Opinión Nacional

Es Navidad…

Trataba de recordar, en ese inmenso y a veces nebuloso baúl de recuerdos que es la memoria, la manera en la cual se vivía la Navidad en mi niñez, a inicios de los 80. Y sin que me quede ninguna duda, creo que lo más bonito de esta época del año, es esa maravillosa expectativa e ingenua sorpresa que rodeaba la llegada del Niño Jesús, y los regalos que aparecían debajo de la cama o en el arbolito en casa de la Abuela. El ambiente familiar, pleno de compartir con tíos y primos, es también un recuerdo grabado en el disco duro personal, así como el conjunto de fragancias y sazones que en Diciembre, inundaban la cocina, en el laborioso proceso de elaboración de las hallacas, el pernil, los dulces, la ensalada de gallina, y un sinfín de delicias que contribuían no sólo a inflar los cachetes y la barriga, sino a ofrecer a todas las visitas que llegaban a la casa de la Abuela Luisa, en la avenida cinco de El Tigre, Estado Anzoátegui. Los aguinaldos no podían faltar, en una tradición casi extinta en nuestro país, pero que aún se trata de mantener en nuestra familia, como excusa no sólo para recordar con el canto la naturaleza de los últimos días del año, del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, y del profundo significado religioso y festivo que la fecha concita, propicia para el encuentro y reencuentro familiar, y para el necesario receso laboral y reflexivo, en torno a lo que se ha hecho o dejado de hacer en el año, y a los planes del que está por empezar. Innegablemente, una inmensa mayoría de personas prefiere sumergirse en las aguas más usuales del consumismo decembrino, que siendo niño se trastocaba en la compra de la “pinta” de fin de año, o de un par de zapatos, y que poco a poco se fue decantando en las también tradicionales compras decembrinas, cuando el bolsillo y las posibilidades así lo permitían. Aunque pueda parecer una percepción muy personal, la realidad actual del país, la inseguridad, la zozobra de convertirnos en una fría estadística roja, el peso de la recesión económica, el golpeado poder adquisitivo, y el conflicto, a veces abierto, otras silencioso o subyacente, entre dos visiones del país en términos políticos e ideológicos, aunado al reciente episodio de nerviosismo bancario y financiero, parecieran reflejarse en una disminución del espíritu festivo propio de la Navidad, menos motivos o adornos en casas, apartamentos, edificaciones, calles y avenidas, y cierto silencio o ausencia de las gaitas respectivas, en señal clara de quienes tendrían poco o nada que celebrar. Basta sólo mirar los ojos de mi hija, Luisana Victoria, o de cualquier niño o niña, para entender realmente que la Navidad es para todos, pero esencialmente para ellos, evocación de la alegría, la felicidad que su presencia trae para cualquier hogar, y símbolo de la inocencia que en buena parte, los adultos hemos perdido, pero que por momentos nos invade, así, mientras ellos juegan, quizá sin conocerse, sin importar su color, o religión, entendemos el espíritu que se escabulle entre los problemas, las angustias o preocupaciones, y nos indican, que es Navidad.

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