Esto no tiene nombre
Al nacer, un corte sin palabras interfiere en la relación que nos exige vivir atados a otro. Un grito, una vida, placenta y cordón ya son desecho. En la piel, como huella imborrable de la dependencia, el ombligo es testigo. ¿Tiene ombligo un clon? Parece que Eva no lo tenía. ¿Y Adán? No sé.
Desde la capital del país sin nombre, un grito emana con insistencia cada vez que su condición de parásito se devela señalando la falta. No tiene ombligo, ella se ofrece como tal. Sus gobernantes derrochan imágenes de “completud”, sellando cada vacío con objetos de consumo. No hay palabra que obtenga respuesta, que se convierta en llamado, ante la sordera del poder decir: «no te falta nada».
El «inconsciente», la «pulsión de muerte», la «realidad psíquica», la lluvia eterna de cada concepto freudiano ha sido embotellada, gota a gota, en frascos vulgares con etiquetas.
En la triste dependencia de la infamia, ante la incapacidad de aceptar las diferencias, con un supuesto poder diseñado para encubrir una escasez de criterio, los orgullosos conservadores de una etnia en figuras de cera, declaran la guerra una y otra vez a causa de la «insoportable» maravilla que ofrece la diversidad.
