tener todo centro urbano con un mínimo de calidad de vida.

Una calidad de vida que se le niega, por ejemplo, a Caracas y a toda su área de influencia, donde la gente sufre la ausencia de Proyectos Urbanos (ya hemos dado una explicación de este concepto) que rescaten del abandono a sectores donde podrían habilitarse muchos metros cuadrados para vivienda y servicios, espacios abiertos, sistemas peatonales. Precisamente en estos días leíamos sobre la impotencia del Alcalde Rangel ante el enorme problema de la redoma de Petare, un sitio clave para invertir los dineros del Estado e impulsar un ambicioso Proyecto Urbano. Pero para eso no hay plata ni planes.

Lo más asombroso de todo el tema es que altísimos funcionarios del gobierno que además son arquitectos o ingenieros, no se den cuenta de la inconveniencia de negarle inversiones fuertes a la ciudad establecida para destinarlos a construir en una zona de protección, de altas pendientes y donde el equilibrio natural es delicado. Ya lo veíamos en la maqueta fotografiada en la prensa: se “descabeza” la fila de la montaña y se lanza la tierra hacia los lados, a media ladera. Todo un modo de urbanizar típico del capitalismo salvaje.

Me consta que en las aulas universitarias algunos de esos arquitectos insistían sobre la necesidad de reforzar los núcleos urbanos existentes y criticaban la tendencia de la Cuarta de construir viviendas en suburbios desprovistos de todo servicio, contribuyendo a una irresponsable expansión ilimitada de las ciudades, mal típico de la Venezuela petrolera. Compartíamos con algunos de esos arquitectos la tesis de que la construcción de nuevas viviendas debe dirigirse a reforzar y mejorar las ciudades existentes, y buscar una mayor concentración en las zonas ya urbanizadas, desarrollando así una mejor rentabilidad para todos los servicios incluyendo el muy esencial del transporte público. Un enfoque de ese tipo exige la formulación de una política de Estado que, con los actuales niveles de ingreso del Estado Central venezolano podría disponer de un fondo financiero rotativo, es decir recuperable, dirigido a todas las ciudades venezolanas.

Nada de eso se ha hecho y surge de repente una decisión supuestamente sugerida por unos “técnicos” cubanos, a la cual se suman los de aquí, entusiastas o silenciosos. Frente a lo cual uno se pregunta donde ha quedado la coherencia o simplemente la integridad personal, así de duro es el impacto que nos trasmite el silencio de quienes una vez fueron activos críticos de los errores de la Cuarta.

Vale la pena preguntarse por ejemplo cuanto costarán los movimientos de tierra y la dotación de servicios básicos de esa ciudad, aparte del costo de todas las previsiones de drenajes, reforestación y paisajismo en una zona de tan delicadas condiciones naturales. Una zona que debería ser defendida y protegida por el Ministerio del Ambiente, despacho cuyos funcionarios se rasgan las vestiduras ante cualquier nimiedad que les permita hacer sentir sus arbitrariedades y se queda callado ante el asalto “socialista” a una zona de reserva natural. ¿A dónde han llegado las contradicciones de este régimen?
Es más, una cuenta sencilla determinaría que en ese acondicionamiento de terreno y servicios probablemente se gaste tanto dinero como el que costaría expropiar miles de metros cuadrados en zonas deterioradas del casco tradicional de Caracas, con lo cual queda claro que se le está negando a la ciudad capital y su gente la posibilidad de iniciar ambiciosos programas de mejoramiento. Y además sabemos que en esta democracia de amplísima libertad de expresión nunca sabremos cuanto costará la “ciudad”.

Y no es que estemos negando la posibilidad de cambiar los criterios de protección natural que se han aplicado hasta ahora, generalizando demasiado, en esa ladera Norte de la cordillera, sino que pedimos que cualquier reconsideración se haga a la luz de exámenes serios de las opciones y no de los saltos de humor y de entusiasmo de quien ahora decide todo en Venezuela. Siempre he pensado que en el tema de la protección natural hay mucho del culto venezolano por la hipocresía, sobre todo cuando uno ve los contrastes entre verdaderos crímenes naturales, como por ejemplo la contaminación de las quebradas de La Guairita y El Paují, en Baruta-El Hatillo y la construcción de edificios en pendientes del 100% o los masivos movimientos de tierra que se hacen para darle unos metros de superficie plana a una vivienda de 400.000 dólares, mientras se ponen multas a un descuidado propietario que cortó una rama sin permiso.

Si el régimen fuese serio en su respeto por lo que llama “desarrollo endógeno” correspondería aplicarle rigurosamente ese principio a esta “ciudad. ¿Dónde va a trabajar la gente que allí viva? ¿Hay propuesto un desarrollo local de fuentes de trabajo?¿Habrá que esperar la segunda autopista al litoral y el ferrocarril (o sea cuatro o cinco años) para poder tener un acceso fácil a su centro metropolitano que es Caracas? Si la gente a cargo de este proyecto no tiene respuestas claras a esa pregunta tendrían entonces que ser considerados “contrarevolucionarios”.

A lo mejor todo esto tiene contestación, pero no nos la darán a nosotros, no lo merecemos, estamos del lado allá de la raya que separa los venezolanos. El secreto de Estado fue apenas desvelado en la Hora Estelar del Jefe.

UN NUEVO MODELO QUE NO ES NI NUEVO, NI MODELO
Una muestra de la pobreza de nuestra “revolución” de petrodólares es su incapacidad para proponer modelos que resuman su promesa de redención social.

Si hablamos como arquitectos, cuando el Gran Jefe se sensibilizó hacia la idea de construir una “ciudad” modelo, estaba abriendo una oportunidad para convertirla en emblema de un modo de ver la ciudad y su arquitectura.

Y los altos funcionarios arquitectos cercanos al Gran Jefe saben que hacer ciudad no es sólo hacer viviendas. Que si se trata de un modelo, se impone explorar un modo de organizar el tejido de la ciudad que no repita viejos errores. Proponer nuevos tipos de vivienda, y de agrupación entre ellas. Configurar el espacio público y la arquitectura que contribuirá a definirlo. Delimitar y diseñar parques, plazas, vínculos peatonales. Establecer los criterios paisajísticos, el diálogo con la naturaleza. Pensarla no como un simple dormitorio, sino como un centro de trabajo vinculado fácilmente a los centros de trabajo tradicionales. Y abrir oportunidades para que la ciudad no sea producto de la burocracia sino motivo para la participación de todos.

Esos funcionarios también saben que nada de eso ha ocurrido. Aparte de que la nueva “ciudad” nace de un impulso del jefe y su camarilla, no parece ser otra cosa que un suburbio de 5.000 viviendas completamente desvinculado de los servicios metropolitanos. Se planifica en secreto, no interesa emocionar al pueblo divulgando sus maravillas, si las tiene. Se desconoce la autoría de los esquemas, que suponemos de origen ingeniero-militar: una simple disposición de casas y edificios, continuación de la pobreza de cuarenta años de “viviendismo” populista venezolano. Nada que permita anunciar que estamos asistiendo a lo que una verdadera revolución anunciaría: un cambio del modo de pensar la ciudad.

Y la razón de todo esto es simple: no pueden salir cosas inspiradoras de quienes no son sino emisarios pasivos de la voluntad de un máximo líder que sólo concede la palabra a los que le adulan. El rey está desnudo y los funcionarios lo saben. Pero callan. La “revolución” lo exige.

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Un fragmento del cuadro de Piero Della Francesca (1420-1492) sobre la ciudad “ideal” del renacimiento. Un orden político que aspire a un nuevo orden social siempre producirá las imágenes de un nuevo orden urbano. A menos que esa aspiración sea una mentira.

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