Opinión Nacional

¿Es necesario un gorila?

Nadie puede fácilmente deshacerse de los hábitos a que se ha ido acostumbrado durante la vida. Ocurre con el cigarrillo; sucede con el trago. Pero de todos los vicios, el peor es el de la mentira. El embustero consuetudinario ya no puede distinguir entre lo verdadero y lo falso. En funciones de gobierno, un mentiroso es sumamente peligroso. Así lo creyó el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, cuando al término de la Primera Guerra Mundial, hizo públicos sus ahora famosos Catorce Puntos.

Las mentiras de Hugo

El cataclismo en el que el mundo se hundió durante esa guerra y que vio enfrentar, por primera vez, al hombre y las máquinas infernales de la guerra, fue el producto, según el presidente norteamericano, de la arrogancia de los políticos acostumbrados al engaño y al secreto. Wilson decidió que Estados Unidos debía ayudar a Gran Bretaña, Francia y los países aliados para que la democracia representativa pudiera tener un futuro promisorio en el mundo. Su proyecto de la Liga de Naciones fue el inmediato predecesor de la Organización de Naciones Unidas. Cuarenta años antes, Otto von Bismarck , el Canciller de Hierro alemán, había reconocido que la diplomacia de las potencias se basaba en el engaño. Tanto que para despistar a sus enemigos se dedicó a decir la verdad, seguro como estaba que no le creerían. Los pactos secretos entre naciones llevarían a formar alianzas muchas veces a espaldas de sus propios pueblos y que favorecían solamente los intereses de los reyes y de los políticos y pocas, los nacionales.

Más aún, el político que practica el engaño y el secreto en función de gobierno evita que la verdad se haga la norma. Tales características impiden conocer la realidad de lo que ocurre, aún para el propio gobernante. Así sucede, por ejemplo, con las estadísticas. Como el objetivo es complacer a quienes detentan el poder, la más de las veces quienes las producen, las adulteran. Ocurre entonces que el país toma por caminos equivocados y el gobierno es incapaz de enterarse de nada, hasta el momento en que, como dicen, el mundo se les viene encima.

El estudiante venezolano se acostumbra al engaño. Copiarse en los exámenes es aquí natural. Aquéllos alumnos brillantes que no cooperan con el flojo son tenidos como antipáticos. La mentira es quizás producto también de unos padres muy estrictos. Como es natural que resulte imposible mantener esa disciplina, el niño, si quiere evitarse un castigo muchas veces brutal, debe acostumbrarse a mentir. Hugo Chávez, durante los veinte y tantos años en que permaneció en las Fuerzas Armadas no hizo otra cosa que practicar el sigilo y la mentira. Lo hizo así, porque su proyecto político era enteramente opuesto a la democracia representativa practicada entonces. Formaba parte de una célula comunista introducida en el Ejército por la entonces derrotada izquierda. Si hubiera sido descubierto, su carrera militar habría terminado. Se acostumbró entonces a practicar eso que el presidente Wilson señaló como nocivo para el carácter del hombre y de las naciones: la mentira y el secreto.

Llaguno

¿Qué recuerdan ustedes de José Tomás Boves? Pienso que solamente su maldad. Ni siquiera “El urogallo” del insigne Francisco Herrera Luque lo logró reivindicar. ¿Y qué recuerdan ustedes de Manuel Carlos Piar? Lo primero que viene a la memoria es su fusilamiento. ¿Por qué tuvo Bolívar que recurrir a semejante procedimiento extremo? Pues porque el hombre andaba dividiendo a los patriotas, soliviantando las clases sociales unas contra otras. Y finalmente, ¿se acuerdan de José Tadeo Monagas? Si, claro. Aquél que mandó asaltar el Congreso con las turbas y asesinar a diputados ilustres como Santos Michelena.

Pues bien, mucho me temo que así ocurrirá con Chávez. Se lo recordará por andar incitando a la lucha de clases; por no estar preparado para desempeñar la Presidencia y por querer engañar a todo el mundo. Todavía hoy sábado 17 de agosto, con motivo de la decisión del Tribunal Supremo respecto de los cuatro dignos oficiales que no permitieron un baño de sangre, Chávez, en su locura gritaba ante sus turbas: “¡Queremos justicia, justicia!”. No señor, quienes quieren justicia son las madres y los familiares de los 18 asesinados en los alrededores de Miraflores el fatídico 11 de Abril. Pero no quieren solamente a los francotiradores de Llaguno sino a los autores intelectuales y por sobre todo a quien incitó durante tres años al odio entre venezolanos.

Las tres “b”

Ahora, díganme, ¿creen ustedes que a gente de esta ralea se la saca del poder institucional o constitucionalmente? Pues claro que no. ¿Piensan ustedes que con cuatro militares buenas personas como los que se insubordinaron el 11 de Abril se logra ese propósito? Pues, claro que no. Fue un error, un terrible error, de algunos militares darle una segunda oportunidad a Hugo Chávez. Se ha comprobado con su actitud frente a la decisión del Tribunal Supremo de Justicia.

De una cosa deben estar claros los chavistas . No nos van a robar lo que es nuestro. Si alguien ha forjado la Patria, ésos han sido quienes con tesón, se han quemado las pestañas estudiando y laborando fructíferamente para crear riqueza. Por eso fue que Bolívar se alzó contra Boves. Porque con un gobierno que no procede de acuerdo con los principios del derecho, sino con la amenaza y el cohecho, no vale desobediencia civil. Gandhi fue posible, porque vivía en la India británica. En Venezuela, cuando Gómez, lo hubieran fusilado a las primeras de cambio. Por eso, si quieren guerra, guerra tendrán. Porque en esta tierra, sobran las mujeres y los hombres que no se dejan amilanar.

Debemos, sin embargo, andarnos con cuidado. Demasiados intereses conspiran contra una salida al actual problema. Hay intereses como los bancarios que están haciendo su agosto. Así como se ha comprobado que el Santander y el Bilbao Vizcaya Argentaria contribuyeron para la campaña con fondos secretos, igual debe haber también grandes bancos nacionales de los que no se ha sabido nada, solamente por culpa de nuestra propia incapacidad. Y existen también personalidades poco dispuestas a sacrificar sus ambiciones personalistas.

Es por todo eso que, en las actuales circunstancias, desgraciadamente, requerimos de un jefe con botas, balas y bolas y el carácter necesario para usarlas en provecho de la Patria.

Policía Metropolitana: “timbre de orgullo”

El 18 de octubre de 1945, un grupo de militares muy parecidos a Chávez y sus congéneres se alzó en armas contra el gobierno del general Isaías Medina.No se insurreccionaron en contra de una oprobiosa dictadura, ni lo hicieron, porque el gobierno incitara a la lucha de clases o al odio social. Todo lo contrario.Medina, todos lo reconocen hoy, era un hombre que buscaba lo mejor para el país y a quien acompañaban en el Gabinete distinguidas personalidades de la vida nacional.Había promulgado una Ley de Hidrocarburos que permitiría al Estado venezolano contar con recursos para su desarrollo.

Ese día fatídico para la República, el desorden y la corrupción volvieron por sus fueros. Mi padre, mayor Santiago Ochoa Briceño, fungía como Primer Comandante de la hoy Policía Metropolitana. Durante veintidós horas, los policías resistieron el embate de los facciosos. En un artículo de prensa publicado con posterioridad, mi padre dijo: “Será para mí siempre timbre de orgullo haberla comandado en esa oportunidad”.

Hoy todos los caraqueños decentes sabemos que el mismo espíritu de honor y disciplina embarga a su policía. Orgullosos estamos.

Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera, politólogo y periodista. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.
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