Opinión Nacional

Es imposible controlarlo todo

Los intentos de establecer una sociedad absolutamente controlada por una planificación central que prevea todo lo necesario procurando que el desarrollo se produzca en proporciones adecuadas al plan central, han demostrado con el paso del tiempo que ese concepto tiene defectos, lagunas e imposibilidades fundamentales que llevan a lo contrario de lo que se propone porque, en definitiva, con su práctica a veces obsesiva no se controla nada adecuadamente ni muchos menos se logra el desarrollo anunciado.

Estos intentos parten de la voluntad de definirlo todo, de mantener bajo control estricto a la vida de las personas y de la sociedad en su conjunto, lo que al ir contra natura y muy especialmente contra la dialéctica propia del libre albedrío inherente a la condición humana, se encuentran con una resistencia interna consustancial al ser humano que no se podrá detener ni neutralizar por mucha fuerza que se le interponga. La vida es de una complejidad inconmensurable muy difícil de abarcar y en esas circunstancias, cualquier intento de control absoluto de la existencia fracasará inexorablemente por muy poderosos que pudieran ser los que se lo propongan; los ejemplos de ello aparecen todos los días ante nosotros. Constantemente de una forma u otra, comprobamos que la conciencia y el pensamiento que nos es propio no podrían ser impositivamente ahogados, si nosotros no nos supeditamos por miedo o por lo que sea a esas fuerzas externas, de uno u otro signo, que pretenden imponérsenos.

De ahí es de donde parte ese rechazo y enfrentamiento natural interno, consustancial e incontrolable que se interpone a los intentos de control absoluto de todo. Someterse a esas fuerzas externas, en definitiva siempre en una u otra alternativa, dependerá de nuestra propia voluntad de acatarlo y/o supeditarnos, lo que mientras unos lo hacen, otros no y nunca podría haber unanimidad de aceptación sumisa. Yo considero que este es un asunto que debería identificarse con la mayor objetividad posible para sacar a la sociedad de un inmovilismo que la ahoga. Es por eso que cuando veo medidas de movimiento y cambio por muy tímidas e incompletas que pudieran ser o considerarse que son, mi actitud es de apoyarlas con toda la fuerza que me resulta posible, porque lo importante constituye que comience el movimiento, aunque de primera instancia resulte pequeño o incompleto. Así es que vemos en ocasiones cómo, algunos intentan cuestionar cualquier esfuerzo a favor del movimiento con razones que lo impugnan sin tomar en cuenta lo valioso que en sí mismo pudiera ser, como es el caso de la actual mediación de la Iglesia católica en Cuba, la que considero muy importante aunque quizás no sea todo lo que se necesita; por algo hay que comenzar.

Propio del realismo político, también sería entender que cuando por largo tiempo se han aplicado mecanismos de control absoluto que han dejado su impronta en la sociedad muy a pesar de no haber alcanzado sus objetivos esenciales, no resulta fácil lograr que las cosas de nuevo se muevan o incluso que cuando ese movimiento por pequeño que sea comience, se pueda impedir que se produzcan traumas circunstanciales, porque en sus esencias se remueven los pilares en que se ha asentado la estructura social. Se convierte, entonces, en una cura que en principio duele pero que a larga podría anular la enfermedad y resolver sus efectos. En cambio, los que han tomado el camino de las descalificaciones, los insultos y los ataques ciegos contra los que plantean respetuosa y pacíficamente sus análisis y criterios sobre las realidades del presente y las proyecciones hacia el futuro que consideran adecuadas o incluso hacen algo a favor del movimiento por pequeño e insuficiente que pudiera ser, se convierten estos descalificadores y atacantes indiscriminados en factores retardatarios circunstanciales que el propio movimiento habrá de vencer su resistencia, venga de donde venga, así como las avalanchas de lodo y de agua llegan a romper todos los diques que se les interpongan. Eso podría ser una alternativa en el futuro que tenemos por delante y que no debería menospreciarse.

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